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Zapatero no descarta el apoyo del PNV en la sesión de investidura

Los buenos resultados obtenidos por el PSOE tanto en el Estado español como en el conjunto de Hego Euskal Herria le permiten, al menos por el momento, tomarse con cierta calma las cuestiones vascas. Ahora parecen ser otros, como el PNV, los acuciados por los plazos que ellos mismos se pusieron antes de las elecciones del 9-M, probablemente pensando que el escenario sería distinto.

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Iñaki IRIONDO

En campaña, el PNV afirmaba que después de las elecciones «nosotros estaremos en nuestro cuarto con la luz encendida y la puerta entreabierta. Si alguien llama, le diremos que nuestra primera apuesta es la normalización». Pero el 9-M pasó y los resultados se alejaron de lo previsto en Sabin Etxea. Y entonces, en lugar de esperar sentados, los jeltzales decidieron abrir de par en par la puerta y asomarse al alféizar para llamar a gritos al PSOE. Ahora es José Luis Rodríguez Zapatero quien, recostado en su cómoda mayoría y con poca inquietud sobre la consecución de su investidura, ha decidido que, si alguien quiere algo de él, ya irá a pedírselo. Y en ese «alguien» a quien espera sentado el PSOE incluye al PNV y también a la izquierda abertzale. Aunque el tratamiento para que se le acerquen será distinto: a los jeltzales les enseñará alguna zanahoria; a los independentistas, palo.

Zapatero, a verlas venir y sabiendo quién le puede ofrecer qué. El líder del PSOE da la impresión de estar bastante convencido de que tiene la investidura garantizada e incluso está sembrando la idea de que tiene asegurado el voto del PNV en esa sesión plenaria, lo que bien puede ser una formulación propagandística. Pero lo que el PSOE sí está dejando claro es que no va a hipotecar su legislatura por conseguir el apoyo de los jeltzales. La victoria en votos sobre el PNV en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa le permite, además, mantener un punto de arrogancia, al menos en esta primera fase de las negociaciones a varias bandas.

Rodríguez Zapatero necesita una entente más o menos estable con el PNV o con CiU para afrontar la legislatura sin excesivos sobresaltos, pero todavía no es una urgencia. Es más que probable que ofrezca algún tipo de acuerdo a los jeltzales y que incluso esté dispuesto a hacerles alguna concesión, pero no será en el ámbito de la «normalización política» y menos aún en el breve plazo que queda desde ahora al pleno de investidura, que se prevé para el 8 ó 9 de abril.

En el PSOE dan por hecho que quien en estos momentos tiene una pelea contra el reloj en solitario con el calendario es Juan José Ibarretxe, que fue quien puso el mes de junio como meta para alcanzar un acuerdo con Madrid que llevar al Parlamento de Gasteiz, como antesala de la consulta del 25 de octubre. Puede que José Luis Rodríguez Zapatero esté dispuesto a algún compromiso sobre el desarrollo estatutario, incluso sobre una reforma del mismo, y que ofrezca también algo relacionado con la seguridad jurídica del Concierto Económico, para afianzar su relación con el PNV, pero no va a darle al lehendakari el pacto que le está pidiendo. A lo sumo, le podrá dejar abierta una vía de escape para justificar -si a estas alturas es ya justificable- un aplazamiento de la consulta y una remodelación de los plazos anunciados en la Cámara de Gasteiz el pasado mes de setiembre.

En La Moncloa y en Ferraz tienen la experiencia de la pasada legislatura, que comenzó con el portazo al Nuevo Estatuto Político para la CAV sin ni siquiera debatirlo y, pese a ello, concluyó con una sólida alianza entre los grupos parlamentarios del PSOE y el PNV que permitieron a Rodríguez Zapatero aprobar los presupuestos y salvar incluso la reprobación de la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, a pesar de que ello supusiera un pequeño rifirrafe entre los jeltzales y CiU, socios en Galeuscat.

