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ANÁLISIS definitiva llamada a las urnas

Víspera electoral en Pakistán

Con la duda sobre la celebración definitiva de las elecciones parlamentarias en Pakistán, los movimientos de la clase dirigente se suceden a una velocidad vertiginosa y en ocasiones destapando el guión escrito en Washington o en Londres.

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Txente REKONDO Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)

El centro de atención recae una vez más en torno a Pervez Musharraf. Las maniobras del dirigente pakistaní buscan mantenerse en el poder, trazando alianzas que podrían parecer contra natura. Muchos pakistaníes ven al presidente, Musharraf, como la causa de los males y de buena parte de los problemas del país, y responsabilizan a su Gobierno de la inestabilidad reinante. Muchos han llegado a percibir «el doble juego de Musharraf», que utiliza la violencia de los militantes islamistas y la «guerra contra el terror» de manera coyuntural, tirando en ocasiones la cuerda hacia un lado para contentar a sus aliados occidentales y, en otras, soltándola para evitar un enfrentamiento a gran escala con los grupos islamistas radicalizados.

El actual presidente ha sobrevivido a diferentes crisis constitucionales y a tres atentados contra su vida y, sin embargo, parece que su próximo revés de importancia puede venir del descontento popular, motivado en buena parte por la crisis económica que sufre buena parte de la población. Algunos han comenzado a hablar del «factor de la harina», ya que su encarecimiento y escasez han disgustado a los pakistaníes, que la utilizan para hacer roti, una especie de torta de pan esencial en la alimentación de los pakistaníes.

Además, han subido los precios de la leche y el tomate y cada vez son más habituales los cortes de electricidad y gas, que obligan al cierre temporal de empresas, lo que se suma a la inestabilidad política y a la violencia que sacude todo el país.

A Occidente también le «preocupa» la celebración de unas elecciones «limpias y libres». Las lecciones de estos adalides de la democracia con «label occidental» fijan algunas condiciones para catalogar las elecciones según sus parámetros. Así, hablan de independencia de poderes -sobre todo de la judicatura-, libertad de prensa y acceso a los medios, permiso para realizar manifestaciones y mítines, y libertad para aquellos detenidos por expresar sus ideas.

Un actor que ha ganado peso en los últimos días es Nawaz Sharif, líder la opositora Liga Musulmana de Pakistán-Nawaz (PML-N), sobre el que llueven comentarios y expectativas. Desde EEUU o Gran Bretaña, las apuestas por este camaleón político crecen tras la muerte de Benazir Bhutto, y toda una estrategia para acercarle a Musharraf centra buena parte de sus planes.

Al parecer, Sharif estaría dispuesto a completar el acuerdo entre Bhutto y el régimen de Musharraf. Las intervenciones de poderoso e influyente embajador saudí en Islamabad, reforzando la «vía saudita», o la mediación de Niaz Ahmad, impor- tante militar retirado y amigo de la familia Sharif, refuerzan las teorías que hablan de «puentes entre el régimen y esa figura opositora».

La geopolítica en torno a Pakistán está poniendo nerviosos a los dirigentes norteamericanos y a sus aliados. Los viajes y visitas de figuras estadounidenses se han sucedido en las últimas semanas, en buena medida para asentar el dominio de los militares pakistaníes en un futuro escenario post-electoral.

Si finalmente se celebran las elecciones, tres partidos políticos parecen disputarse el triunfo. El PPP de la fallecida Bhutto quiere aprovechar la situación de simpatía generada tras su muerte para lograr un importante número de escaños que le sitúe en la primera posición. Cualquier medida precipitada puede desencadenar una batalla interna dentro de esta formación que, con el nombramiento del hijo de Bhutto y de su marido, ha pretendido cerrar las grietas internas, pero sin presentar alternativas más allá de sustituir a los actuales gobernantes por otros del mismo corte aunque de diferente partido.

La estrategia del PML-Q, que apoya a Musharraf, busca desgastar a sus oponentes, acrecentando sus diferencias étnicas o internas, al tiempo que aprovecha toda la maquinaria puesta a su servicio por el presidente. Este necesita paliar de alguna forma la previsible debacle electoral de esta formación para logar un Gobierno manejable conforme a sus intereses. Para ello el PML-Q necesita hacerse con un número importante de escaños que disimule ese fracaso.

El partido de Sharif, PML-N, también espera ocupar el primer puesto. Pero tras las elecciones deberá nombrar a un candidato para primer ministro, y si éste gana peso y hace sombra a los hermanos Sharif, las tensiones internas aflorarán.

Por su parte, el Movimiento Democrático de Todos los Partidos (APDM), una alianza de diferentes formaciones, ha llamado al boicot, como también lo ha hecho parte de la alianza islamista MNA. Este posicionamiento les ha costado a ambos una fractura en sus filas. Así, el Partido Nacional Awami, al que algunos definen como «una de las opciones de izquierda», ha abandonado el APDM para presentarse a los comicios, en los que espera lograr buenos resultados en Baluchistán y en zonas de la Provincia Fronteriza del Noroeste (NWFP).

Por su parte, el líder islamista Maulama Fazlur Rehman, al frente del Jamaat Ulema-e-Islam, ha decidido participar con la esperanza de lograr un acuerdo con Musharraf si éste necesita apoyos minoritarios para conformar Gobierno. El alejamiento de posturas militantes de este dirigente, conocido como «Maulama Diesel» por su participación en los «negocios» en torno a este carburante durante el régimen de la difunta Bhutto, le han colocado en una delicada posición, y las diferencias internas y las amenazas extremistas pueden afectar a su futuro.

Otras organizaciones menores comunales o étnicas aspiran a colocarse en el nuevo escenario post-electoral para maniobrar en defensa de sus intereses.

Lo cierto es que, sea cual sea el resultado, la situación de Pakistán no parece que pueda variar mucho. Un sistema en manos de los militares y de los señores feudales, junto a una clase política inmersa en batallas por el poder y su trozo de pastel, no es la mejor solución para atajar el déficit político y social que sufre la mayoría de la población.

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