ANÁLISIS | Hábitos de consumo
¿Hacia dónde va el mercado?
Koldo NABASKUES Presidente de EKA-OCUV
El autor analiza la evolución experimentada por el sector comercial en las últimas décadas. Reflexiona sobre las pautas de consumo y la forma de vida y relación social que se han creado y plantea si queremos que nuestra vida discurra en torno a los grandes espacios comerciales o que el comercio sea un instrumento para la vida de la comunidad social y cívica.
Los cambios sufridos por el sector comercial en las últimas décadas han sido sustanciales. La actividad de distribución en los años sesenta y setenta estaba muy repartida entre pequeños comerciantes independientes y/o asociados a enseñas (IFA, Spar, Vegé) y a algunas agrupaciones locales, ade- más de los mercados tradicionales (La Brecha, La Ribera, Santo Domingo, La Plaza) y sin olvidar los economatos de empresas (Iberduero, Michelin, Euskalduna) y las pequeñas cooperativas de consumidores (Bide Onera) repartidas por todo Euskal Herria, embrión de lo que más tarde sería Eroski. Se trataba de una tupida red que cubría de forma muy amplia las necesidades de abastecimiento de la población, ofreciendo calidad, cercanía, surtido, relación personal y competencia, lo que favorecía cierto equilibrio de precios. La compra era casi diaria y cercana.
La implantación y desarrollo de otros modelos de puntos de venta, pasando del tradicional mostrador al autoservicio venta a granel y, posteriormente, al autoservicio y más tarde al supermercado, así como la llegada y expansión de la cadena del frío, originan un cambio sustancial de aprovisionamiento y distribución (logística), que propicia la aparición de las «cadenas» y modelos fundamentalmente importados de Francia, que tratando de mitigar los gastos de transporte y distribución, amén de conquistar los espacios comerciales ya ocupados, despliegan sus recursos comprando establecimientos y/o cadenas pe- queñas con las que tratar de liderar los espacios de las salas de venta. En definitiva se abre la conquista del metro cuadrado.
Hay que tener en cuenta que gran parte de los beneficios que se obtienen en este sector, donde los márgenes de los productos envasados son cortos, son debidos a los flujos financieros. Las compras en este sector son negociadas con pagos a medio o largo plazo con los proveedores, mientras los clientes pagamos al contado. Es decir, que la rotación media de los productos en las estanterías puede llegar a ser tal que para cuando tienen que pagar la mercancía recibida en enero han vendido al por menor y cobrado las de febrero y marzo, es decir, un cash de tres meses que acumulan antes de tener que pagar al proveedor. Imaginemos las ventas de un super o hiper durante este tiempo y que este dinero permanece en su poder antes de tener que pagar a sus proveedores.
La lucha por la conquista del metro cuadrado de sala de ventas a partir de los años setenta por parte de las grandes empresas de distribución, que en aquellas fechas tenían poca presencia en nuestras ciudades y pueblos, desencadena la importación de modelos ajenos. Algunos hitos en ese sentido fueron el hipermercado Mamut en Oiartzun (1977), el hiper de Eroski (1985) en las afueras de Gasteiz y el aterrizaje de supermercados como Sabeco (Grupo Au- chan), así como la desaparición de los comercios locales, adquiridos por las grandes cadenas.
No sólo se ha producido el cambio en el sector de la alimentación, sino que todos los sectores comerciales como el textil, ferreterías, electrodomésticos, electrónica, muebles o deportes han sufrido una transformación radical con el cierre de muchos de ellos y la apertura de otros modelos como las grandes cadenas de establecimientos (Zara, Mango, Leroy Merlin, Aki, Saturn, Ikea, If, Declathon, Forum Sport) y sus respectivas franquicias. Se reduce así de forma significativa la oferta y se propicia la concentración empresarial en todo el sector.
A modo de ejemplo podemos tomar al grupo francés Carrefour que, mientras en 1973 abre su primer hiper en Catalunya, en 2006 gestiona en el Estado español 154 hipermercados (7 de ellos situados en Euskal Herria), 82 super (5 en Euskal Herria), 73 talleres mécanicos Fevert, 73 gasolineras, 74 agencias de viaje, 8 inmobiliarias, 135 filiales de seguros y finanzas, amén del desembarco en el mundo de la telefonía y otras enseñas que también le pertenecen como los supermercados DIA, con 2.100 empleos en Euskal Herria.