Saben, por tanto, que hay materias con las que podrán granjearse el apoyo del PNV y que, como ocurrió también en la anterior legislatura, cuentan con toda la lealtad de este partido en la denominada «lucha antiterrorista». Pese a los llamamientos que en este tema ha hecho Rodríguez Zapatero para buscar el consenso con el PP a partir «del sufrimiento común», se da por hecho que todo ello no es más que una mera pose. No habrá nuevos pactos escritos en esta materia, porque el Gobierno sabe que cuenta con el apoyo de todo el Congreso de los Diputados para hacer lo que estime conveniente y considera que si los de Mariano Rajoy se quieren o no sumar a él es una cuestión del PP. Las últimas elecciones ya han sentenciado que el Ejecutivo del PSOE no va a perder apoyos por ese flanco.

Por todo ello, lo que el PNV puede esperar de Rodríguez Zapatero es «buen rollito», una mano tendida, acuerdos (y desacuerdos) puntuales con el PSE en el Parlamento de Gasteiz y alguna concesión fácilmente asumible por el Estado. No busquen, por tanto, ni avances profundos en la normalización política ni nada parecido a volver al santuario de Loiola. Ese tiempo de acuerdos son para otro escenario, como ha explicado perfectamente Jesús Eguiguren: «Si no vamos a acabar con el terrorismo y no vamos a incorporar a la izquierda abertzale, lo que se habló en Loiola, sin negar su validez y su importancia, deja de ser políticamente útil en estos momentos. Ahí queda como un referente de cara al futuro pero, como una negociación con el PNV, queda extraño. Aquello fue un método excepcional que intentó integrar en el sistema a la izquierda abertzale y al mundo radical. Para negociar con el PNV, ya está el Parlamento».

Se trata de una reiteración con otras palabras de lo que ya en su día expuso Ramón Jáuregui en la Mesa de Ajuria Enea. Xabier Arzalluz cuenta en el libro «Así fue» que, en una de las reuniones del Pacto, Carlos Garaikoetxea insistió en buscar una referencia explícita a que, además de poder defenderse todos los planteamientos políticos, también fuera posible conseguirlos, lo que suponía una alusión al derecho de autodeterminación. Según Arzalluz, «Ramón Jáuregui se puso muy nervioso. Salió de la reunión y se fue a hablar por teléfono con alguien de la dirección central de su partido. Y volvió diciendo que no iban a transigir en ese punto. `Lo que no es posible es que les demos ahora lo que les vamos a dar al final', dejó caer», relata el ex presidente del Euzkadi Buru Batzar.

Juan José Ibarretxe viene preguntándose desde hace meses en voz alta y en público por qué el Gobierno español niega a las instituciones negociar sobre aquello sobre lo que negoció con ETA en las conversaciones posteriores a la ruptura de los encuentros de Loiola. Y las últimas aclaraciones de Eguiguren le han llevado al jeltzale Josu Erkoreka a decir que tras las palabras del negociador del PSOE «hay un mensaje que puede resultar francamente arriesgado. Es como decir `si quieres esos objetivos, no optes por la vía democrática institucional, opta por una organización terrorista, porque es la única manera de que un Gobierno de España preste atención a esos planteamientos'».

En cualquier caso, lo que está claro es que, además de saber cuáles son las bazas con las que cuentan en el futuro para dar con las claves de la normalización democrática, los planes del PSOE pasan de momento por «ablandar» a la izquierda abertzale a base de golpes, para que acepte una solución en los términos estrictamente constitucionales que no admitió en el pasado. De ahí que el ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, hable de una fase larga de enfrentamiento y que Jesús Eguiguren lance el mensaje de que las líneas que el PSOE no quiso cruzar en el frustrado proceso negociador, e incluso la fórmula de «paz por presos», no es que no sean aceptables para su partido o para el PP, sino que son inaceptables para «la sociedad española».

