PÁGINA 12 | Juan Gelman 2008/4/3
Dos derrotas
La Casa Blanca está descontenta: no pudo lograr que sus aliados del Medio Oriente boicotearan la conferencia cumbre que la Liga Arabe llevó a cabo en Damasco -capital de otro miembro del «Eje del Mal»-, ni que las tropas del gobierno iraquí, con el apoyo de efectivos estadounidenses y británicos, derrotaran a las milicias de Moqtada al Sadr, tan chiítas como los que tuvieron enfrente. Estos dos fracasos fortalecen la cadena Siria-Irán-Hamas-Hezbolá y hacen tambalear el plan que los partidarios del «poder inteligente» esbozaron para reducir la intervención militar de EEUU en guerras que tanto rechazo interior han provocado: consiste en dominar la región delegando tareas en naciones árabes amigas, en especial Egipto y Arabia Saudita (...).
Las presiones del Departamento de Estado no rindieron frutos. (...) Este pretendía aislar definitivamente a Siria y ocurrió exactamente lo contrario. La conferencia terminó aprobando la posición intransigente de Damasco en el problema palestino: en su declaración final subraya que la retirada israelí de los territorios ocupados desde 1967 es condición previa a la paz y no materia de negociación. Corrobora además las resoluciones de la ONU (...). Esta postura es nueva y anunciaría cierta voluntad de emancipación política de los países árabes «moderados» respecto de la Casa Blanca. (...)
El segundo fracaso estadounidense, esta vez militar, se produjo casi en los mismos días. El primer ministro iraquí Nuri al Maliki lanzó una vasta ofensiva contra las milicias chiítas de Al Sadr que controlan Basora. Le fue mal: aun ayudado por los bombardeos aéreos y de artillería de las tropas de EE.UU. y Gran Bretaña, el ejército iraquí no pudo desarmar a los sadristas, propósito declarado de la operación.
Altos funcionarios de la Casa Blanca y del Pentágono han filtrado a la prensa que Maliki decidió la ofensiva «sin consultar a sus aliados estadounidenses» (...) Son falsedades obvias. Los que calcularon mal fueron los jefes norteamericanos: atribuyeron la inacción de Al Sadr durante varios meses a la desorganización y la disminución de sus efectivos que, en realidad, habían emprendido el proceso contrario, el entrenamiento y la concentración de milicianos (...).