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Tras las elecciones del 9-M

Ni ZP traicionó ni Batasuna se disuelve ni el PNV es imbatible

 Quien previó que la izquierda abertzale se iba a «disolver como un azucarillo» se equivocó; en estas condiciones, además, los 200.000 votos se configuran como el hueso del melocotón. El PNV no sólo ha descubierto que puede perder, sino un fenómeno nuevo: el trasvase de voto al PSOE, algo que sus votantes no hicieron contra Aznar en 1996 o Rajoy en 2004.

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Análisis | Ramón SOLA

Los resultados del domingo desmontan muchos tópicos, algunos elevados casi a mito. Los españoles no castigan dialogar con ETA. La izquierda abertzale no se disuelve «como un azucarillo». El PNV no es imbatible. No es imposible el trasvase de voto de abertzales a españolistas. Y el «agostazo» no fue para tanto.

Las urnas han hablado, vía abstención o vía voto, y ponen a cada sector político ante su realidad, a veces cruda realidad. Aunque la fotografía general no sufra grandes vaivenes, el resultado desmonta cinco tópicos muy en boga, elevados todos ellos a categoría de verdad irrefutable... hasta anteayer.

Empezando por el resultado global estatal, los ciudadanos españoles no han condenado a Zapatero por sentarse con ETA, como parecían dar por seguro muchos medios madrileños... y, a lo que se ve, hasta él mismo. Tras cuatro años de oposición y dos semanas de campaña en que el PP ha atacado una y otra vez por este flanco, la sentencia en el conjunto del Estado ha sido absolutoria para el presidente español; ha dictaminado que no traicionó a las víctimas ni mintió ni pisoteó la «dignidad de España». Otra cosa es si Zapatero decide poner en valor ese aval para conformar un bloque político y social fuerte en favor de un proceso resolutivo.

No es la primera vez que el discurso imperante de los medios españoles recrea una falsa realidad en este terreno. Frente a ello alcanzan mucho menos eco resultados como los de la reciente encuesta de ``La Vanguardia'', que mostraba que la mayoría ciudadana apoya la negociación. Lo mismo ocurrió durante el proceso pasado, cuando en más de una encuesta en Euskal Herria se probaba incluso que la mayoría apoyaba negociar políticamente con ETA, algo situado como tabú en los discursos de casi todos los partidos.

Salvando todas las distancias, lo ocurrido ahora con Zapatero se asemeja a lo que pasó hace cuatro años con ERC. Llegó a las urnas bajo sospecha total tras la reunión de Josep-Lluís Carod- Rovira con ETA, que hizo correr ríos y ríos de tinta. Pero los catalanes no debieron ver tan mal aquella iniciativa cuando Esquerra pasó de un diputado a ocho. Ahora ha caído hasta tres.

El segundo tópico recurrente es el que determina que «Batasuna se disolverá como un azucarillo» cuando ETA retome su actividad armada. La expresión fue patentada hace casi un año por Josu Jon Imaz, entonces presidente del PNV, pero repite un augurio habitual en estos casos. El examen se producía además en las condiciones más extremas posibles: con un atentado mortal apenas 48 horas antes de los comicios y con todos los partidos argumentando al unísono que no ir a votar era como decir que sí a ETA. El resultado de la abstención propugnada por la izquierda abertzale, por contra, no sólo confirma su mantenimiento, sino un cierto repunte.

Ha errado quien pensó, o soñó, con que el fin del proceso de negociación iba a provocar un batacazo del independentismo. Quizás miró al precedente de mayo de 2001, cuando bajó a 143.000 votos en las autonómicas de la CAV, un año después del fin del alto el fuego de ETA. Ahora ha pasado todavía menos tiempo desde el retorno a las acciones armadas de junio de 2007, pero el independentismo retiene sus 200.000 votos históricos habituales, que vistas las condiciones se configuran como un auténtico hueso del melocotón, casi impenetrable.

El discurso de la disolución en el café es más adecuado para describir el resultado del PNV, que ha perdido 120.000 votos desde las anteriores estatales y 300.000 desde la eclosión electoral de Ibarretxe en 2001.

La derrota se lee en cualquier dato que se repase, desde votos a porcentajes. Pero tiene una variante que debe haber disparado la alarma en Sabin Etxea: el mito del PNV como sempiterna fuerza hegemónica en el conjunto de la CAV, y sobre todo en feudos como Bizkaia, se desmorona. Ha perdido y ha demostrado que puede perder. Cierto es que las elecciones autonómicas próximas -que Ibarretxe pretendía inminentes pero que quedan ahora en el alero- son muy diferentes a las estatales, pero igualmente cierto es que el PNV siempre había ganado también estos comicios, con la única excepción de una pírrica victoria del PSE por 5.000 votos allá por 1993.

Habrá que ver cómo reaccionan los jeltzales ante este choque con la realidad. Discursos manidos como el de la equidistancia que hace del PNV el «eje central» de la sociedad y le permite acumular el mayor número de votos probablemente ya no sirven, y menos aún cuando el tortazo ha sido extensible en una cuota similar a todo su «paraguas»: EA, IU y Aralar.

En paralelo se ha derrumbado otro cuarto elemento que trascendía el carácter de tópico para alcanzar la de constatación empírica. Nunca hasta ahora se había producido un trasvase semejante de voto de una formación que se proclama abertzale hacia otra de obediencia estatal. Desde hace 20 años, ambos bloques aparecían como compartimentos-estanco, de modo que en el espacio españolista el PSOE ganaba lo que perdía el PP y viceversa, y en el abertzale los avances o retrocesos del PNV dependían sólo de la mayor o menor pujanza de la izquierda abertzale o de EA. Este equilibrio se ha quebrado ahora: los 120.000 votos perdidos por el PNV no han podido ir ni a EA ni a Aralar ni a IUN ni a la abstención por motivos obvios, de modo que han derivado al PSOE en una parte muy importante.

La lectura política resulta evidente. El PNV ha difuminado tanto sus fronteras ideológicas con el PSOE que ha terminado por abrir la puerta a esa fuga de votos. La justificación del bipartidismo se queda muy corta: esos votos no se marcharon por ejemplo cuando los simpatizantes jeltzales podían verse también tentados de apoyar al PSOE para impedir que llegaran a La Moncloa José María Aznar, en 1996, o Mariano Rajoy, en 2004. Ahora sí se han ido, quien sabe si con billete de vuelta o no.

En Nafarroa también se han caído discursos más relacionados con las ilusiones que con los hechos. El impacto social del «agostazo» no debía ser tan grande cuando el PSN obtiene los mejores resultados de toda su historia siete meses después. Y no cabe argumentar que han votado a Zapatero como mal menor, porque ¿no fue precisamente Zapatero quien decidió dar el Gobierno a UPN?

El detalle de los resultados pueblo a pueblo deja más claro que la supuesta crisis interna del PSN tenía más de interesante serpiente de verano que de realidad objetiva. En Sartaguda, donde el PSOE llegó a expulsar al alcalde, el partido retiene 366 votos y NaBai se queda en 89; y en Ablitas y Fitero, donde se llegó a publicar que el PSN desaparecía, multiplica por 20 y por 10 los votos de la coalición.

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