Da la impresión de que el Gobierno español quiere dedicar la primera parte de su nueva legislatura a otros asuntos, como el económico, y que postergará a futuro las cuestiones relacionadas con Euskal Herria, aunque, claro está, son varios los agentes que influyen en este terreno y que pueden hacer cambiar las previsiones iniciales.

El PNV, en un difícil laberinto de estrategias y plazos fijos. El batacazo de los resultados electorales del 9 de marzo ha sentado muy mal en el PNV, cabe pensar que más que por los 114.000 votos perdidos (sólo 16.000 si la referencia fueran las municipales y forales de 2007), por el hecho de haberse visto sobrepasado por el PSE en todos los territorios y hasta en Bilbo. Las constantes reuniones de la semana postelectoral, algunas declaraciones viendo fantasmas en todos los sitios y las ocurrencias del tipo plan Euskadi 2020 para volver a contactar con «la sociedad», han sido muestras de un nerviosismo impropio de un gran partido como es el PNV.

La mayoría de los medios han (hemos) dicho ver en los últimos discursos oficiales del PNV un orillamiento de los planteamientos de la «hoja de ruta» del Gobierno de Ibarretxe y una rebaja desde lo que se pretendía como acuerdo para la normalización política a cambio de garantizar la investidura a la mera búsqueda de un «Acuerdo singular» lo suficientemente inconcreto en su planteamiento actual como para admitir distintas interpretaciones posteriores.

Sin embargo, desde el PNV se dice que estas lecturas son interesadas y se habla literalmente de «manipulaciones y tergiversaciones». Según se lee en su página web, «lo único cierto es que el Partido Nacionalista Vasco -el presidente del EBB y el lehendakari- en la Plaza Nueva dejaron muy claro que EAJ-PNV reclama, por una parte, que esta sociedad pueda decidir su propio futuro y que, además, es el momento de constatar si Rodríguez Zapatero tiene o no tiene voluntad para superar el conflicto político vasco. El resto -muchos medios de comunicación y otros partidos- simplemente se han limitado a plasmar los titulares que ya tenían preparados el día anterior».

El tiempo -en este caso un periodo muy breve, al menos en una primera fase- pondrá a cada cual en su sitio y mostrará cuál es el camino que sigue el PNV. De momento, el discurso de Iñigo Urkullu en el Aberri Eguna dejó muy claro con quiénes estaban enfadados (ETA, ELA, EA...) y a quién tendían la mano (José Luis Rodríguez Zapatero).

El mayor problema que tiene el PNV es que se ha impuesto plazos fijos para dar pasos muy concretos. Para junio tiene que haber un acuerdo, o no, con Madrid que llevar al Parlamento de Gasteiz y esta Cámara tiene que decidir si convoca la consulta anunciada para el 25 de octubre o si, otra vez, lo que se decide es un adelanto de las elecciones autonómicas. El inicio de algún tipo de conversaciones con Zapatero puede llevar a una modificación de los plazos, pero ello no puede impedir que finalmente, en menos de un año, se tengan que convocar las mencionadas elecciones. ¿Con qué cartel va a presentarse el PNV a esos comicios?

Hoy por hoy nada hace pensar que el PNV esté dispuesto a un enfrentamiento con el Estado de la dimensión que supondría la convocatoria de una consulta sin contar con el beneplácito del Gobierno español, ni se puede atisbar que Zapatero vaya a aceptar un acuerdo en los parámetros que Ibarretxe planteó en su propuesta, que no olvidemos que incluye «el principio democrático de respeto a la voluntad de la sociedad vasca, y el compromiso de incorporar este reconocimiento y su ejercicio en el ordenamiento jurídico» (Lo que figura también en el programa electoral del PNV para las pasadas elecciones). ¿Qué va a hacer el PNV? ¿Presentar de nuevo a Ibarretxe volviendo a prometer otra vez una consulta en la próxima legislatura? ¿Cambiar de candidato para ir abiertamente a la búsqueda de una reedición de los gobiernos de coalición con el PSE? Y puestos en éstas, y abandonada la bandera soberanista con la desilusión que ello genere, ¿quién le asegura al PNV que no le vaya a ganar el PSE como ya ha ocurrido en los últimos comicios?

