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Iñaki Lekuona Periodista

Los pelos de la Bruni

La semana pasada, la foto en blanco y negro de una mujer desnuda, tapándose pudorosa con sus manos los pelos del pubis alcanzó los 91.000 dólares en una subasta y proporcionó no sé cuántos más a multitud de editores de revistas amarillas y a muchos más periódicos generalistas supuestamente serios. Algo de morboso debe de tener el cuerpo candoroso de Carla Bruni y algo de misterioso su vello púbico para que la mujer de Nicolas Sarkozy provoque tantas reacciones en todo el mundo civilizado, que en el incivilizado les importa un pito si esta señora se depila o no las ingles, que bastante tienen con resolver el día con algo para llenar el estómago

La reflexión, formulada de manera mucho más educada, es de un tal Beat Richner, pediatra suizo que dirige la asociación Kantha Bopha Children's Hospital, que posee una red de hospitales en Camboya. El caso es que el fotógrafo había convencido al vendedor de la obra, un coleccionista alemán, de que donara el dinero de la subasta a esta asociación.

Pero Beat Richner, que no tiene pelos en la lengua, lo ha rechazado. Dice que no quiere que su asociación se vea mezclada «con la utilización mediática de la desnudez de la señora Bruni». Cree el pediatra, que por lo visto tampoco tiene un pelo de tonto, que la idea de donar el dinero a su proyecto de ayuda a niños y sobre todo niñas camboyanas es una estratagema para «conseguir publicidad para la subasta y renombre para el fotógrafo. Es un medio de servirse de nosotros».

Pero no se queda ahí la reflexión del pediatra porque, según él, en Camboya la utilización del desnudo femenino no se comprende de la misma forma que en Occidente. «He tomado esta decisión por respeto a nuestros pacientes y sus madres», ha explicado. «Aceptar este dinero proveniente de la explotación del cuerpo femenino se hubiera entendido como un insulto». Cosas que tiene el Tercer Mundo.

No es una cuestión de moral retrógrada frente a una percepción occidental del desnudo artístico. Es la elección de alguien que trabaja en un país en el que el 22% de los turistas que viajan allí lo hacen por motivos sexuales. Lo dicho, cosas que tiene el Tercer Mundo, que no sabe ni quién es la Bruni ni le importa el misterio que esconden los pelos de entre pierna y pierna.

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