E l breve impás que supuso el largometraje documental «Cruzando los puentes: los sonidos de Estambul», le ha servido a Fatih Akin para retomar el impulso que inspiró su desafiante «Contra la pared».

Ambiciosa en sus intenciones y tratamiento visual -sobre todo en lo concerniente a una estructura que alterna los planos contemplativos, los saltos temporales y largos travellings-, «Al otro lado» persevera en su intención de indagar en el dolor que provocan las heridas abiertas y los encuentros culturales no muy bien avenidos.

La difusa frontera entre pasado y presente se citan a lo largo de este mosaico fracturado que nace de una especie de «efecto mariposa» y se expande a lo largo de un recorrido físico y emocional cortado a la medida de un variado grupo de personas que comparten mucho más de lo que ellos creen.

Prologado por un inicio hipnótico, este filme, desconcertante de principio a fin, obliga al espectador a emprender un viaje iniciático en el que todo es posible y la casualidad adquiere una dimensión muy determinante en los recorridos paralelos emprendidos por los protagonistas.

Amor, perdón, vida muerte y redención se citan en este ambicioso conjunto de crónicas incompletas cuya particularidad narrativa la emparenta, engañosamente, con la artificiosamente rocambolesca «Babel» del mexicano Alejandro González Iñárritu.

A pesar de lo mencionado con anterioridad, «Al otro lado» no es una película difícil de paladear.

Su aparente complejidad es un mero espejismo que Akin hace real gracias a una hábil montaje y un guión que deja entreabierta la posibilidad de reírnos de vez en cuando mientras nos perdemos en las entrañas de este laberinto íntimo que apunta a múltiples direcciones temáticas y que incluye interpretaciones tan deslumbrantes como la que lleva a cabo la veterana actriz Hanna Schygulla.