Además, no cabe olvidar que, si ya en estos momentos parece difícil una reedición de la coalición PNV-EA de cara a las próximas autonómicas, ésta será imposible si no se hace en clave de cierta exigencia reivindicativa ante el Estado. Y lo que se observa es que, desde las últimas elecciones municipales y forales, entre PNV y EA se está abriendo una fosa de malestar que es perfectamente visible en algunos dirigentes. La campaña de EA, y recientes pronunciamientos de Unai Ziarreta y Joseba Azkarraga criticando po- sibles giros del PNV, han suscitado que, por ejemplo, Josu Erkoreka les acuse de «practicar un testimonialismo tan barato y fácil como improductivo». Pero el portavoz jeltzale en Madrid ha sido incluso hiriente. Una entrevista preelectoral a Ziarreta llevaba por título «EA no pondrá en almoneda sus escaños en Madrid, como el PNV». Erkoreka responde: «Después de vistos los resultados del 9-M, entiendo perfectamente el mensaje de Ziarreta. Desde entonces le respeto mucho más. Admiro su certera visión y su gran capacidad para anticiparse a los acontecimientos. Ahora sé que, efectivamente, EA no pondrá en almoneda sus escaños en Madrid, porque ha perdido el único que tenía».

La izquierda abertzale, de resistir a convencer. La mayoría de los análisis que se hacen sobre los acuerdos postelectorales y los movimientos de PSOE y PNV obvian que para que pueda darse una solución real al conflicto es preciso contar también con la izquierda abertzale. Y, por cierto, habría que ver cuál sería la configuración del Parlamento de Gasteiz tras las próximas elecciones autonómicas si se impide la presentación de una candidatura de la izquierda abertzale y qué repercusiones tendría ello para el futuro político del conjunto de Euskal Herria.

Pocos dudan de que en la actualidad la izquierda abertzale mantiene al menos el mismo nivel de adhesión popular que obtuvo en las pasadas elecciones municipales y forales y que se cifró en torno a los 190.000 votos, legales o anulados. De hecho, resulta significativo que tanto el Ministerio español de Interior como la Guardia Civil se hayan visto obligados en los últimos días a difundir en los medios que tienen estudios que rebajan notablemente esa cifra, aunque en ningún caso explican cómo han obtenido sus conclusiones.

En las actuales condiciones, con la mayoría de la dirección encarcelada, con total restricción de la posibilidad de realizar actos públicos y con un seguimiento policial constante para tratar de acabar con cualquier tipo de reunión privada, resistir no es poco. Pero la propia izquierda abertzale es consciente a buen seguro de que necesita convertir esa resistencia en iniciativa política y que desde el Estado español no le van a dar precisamente facilidades para ello.

En los últimos días, tras la lectura inicial de los resultados electorales, la izquierda abertzale ha centrado sus mensajes en la denuncia del fraude autonomista que, en su opinión, preparan PNV y PSOE. Sin embargo, no se les pasará por alto que esa denuncia requiere además la presentación de una alternativa. La izquierda abertzale contemplaba en vísperas de las elecciones la necesidad de «una iniciativa política en clave de avance que permita aglutinar a sectores independentistas y a otros sectores sociales que apuesten por el cambio, por la democracia y la igualdad de oportunidades».

El pasado Aberri Eguna permitió ver y escuchar dos mensajes claramente diferenciados en Hendaia y en Bilbo. La unión de fuerzas que se dio en la convocatoria del Foro de Debate Nacional puede ser el embrión de un movimiento lo suficientemente amplio como para impedir el fraude que se anuncia. Pero esa acumulación es hoy todavía incierta e improbable.

El panorama general, como ha quedado descrito, resulta enmarañado y difícil de desliar se mire como se mire.

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