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«No me gusta demasiado la idea de alterar la selección natural»

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Ana María ARANSAY Directora de genómica funcional del CIC bioGUNE

Licenciada en Ciencias Biológicas por la UPV-EHU, desde 2004 ocupa el cargo de responsable del Laboratorio de Genotipado en la Unidad de Genómica Funcional de CIC bioGUNE, que busca identificar regiones del genoma implicadas en enfermedades como alzheimer, diabetes o cáncer de colon.

Acaba de participar en el ciclo de conferencias sobre «Darwin y Wallace» organizado por la Fundación BBVA en Bilbo, donde habó sobre «Evolución humana y enfermedades».

Darwin hablaba de la influencia del medio ambiente en la selección natural. En la era de la genética, ¿no hay un abandono de la importancia de los factores ambientales en la evolución de ciertas enfermedades?

Para nada, todo lo contrario. La bioinformática está ayudando a integrar todas las características que puedan ayudar a comprender las causas de una enfermedad, como los hábitos alimenticios o medio ambiente que se frecuenta. Muchos datos serán difíciles de obtener, pero está claro que ante la complejidad de algunas enfermedades no se ha de descartar ningún factor.

Hitos como el de la descripción de la molécula de DNA, proyectos como el del Genoma Humano, abrieron la puerta a la terapia genética. ¿Realmente esta medicina ha avanzado tanto como se esperaba?

Quizás las expectativas sociales son mucho más optimistas que la realidad, ya que a pesar del desarrollo tecnológico a veces no hay suficientes subvenciones para llevar a cabo estudios que resuelvan hasta el final las hipótesis planteadas. Muchos proyectos con resultados esperanzadores se quedan congelados y sin validar porque se acaba la dotación económica, y por lo tanto hay mucho esfuerzo perdido por el camino. En otros casos, el planteamiento inicial del proyecto puede ser erróneo o quizás los resultados no son los esperados. Todo junto hace que la ciencia no vaya tan rápido como se espera desde fuera del laboratorio.

Porque la descripción del genoma humano en 2000 abrió muchas expectativas. ¿Fueron los científicos algo prepotentes sobre la rapidez con la que se podían aportar soluciones?

No creo que se deba generalizar al respecto. Pero quizás lo que se malentendió en su momento es que por supuesto que se había avanzado en la descripción del genoma humano, pero no al completo. Todavía quedan regiones y modificaciones del genoma por caracterizar y después aprender sobre la variabi- lidad que ciertas regiones presentan dentro de una población y entre poblaciones.

Se dice que estamos en la era de las «-ónicas». Citogenómica, Genómica, Proteómica, Metabolómica... ¿Entiende que dé un poco de miedo lo que nos llega de la mano de la genética?

¿Miedo? No sé, no debería de dar miedo; quizás hemos de pedir que los hallazgos que se hagan en este campo sean planteados a la sociedad claramente y no sean tan sensacionalistas.

Porque, ¿hay que ser excéptico con los titulares informativos que hablan de «descubierto el gen causante de....»? ¿Hay un exceso informativo del «gen nuestro de cada día», como alguien lo ha definido?

Efectivamente, hay demasiado sensacionalismo por interés, aunque no siempre. Por suerte muchas veces es cierto.

La medicina del futuro, se dice, pasa por la medicina personalizada, que no individualizada.

Quizás se debiera haber definido como «medicina grupal»; es decir, la medicina que diagnostique y que dé tratamientos dirigidos a «grupos» con perfiles genéticos comunes más que tratamientos «individualizados».

¿Cuál es el reto de esta medicina personalizada o grupal?

Definir grupos homogéneos de pacientes, de manera que se encuentren marcadores como variantes en el DNA, proteínas, etc, adecuados para identificar cada grupo y poder así aplicar tratamientos específicos que maximicen la respuesta a dicho fármaco y minimicen los efectos secundarios en cada grupo.

Hablamos del futuro, porque la solución a enfermedades complejas como diabetes, alzheimer y otras deberá esperar aún muchos años.

Me temo que sí. Aunque se han hecho múltiples hallazgos, faltan muchas verificaciones, es-tudios funcionales, ensayos en modelos animales y ensayos clínicos.

Pero hay gente que no entiende cómo es posible que con tanta inversión e investigación en cáncer no se halle una cura.

Es complicado conocer todos los factores causantes de una enfermedad compleja y más aún las interacciones entre éstos y de éstos con el ambiente. El hecho de que cada vez se descubran nuevas alternativas del funcionamiento celular sigue abriendo campos que hay que trillar.

El biólogo Miroslav Radman ha defendido la necesidad de explorar la terapia genética más allá de la simple regeneración de tejidos en individuos enfermos. Ya no se trata, argumenta, de regenerar los tejidos de un individuo mientras viva, sino de interferir en el futuro de la humanidad para siempre. Es decir, un gen defectuoso se sustituye no en una célula concreta de un ratón determinado y, por tanto, sólo para él, sino en sus células reproductoras, de manera que ese ratón será resistente al cáncer para siempre y, por supuesto, también sus descendientes. ¿Qué opina?

Mi campo siempre ha sido la genética de poblaciones; no me gusta demasiado la idea de alterar la selección natural, sino que soy de la opinión de que hemos de aceptar que somos parte de un sistema dinámico que ha de seguir su curso.

Pero llegará un día en que el médico podrá decir a una persona qué enfermedad sufrirá de adulto o hasta de qué morirá. ¿Dónde debe quedar aquí el derecho a no saber?

Todo paciente tiene derecho a no saber.

¿Querría usted saberlo?

Si se puede hacer algo al respecto, al menos aplicar paliativos a tiempo para que no sea tan grave, sí, preferiría saberlo. Si no hay ninguna solución, mejor no sufrir toda la vida, ya llegará.

Joseba VIVANCO

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