Martin Garitano Periodista
Y yo, sin ver el debate
Ahora que todo el mundo habla del debate entre Rajoy y Zapatero, el columnista que no quiso sumarse a los trece millones de televidentes, se encuentra un tanto desplazado del debate político mediático. Y lo confieso sin pesar, estoy encantado, además.
Será porque me interesan poco la telegenia de los candidatos a presidente del Gobierno español (por poner un ejemplo, el irrepetible Jon Idigoras no contaba con la dichosa telegenia, pero tanto él como su discurso eran de una sinceridad que abrumaba a propios y extraños). O tal vez porque los catastrofismos de uno y el optimismo sin límites del otro se me antojan tan irreales como las sonrisas previas al encontronazo o tan absurdos como los datos falseados y manipulados que presentan ante un auditorio millonario y alienado. Será por eso...
O, tal vez, porque sus soflamas contra el diálogo como única forma de abordar el conflicto que mantienen con/contra Euskal Herria, me parecen menos creíbles que los monólogos del «Club de la Comedia». Los dos negaron la mayor -dicen en las referencias de prensa- y ambos saben que terminarán sentados a esa mesa o tendrán que recurrir, como los reyes visigodos, a mentir en la última línea de sus Cronicones: «Domuit vascones». Otra mentira histórica.
Por todo eso no me interesa lo que digan o dejen de decir; ni el color granate de la corbata de Rajoy ni la azul con motas blancas de Zapatero. Tampoco alcanzo a entusiasmarme con sus apetitosas promesas ni creo un ápice de sus respectivos balances.
De lo que se trataba, además, era de captar la atención y conquistar el voto de los españoles. Más fácil no me lo podían poner para evitarme el tostonazo del lunes: Como San Francisco Javier, antes firmaría como portugués que como español. Y no creo que, por más que busquen, logren encontrar mi voto. Se quedará en casa. O, mejor, en la calle, donde más útil será.