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CRíTICA | Cine

«Luz silenciosa»

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Mikel INSAUSTI

He recuperado la fe en el cine gracias al mexicano Carlos Reyga- das, que me ha hecho creer de nuevo en un arte superior, hecho por personas humildes que ponen su conocimiento al servicio de una obra universal que es de todos. Creo que era Werner Herzog el que decía que el cineasta debe ser como un monje, más bien como el abad del monasterio, que es el que toma las decisiones en nombre de su comunidad. El cine contemplativo ha encontrado un hito reciente en «El gran silencio», resultado de una vida dedicada por Phillip Gröning a la aspiración de atrapar en la pantalla el misterio de la renuncia material personificado por los cartujos, dedicados en cuerpo y alma a la meditación.

Como agnóstico convencido, encuentro una belleza sublime y absolutamente desprendida en el empeño humano por trascender, por elevarse por encima de las miserias terrenales. Quienes reducen el estilo único e incomparable de Carlos Reygadas a la influencia todopoderosa del maestro Dreyer, a propósito del paralelismo evidente entre «Luz silenciosa» y «La palabra», no terminan de entender las diferencias existentes entre ambos autores, a los que les separa un abismo, y no sólo cultural. El mexicano se atreve a hablar de lo divino desde lo más mundano, porque sabe retratar con igual detalle la bajeza o la carnalidad que el éxtasis místico. Por lo tanto, es un cineasta de recorrido más largo que el nórdico, y que me perdonen los ortodoxos de la cinefilia por ser un sacrílego. Fueron Iñárritu y Cuarón, los que en Cannes salieron en defensa de su compatriota ante los ataques de los fundamentalistas de siempre, para insistir en que Reygadas no hace un cine narrativo. Antes, a las películas contemplativas se las encuadraba despectivamente dentro de un género bautizado como «ver crecer la hierba». Yo soy todavía más bruto, porque pienso que solamente existen las buenas o las malas películas, y me puedo aburrir soporíferamente con una cinta de acción de montaje vertiginoso, si no está bien hecha, o por el contrario, disfrutar a tope con un documental filmado a tiempo real, siempre y cuando me emocione. Para eso, hay que dejar los prejuicios fuera de la sala de cine, algo que me ha costado muchos años poner en práctica y hoy en día lo agradezco infinito.

«Luz silenciosa» es una obra totalmente virgen de polvo y paja, que ha de ser vista con ojos inocentes, en cuanto única manera de redescubrir el cine en estado puro.

El drama que acontece en «Luz silenciosa» es esencial hasta la médula, gracias a que no está condicionado por ningún convencionalismo o regla social al uso. Los protagonistas lo viven según su conciencia, al ser «menonitas» y formar parte de una especie de reserva espiritual, en la que se han superado las diferencias de clase y, lo que es más importante, no hay ninguna dependencia de los canales de comunicación globalizadores. Su paraíso, aunque esté situado en la frontera entre México y los Estados Unidos, no se identifica con ninguno de ambos países y sus respectivas posturas frente al desarrollismo. Ellos han conseguido detener el tiempo, así que disponen de espacio suficiente para encontrarse a sí mismos, libres de presiones externas. Solos frente a la naturaleza y acariciados por una cálida luz, asumen sus sentimientos con serenidad. Su meta es vencer al dolor y al sufrimiento, por medio de un silen- cioso camino de expiación, para concluir que el perdón es el arma más poderosa que hay en la tierra. El amor lleva consigo un sacrificio, incluso dando una vida por otra.

Ficha

Título original: «Stellet licht». Dirección: Carlos Reygadas. Guión: Carlos Reygadas. Intérpretes: Cornelio Wall, Miriam Toews, Maria Pakratz, Elizabeth Fehr, Joacobo Klassen, Peter Wall. País: México, 2007. Género: Cine contemplativo. Duración: 127 minutos.

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