CRíTICA cine
«La escafandra y la mariposa»
Mikel INSAUSTI
Vaya por delante que Julian Schnabel me cae bien, me parece un gran tipo. Lo veo como el buen hortelano que cuida con mimo de su jardín, a cambio de lo cual recibe los mejores y más hermosos frutos. En el mundo del arte, como en cualquier otro, el don de gentes es muy importante. No me extraña que haya acabado haciendo cine, porque no me lo imagino eternamente condenado al trabajo en solitario, a la creación aislada. Es de los que le gusta compartir sus experiencias, intercambiar ideas y cultivar las amistades. «La escafandra y la mariposa» será seguramente, en la vertiente plástica no voy a entrar, su obra cinematográfica imperecedera, aquella por la que siempre se le recordará. Y creo que es porque ha sabido elegir el material literario más idóneo para su adaptación, en función del equipo perfecto, compuesto por los técnicos y colaboradores ideales. Todos y cada uno de ellos han realizado su valiosa aportación, renunciando incluso a sus salarios habituales, motivo por el que el rodaje fue intermitente, dependiendo de la disponibilidad de cada cual en cada momento.
Pero ante todo Julian Schnabel es inteligente, de los que consiguen sacar petróleo de un metro cuadrado de terreno. Cualquier productor en su sano juicio, al presentarle un proyecto con las limitaciones apriorísticas de «La escafandra y la mariposa» le hubiera tratado de loco, y no sólo por las inevitables comparaciones con «Mar adentro». Se da la circunstancia de que, siendo una historia real, parte de idéntico planteamiento del ideado por Dalton Trumbo para su relato de ficción «Johnny cogió su fusil». Sin embargo, las memorias del verdadero Jean-Dominique Bauby son un prodigio en si mismas, porque logran remontar una situación que para Trumbo era irreversible. Lo más curioso que en esa superación personal el avance de la medicina no tiene nada que ver, sino que es la voluntad humana la que vence en un desafío solidario en el que la tecnología punta poco puede ayudar. El soldado de Trumbo vivía atrapado dentro de una pesadilla, en cuanto que su mayor tragedia era la de la incomunicación. Jean-Do, que así lo llamaban sus amigos, rompe las barreras físicas de la inmovilidad gracias al contacto con el exterior, posibilitado por un sistema tan simple y elemental como el parpadeo de un ojo en combinación con las letras del alfabeto.
Al poner en práctica este nuevo lenguaje que podría bautizarse como de «ojo parlante», forzado por la imperiosa necesidad de servirse del único miembro activo de su cuerpo inerte, el protagonista presta al cineasta la posibilidad de articular formas de diálogo inexploradas. Para el espectador el tener que asistir a un sistema en el que hay que deletrear cada palabra, una por una, no se hace nada pesado, por extraño que parezca. Se produce una empatía con el paciente, puesto que éste se gana el respeto general por la titánica hazaña que supone ser capaz de pensar e ir dictando un libro de un modo tan paciente y laborioso. Julian Schnabel se merece todos los premios que ha obtenido y aún le vayan a conceder por el riesgo asumido, por no renunciar a describir la lucha expresiva de este hombre paso a paso, sin ahorrarse los esfuerzos continuados por su parte y la de sus enfermeras. La lentitud de tan indispensables diálogos obliga a que estos ocupen el grueso del metraje, que en lo puramente descriptivo o visual no pasaría de ser un corto o un mediometraje. Es otra elección de agradecer, puesto que Schnabel no cae en el escapismo de las imágenes poéticas.
Dtor.: Julian Schnabel. Int.: Mathieu Amalric, Emmanuelle Seigner, Marie-Josée Croze, Anne Cosgny, Max Von Sydow, Jean-Pierre Cassel, Niels Arestrup, Olatz Lopez Garmendia, Marina Hands. Patrick Chesnais. País: Estado francés-EEUU, 07. Duración: 112 min. Gén.: Drama existencial.