Maite SOROA
Los mitos del nacionalismo español
A los que mitifican a Don Pelayo, a los Reyes Católicos y hasta al brazo incorrupto de Santa Teresa, les encanta hablar de «los mitos del nacionalismo vasco» para exorcizar sus demonios. Ayer, en «Abc», Germán Yanke lamentaba que «sobre ETA, Batasuna y compinches de la misma estructura hemos conocido muchos mitos falsos. Uno de ellos, el del `empate infinito': el Estado democrático no podría terminar con él y se vería abocado a la negociación». Y eso le provoca dolor de tripas. El segundo «mito» sería que «el imperio de la ley produciría en el País Vasco la revuelta y una grave inestabilidad». Su satisfacción consiste en comprobar que «era un falso mito como se viene comprobando ahora cuando el Estado de Derecho, liberado del mito de la necesaria negociación, persigue al entramado de la banda, encarcela a dirigentes de Batasuna o promueve la ilegalización de los alias de ésta como ANV y el PCTV».
Lo que sustenta Yanke es que «hay una mentira según la cual estaríamos ante un `conflicto político subyacente', en el que ETA sería un agente, y que estallaría en cuanto el Estado actúa ignorándolo. Pero en un escenario democrático no hay otro conflicto que el empeño totalitario de una banda terrorista para subvertir la voluntad de los ciudadanos. Lo que consigue la legalidad es proteger a los ciudadanos ajenos a la delincuencia nacionalista y fortalecerlos ante quienes quieren atentar contra sus derechos y libertad». De lo que se trata, en definitiva, es de poner una venda a sus lectores.
Pero al final desnuda sus verdaderos anhelos: «Cuando se aplica la ley tal cual es (...) no aparece el `conflicto' político o histórico inexistente, sino que se normaliza la vida ciudadana. No desaparece por arte de magia el empeño totalitario de los violentos, pero ni se produce un contagio general ni se les facilitan las cosas a éstos. Por el contrario, de la mano de los mitos de la posible rebelión ciudadana o de la imposibilidad de que el Estado de Derecho termine con ETA, se les fortalece. La reacción de ANV a su proceso de ilegalización (...) aúna ambas cuestiones: de un lado, la amenaza de los disturbios, de otro la apelación a un diálogo futuro que no podrá ser posible si el peso de la ley cae sobre los que, en nombre de la banda, tendrían que negociar». Al final, aunque le pese a Yanke, será así.