No sé qué esl o que puedo decir de una película de la que solamente me han gustado los títulos de créditos iniciales.

Esa idílica escena campestre concluye con el perro guardián zampándose a un inocente pajarito, en un visto y no visto. Es de un crueldad que recuerda a Chabrol, pero la comedia negra que sigue no va por derroteros tan refinados e irónicos, aunque lo pretende. A las primeras de cambio ya se decanta hacia el consabido «made in Spain», con una desmedida e incontrolada propensión por la escatología y el mal gusto, tanto en los momentos de sexo como en los de violencia, que son puntuales pero se ven venir de lejos. Luego, nos aburrirán con la cantinela de que estas cosas no son exportables, pero por alguna razón se siguen produciendo.

El cine del irregular Antonio Hernández es una clara muestra, pues después de hacer una buena película con factura internacional como «En la ciudad sin límites» ya no ha vuelto a salirse del ruedo, con faenas destinadas a los abonados al topicazo y un estilo muy dependiente de la impersonal demanda televisiva.

«El menor de los males» es una burda intriga folletinesca, planteada al modo de las comedias de situación para la pequeña pantalla, a partir de un único escenario y un reducido grupo de personajes. De hecho, el actor Roberto Álvarez se comporta igual que en esas teleseries de tres al cuarto que suele protagonizar dentro de un limitado registro risueño, y su caricatura del político corrupto de derechas resulta tan obvia que pierde automáticamente cualquier posible potencial crítico.

A su lado, Carmen Maura es un pálido reflejo de las tragicómicas mujeres que ya ha interpretado para Almodóvar, sin que la ascendente Verónica Echegui aporte savia nueva, por responder al vulgar estereotipo de la jovencita chantajista de los programas de telebasura, que no es nada sin un paparazzi detrás. En el colmo de la cutrez el fotógrafo en cuestión se llama Patiño, en un torpe guiño a los consumidores habituales de las emisiones dedicadas al cotilleo.