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Errose Erezuma En nombre de la familia Erezuma y de Egia , Justizia eta Oroitzapena

En recuerdo de Naparra

Ojalá nuevas investigaciones lleguen a alumbrar definitivamente las circunstancias en que se produjeron su muerte y su desaparición, por la exigencia de justicia y verdad, y por la conveniencia de reconstruir la historia real de la lucha de nuestro pueblo por su libertad

Hoy se cumplen 50 años del nacimiento en Iruñea de José Miguel Etxeberria, más conocido como «Naparra». No pretendemos glosar su figura como persona o militante revolucionario. Otros ya lo han hecho y deseamos que nuevas aportaciones vengan a enriquecer el conocimiento de su personalidad en vida y el contexto político en el que tuvo que desenvolverse. Y ojalá nuevas investigaciones lleguen a alumbrar definitivamente las circunstancias en que se produjeron su muerte y su desaparición, por la exigencia de justicia y verdad, y por la conveniencia de reconstruir la historia real de la lucha de nuestro pueblo por su libertad, ofreciendo luz a unos hechos aún no aclarados para que integren el patrimonio de la memoria colectiva. Pretendemos simplemente rendir un pequeño tributo de cariño y amistad a una familia quebrada por el dolor de una ausencia sin relato ni trazas que se inicia el 11 de junio de 1980. Queremos decirles a la madre Celes, al hermano Eneko y al aita ya fallecido (pero que sabemos que nos escucha), que les comprendemos y sentimos su sufrimiento, y que nos identificamos con su lucha permanente por el esclarecimiento de lo sucedido aquel terrible día.

La trayectoria vital de esta familia se asemeja bastante a la pasión de un continuo vía crucis: La angustia sentida cuando el Batallón Vasco Español reivindica el secuestro de Naparra. Su desesperación cuando la misma organización confirma el asesinato y enterramiento del cadáver en una zona próxima a Donibane Lohizune. La confusión creada cuando les informan que gendarmes franceses han trasladado los restos a otro lugar. La impotencia generada al rastrear el sitio señalado sin resultado alguno. Las emociones cruzadas durante la sangrante experiencia del reconocimiento de otros cadáveres aparecidos en estado de descomposición. La desilusión que sienten cuando se dan cuenta de que la Policía francesa no cumple con el compromiso de investigar el caso y la justicia de ese país lo cierra. La leve esperanza que se abre cuando dos periodistas españoles señalan la responsabilidad de los mercenarios hermanos Perret en el crimen y desaparición de Naparra. La tristeza que les produce que compañeros de su hijo acusen a otra organización armada vasca independentista de la muerte del militante autónomo. La sensación de soledad y abandono por el aislamiento que en un principio perciben dentro de su propio entorno. La rabia inducida por la actuación de la Audiencia Nacional cuando el juez Ismael Moreno se niega a abrir nuevas investigaciones, no acepta que declaren ni los responsables de la época en la lucha antiterrorista ni Gilbert Perret y admite a testigos tendenciosos, dando por cerrado después de varios años el expediente abierto a instancias de la familia. La indignación que les causa la actuación de ese tribunal por admitir la ridícula hipótesis de la desaparición voluntaria de José Miguel. La decepción por el comportamiento del grupo creado dentro de la comisión de derechos humanos del Parlamento de Gasteiz para tratar el tema de las otras «víctimas». Decepción extensible a partidos, organizaciones de derechos humanos, agentes e instituciones por su silencio e indiferencia ante la injusticia y el drama personal...

En fin, es difícil ponerse en la piel de esa familia para sentir su amargura, el desánimo y la desmoralización que conllevan la ausencia de noticias sobre el paradero de los restos de Naparra, los autores y responsables de su muerte y desaparición y el resto de acontecimientos. Representa una herida abierta que daña el corazón y hace sufrir tanto al cuerpo como al alma. Sin embargo, alabamos su resurrección continua, sus esfuerzos para sobreponerse a la desgracia, su lucha constante por conocer la verdad, hacer justicia y conservar la memoria de la vida y la muerte de su allegado y de otros militantes, tanto mediante su participación en actos y homenajes como en organizaciones de apoyo a afectados por la violencia de estado.

Por último, recogemos parte de un escrito de la familia de José Miguel del año 2000, como reclamación que nunca prescribe: «Tenemos el derecho de exigir el total esclarecimiento de todas estas acciones que han sembrado tanto dolor y sufrimiento en nuestra tierra. Tenemos derecho de saber quiénes fueron los autores materiales y los responsables del secuestro, desaparición y asesinato de nuestro hijo y hermano José Miel. Tenemos el derecho de exigir que los culpables respondan de sus actos ante la justicia. Tenemos el derecho de exigir que conozcamos la verdad de lo que sucedió con nuestro hijo y hermano. Tenemos derecho de exigir que el cuerpo de nuestro hijo y hermano nos sea devuelto por los que nos lo arrebataron. Tenemos el derecho de exigir que el cuerpo de nuestro hijo y hermano descanse en paz entre los suyos, en su tierra».

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