Jesús Lezaun Sacerdote
Monseñor Sebastián, cuestión de Estado
En catorce años de obispo de Iruñea, para desgracia de Nafarroa, no ha pronunciado ni una palabra de desagravio a los 3.500 fusilados aquí por las mesnadas franquistas al grito de «¡viva Cristo Rey ¡»
Monseñor Sebastián, si siempre fue un rudo problema, se está convirtiendo aceleradamente en una aguda cuestión de estado. Siempre habló mucho, pero su jubilación en septiembre pasado lo ha convertido en un locuaz incurable, provocador y desafiante. Antes de dimitir también creaba problemas. Cuando, por ejemplo, en una conferencia en León, presentó a unos partidos ultraderechistas como posibles objetos de voto de los católicos. Chocó y escandalizó porque no eran partidos simplemente de derechas, sino ciertamente fascistas. En un gesto insólito que a él le pareció intrascendente, apareció en la tele tocado con el gorro charol de la Guardia Civil, aquí en Nafarroa precisamente. A mí me la calificó ingenuamente de «protectora».
Después de jubilarse, cuando creíamos que se retiraba al silencio a rezar, le ha dado por hablar profusamente de todo. Cada día toca un tema, que lo presenta a su aire, suscitando discusiones sin cuento y disputas apasionadas. Un día habla, en extraña referencia a la falta de cuidados paliativos en la muerte en cruz de Cristo, como ejemplo de lo que podía ser una muerte digna de cualquier cristiano. Extraña alusión, dislocada y ruda que pone todo del revés. Después pretende aclararlo todo, dejándolo peor que antes. Hombre obsesivo. A él se le desató la obsesión ante la muerte de una enferma francesa incurable. Hubo periódico que tituló el tema: la Iglesia a favor del dolor. No le faltaba razón.
Después inmediatamente, sin diluirse la discusión de los paliativos, que él también toma, en un sistema médico como el que tenemos, se ha precipitado en una cascada de declaraciones cada vez más estridentes, sin análisis suficientes y pontificando a mansalva, cosa que tanto le gusta. Primero es la exaltación del franquismo y la retorcida afirmación de que la Iglesia no propició los inmensos favores que Franco le concedió. ¿Cómo que no los provocó? Su decidida participación en la sublevación y su obscena identificación con el régimen justificaban cualquier abuso.
En catorce años de obispo de Iruñea, para desgracia de Nafarroa, no ha pronunciado ni una palabra de desagravio a los 3.500 fusilados aquí por las mesnadas franquistas al grito de «¡viva Cristo Rey ¡».
Luego se ha puesto a rodar con brío en el enjuiciamiento de los partidos. Del PSOE ha dicho que si de palabra no, de hecho descristianiza a la sociedad. De HB, que prácticamente está en la cárcel y el no mueve un dedo por esa suma injusticia, ni clama contra el infame sistema jurídico que tenemos aquí, ha dicho que, allí donde se asienta, descristianiza la sociedad. A mí me dijo una vez: tú conoces bien a HB. Le dije que sí. Pues que le tenía que informar. Aún estoy esperando. Para alguna cosita que le cuentan monta un tinglado de desprestigio infinito, sin saber de la misa la media.
A los presos les han impuesto porque sí, en un ejercicio de brutal justicia, caprichosa, cruel y esperpéntica que sufrimos, cadena perpetua sin más ni más. Y al teólogo Sebastián por lo visto le parece bien. Como le parece bien la Ley de Partidos y la ilegalización por la brava. Yo personalmente durante unas seis elecciones no he podido votar. Soy un ilegal. Nunca se podrá contar el número de gentes navarras que Sebastián ha apartado de la Fe.
Sebastián es ya un agudo problema de estado, que es preciso atajar antes de que nos lleve a un nuevo 36, como al parecer sería su deseo. Roma lo debe silenciar cuanto antes. Nos urge a todos, españoles y vascos. Que se calle de una vez. Sebastián no distingue entre la moral de la Iglesia y la moral del estado, y los principios que las rigen. La Iglesia califica las cosas, y señala lo que es bueno y lo que es malo. El estado por su cuenta trata de arreglar o suavizar las situaciones malas, a veces valiéndose del principio del mar menor.
Si un ciego guía a otros ciegos, todos caen en la fosa.