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Los indicadores económicos anclan a Euskal Herria en el contexto político europeo

La economía mueve el mundo. Aceptemos como punto de partida, siquiera excepcionalmente, un principio que condiciona de plano la actividad pública y que, en no pocas ocasiones, se utiliza como arma arrojadiza para coartar escenarios de cambio político. No es preciso siquiera remontarse a la «doctrina de las berzas» que acuñara con tan poco acierto Xabier Arzalluz en plena batalla popular contra el proyecto nuclear para la costa vasca. Desde entonces se ha empleado con profusión, de manera retórica y con escaso rigor la tesis de la inviabilidad de una Euskal Herria soberana. Los vascos y las vascas no pueden vivir sin ser parte de las dos organizaciones estatales que se reparten sus territorios. El axioma se acompaña, por aquello de actualizar una leyenda añeja, con referencias al marco europeo. Sin embargo, la evolución de ese marco de referencia es la que ha llevado a que ese argumento amañado se estrelle definitivamente con la realidad. No obstante, para que la realidad pueda ser tenida en cuenta como tal, es necesario un ejercicio de cuantificación en base a herramientas homologadas. Es decir, los ciudadanos tienen que saber cuáles son las cifras que arroja su país, sin sesgos territoriales, para poder establecer a partir de esa base la comparación con el marco natural de referencia que no es otro que Europa o, por ceñirnos a un espacio más definido en materia económica, la Unión Europea. La dimensión territorial y el peso demográfico han sido apuntados también con asiduidad como hándicaps invencibles para los vascos. Sin embargo, las modificaciones en el mapa europeo producidas al final del siglo XX -más en concreto a partir de la desintegración de la URSS y la proclamación de independencia de las tres repúblicas bálticas- han dejado al descubierto la falacia de esa argumentación que se diluye definitivamente como un azucarillo ante episodios más recientes, como los procesos de adhesión a la UE de Malta y Chipre o el nacimiento como Estado de Kosovo. Si antes era difícil hoy es simplemente irrisorio manejar ante la ciudadanía vasca la razón política de que un país con tres millones de habitantes no puede vertebrarse como estado, si así lo desean sus habitantes, en la Europa del siglo XXI.

Retos sociales fundamentales

La fotografía de esta nación que nos han ocultado históricamente aflora, no sin esfuerzo, en base a trabajos de documentación y análisis de datos como el que ha presentado en sociedad el Observatorio para el desarrollo social y económico de Euskal Herria, Gaindegia.

Sólo ha hecho falta que pasaran unas horas desde la presentación de ese trabajo estadístico, llevada a cabo en la tarde del viernes en Donostia, para comprender el valor de contar con instrumentos que permiten dibujar con el máximo de exactitud lo que ocurre en nuestro país y determinar de forma certera los grandes retos a los que se enfrenta Euskal Herria. Ayer mismo, los ministros de Finanzas de la UE (Ecofin) marcaron durante un encuentro en un estado y socio europeo de nuevo cuño como es Eslovenia (dos millones de habitantes) su estrategia de cara a la reforma del gasto público con vistas a mantener el modelo del estado del bienestar.

La media comunitaria de gasto social se fijaba en 2005 en el 27,2%, pero las diferencias entre los miembros de la Unión son muy importantes. Así, Letonia destina un 13% de su PIB al gasto social, mientras que Suecia otorga a esta partida clave un 33%. ¿Estamos los vascos en disposición de encarar los retos que acompañan, junto a otros fenómenos, al envejecimiento de la población? Esa pregunta hasta la fecha sólo podía ser respondida parcialmente, desde atalayas limitadas, como las erigidas en las últimas décadas por las instituciones de Nafarroa y la CAV. A partir del estudio hecho público por Gaindegia podemos responder de igual a igual: sabemos que Euskal Herria ocupa el decimoctavo puesto del ránking de protección social y que su Producto Interior Bruto por habitante supera en algo más de 5.000 euros al de la Unión y en unos 2.000 euros al de Japón, aunque se sitúa casi 7.000 euros por debajo del PIB por habitante de Estados Unidos.

Euskal Herria es, según esa fotografía, un país próspero, pero un país que tiene mucho que mejorar en la distribución más equitativa de su riqueza si quiere aspirar a mayores niveles de cohesión social; en definitiva, a un mayor bienestar para el conjunto de su ciudadanía.

Por mucho que el debate político se retroalimente estos días con actitudes de imposición que ya se demostraron inútiles en el pasado -iniciativa jeltzale para saciar el ansia del PSOE de dar un golpe de mano contra la voluntad expresada en las urnas por la ciudadanía de Arrasate, diálogos en Madrid para tejer entendimientos en clave de ratificación del límite constitucional, reposición de la bandera que Franco impuso en la fachada municipal de Bilbo...-, lo cierto es que la recopilación de datos económicos realizada por Gaindegia permite ex- traer una imagen bastante más nítida y, lo que es más importante, con proyección de futuro de lo que es hoy y a lo que puede aspirar como pueblo Euskal Herria.

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