El síndrome del perdedor se ha adueñado de un PNV malacostumbrado a ganar. Sólo desde estos términos -más sicoanalíticos que políticos- se explica la celeridad y la intensidad de su cortejo al PSOE. Que el PNV le tiene pánico a un cambio real e iba a apostar por una reforma estatutaria con Zapatero era más que previsible hace tiempo, pero quien más quien menos suponía que aspiraría además a presentar un producto atractivo para la izquierda abertzale. Nada de eso. Su plan no engaña ni siquiera en el nombre: Euskadi -tres territorios- 2020 -menos de una generación-. Muy poco en un momento en que, según el propio PNV, la solución definitiva se rozó con la punta de los dedos.

Urkullu tira por los suelos el precio de ese acuerdo, evidentemente para que el PSOE no le pueda decir que no. Que habrá acuerdo de reforma y autogobierno parece claro. Pero el gran acuerdo, el de la resolución, el deseado, seguirá pendiente. Algo sabrá de esto el dirigente del PSE Jesús Eguiguren. Lo decía ayer en ``El Diario Vasco'': «Si no vamos a acabar con el terrorismo y no vamos a incorporar a la izquierda abertzale, lo que se habló en Loiola, sin negar su validez e importancia, deja de ser políticamente útil (...) Como una negociación con el PNV queda extraño».

Urkullu define Euskadi 2020 como «contrato». Eso es cierto. Un contrato con el PSOE para seguir gobernando. Nada más.