Buenas gentes del campo
«El viejo y el niño»
En el comentario del estreno cinematográfico de la excelente comedia «Juntos, nada más», hubo que hacer un inciso para aclarar que el veterano director y productor Claude Berri necesitó la ayuda de François Dupeyron durante el rodaje, por culpa de una grave enfermedad. Cumplía cuarenta años de profesión, iniciados precisamente con su clásico «El viejo y el niño», título fundamental dentro del cine francés que Truffaut consideraba como una de las mejores películas sobre la ocupación. La historia es entrañable a más no poder, aunque resulta difícil sustraerse a la inolvidable actuación del gran Michel Simon, por la que recibió Oso de Plata al Mejor Actor en la Berlinale de 1967. Fue una de sus últimas apariciones, la que en su postrera etapa dejó mayor huella, gracias a la empatía que transmitió hacia el pequeño Alain Cohen, expresando ese tipo de relación ideal entre nieto y abuelo. A mí me recuerda mucho al mío, como supongo le ocurrirá a otras tantas personas que relacionan sus infancia con el medio rural y la bondad de sus gentes sencillas.
Pero el tema de fondo de «El viejo y el niño» no deja de ser grave, pese a lo amable de muchas de las anécdotas que jalonan la narración. Muestra la sinrazón del racismo, un sentimiento inoculado en la sociedad de manera artificial, por ser ajeno a la verdadera naturaleza de los individuos que la componen. La cuestión es que el anciano protagonista es un convencido antisemita, en cuanto campesino ignorante que ha sido víctima de la propaganda nazi. Los rasgos judíos del niño al que cuida, después de que sus padres hayan decidido enviarlo al campo para ponerle a salvo del holocausto, no le impiden encariñarse con él, lo que evidencia que las aparentes causas de la xenofobia son falsas. No cabe duda de que el hecho de que desconozca el origen étnico del pequeño ayuda, pero tampoco hará nada por averiguarlo.