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Iñaki Lekuona Periodista

Este mundo nuestro

Cuando aquella medianoche mi padre murió, fue la noche más larga, la más sorda y muda. La tierra dejó de girar y nada se movía. Ni el aire. Durante horas así fue hasta que, al amanecer, se escucharon unas carcajadas en la morgue del hospital. Eran unos celadores que desafiaban la quietud azulejada de los pasillos. Fue un despertar doloroso, la señal de que el mundo no se había detenido, de que todo seguía su curso como si nada hubiera sucedido. Porque nada pasó. Sólo murió mi padre. A nadie le importó, más que a los suyos, aunque fueran muchos. A nadie tenía por qué importarle, sólo a los suyos.

El viernes pasado, esperando al tren de las ocho de la noche, unas mujeres que regresaban a sus casas con la noticia de Arrasate, se acordaron de la familia. «Pero el mundo sigue su curso y las cosas seguirán igual», lamentó una de ellas.

Como en diciembre pasado, cuando la carretera de la cárcel de Teruel se cobró otra vida, este mundo nuestro siguió su curso, impasible. Este mundo nuestro en el que cientos de familias han perdido a alguno de los suyos, en el que el monstruo de la tortura ha retorcido tantos cuerpos, en el que miles de personas viven en la incertidumbre y en la angustia, en la cárcel y en la lejanía, este mundo nuestro en el que los muertos valen distinto, en el que se acallan las voces discordantes, en el que se encarcelan las ideas, en el que se tuercen los derechos, en el que se dogmatiza una democracia de papel mojado, este mundo nuestro no se para nunca.

Cuando mi padre murió, a nadie le importó, sólo a los suyos, aunque fueran muchos. Cuando aprendamos que todos los muertos son nuestros y que todos valen lo mismo, los unos y los otros, cuando comprendamos que todos somos responsables de que el mundo siga su curso, entonces quizá la tierra dejará de girar y podremos tomarnos el tiempo necesario para hacer que todos esos muertos, los unos y los otros, valgan para salir de esta tumba oscura que llevamos cavando demasiado tiempo.

Las oportunidades no aparecen, se buscan, se trabajan. Desde ayer, hay que buscar una nueva. Porque una muerte no vale nada y un muerto cuesta mucho. Y los nuestros, todos, ya nos han costado demasiado. Si en otros lugares ya lo han comprendido, por qué no en este mundo nuestro.

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