Un modelo alternativo es el de la cadena de supermercados Uvesco SA, con sede en Irun y ámbito de implantación en Gipuzkoa, Araba, Bizkaia, Nafarroa y Cantabria, con 150 supermercados, 1.700 trabajadores y 380 millones de venta, todo bajo las enseñas Super BM y Netto.
Asistimos a la llegada de otros tipos de comercios denominados de bajo precio como el alemán Lidl, los bazares regentados por personas de origen asíatico que permanecen abiertos todos los días del año, los restaurantes turcos monomenús o los nuevos centros de venta de prendas fuera de temporada, denominados Outlet.
Los grandes centros comerciales son los polos de atracción actuales, a semejanza de las plazas medievales que concentraban a los pobladores en sus intercambios comerciales, sociales y religiosos, se han convertido en los templos modernos hacia donde nos desplaza- mos de forma poco consecuente con nuestros supuestos principios medioambientalistas y racionales. Son lugares en donde se concentran y se uniformizan las ofertas, con amplios horarios y empeñados en tenerlos abiertos todos los días del año. No podemos olvidar que el gran negocio de los promotores de estos centros comerciales es el inmobiliario, por lo que a más días abiertos, rentas más altas. Su éxito está suponiendo la muerte de gran parte de nuestro comercio de cercanía.
La última recomendación del Consejo Económico y Social del País Vasco, aprobada recientemente de forma unánime por sus integrantes, así como por gran número de organizaciones de pequeño comercio, sindicatos y consumidores, reclama al Gobierno vasco la paralización del proyecto de modificación de la Ley de Actividad Comercial. En ella se demanda la consulta a todas las partes y que sean tenidas en cuenta las alegaciones que se realicen. No sólo se debe consultar a las partes, sino que la práctica democrática de participación debe de ser atendida, acep- tada y debatida públicamente, tanto en cuanto a la definición de las estructuras como a la planificación urbanística y a la adecuación a los modelos menos agresivos con el medio ambiente, teniendo en cuenta que los desplazamientos sean los menos posibles, la accesibilidad y la externalización de los costos.
Un estudio/encuesta de EKA /OCUV sobre los hábitos de consumo de los vascos y la conveniencia o no de la apertura de los comercios en festivo, actualizado recientemente, responde a los continuos embates interesados por parte de determinados sectores empresariales en abrir todos los días del año en sus centros de la periferia y encorsetar y acabar con los pequeños comerciantes.
El resultado del estudio es concluyente, al determinar que la apertura en festivos es totalmente innecesaria. El 94% de las personas consumidoras estima que el actual horario es más que suficiente para satisfacer sus necesidades de consumo. Un 55% indica que el factor que más influye en su decisión de compra en las grandes superficies es el del entretenimiento. Mezcla perniciosa la del consumo y el ocio y más cuando gran parte de la atracción se ejerce sobre los niños y los jóvenes. Polos de atracción y más con la desaparición de los cines de las ciudades y una brecha que se abre para aquellas personas, mayores en general, que no tienen medios de transporte propio.
La apertura de los comercios en festivo, además de suponer una quiebra de los usos y las costumbres, da al traste con años de la lucha de su personal por lograr jornadas de cuarenta horas y respeto de las fiestas. Su único mérito es aumentar el consumo espontáneo e impulsivo, que acarrearía como consecuencia accesoria el aumento del sobreendeudamiento familiar y la reducción del ahorro.
Los establecimientos comerciales están abiertos 3.750 horas al año. La jornada laboral ronda las 1.750-1.800 horas, según convenios. De dichas cifras se deduce que tenemos tiempo libre de sobra para hacer nuestras compras y disfrutar de nuestro ocio. Lo que hay detrás de estas propuestas de libertad de horarios es ni más ni menos que una operación de transferencia de ingresos comerciales desde los pequeños comercios a los grandes. Se estima que en el Estado español son 1.800/2.000 millones de euros los que supone esta transferencia entre los diferentes comercios implicados.
En principio podría parecer que una apertura en festivos beneficia a los consumidores si estos pueden comprar en cualquier momento, a mejor precio y con mayores surtidos. Pero la realidad es bien distinta y tenemos ejemplos contundentes: en Madrid, ciudad en la que la apertura en festivos es prácticamente total, y a diferencia de lo previsto, se han perdido empleos y los precios no han disminuido. En el Estado francés, donde la tradición de estos modelos es bien antigua y con una amplia tradición de liberalización, los incrementos de costos han sido importantes y en consecuencia ha repercutido negativamente en el comportamiento de los precios de los productos.
La oferta en los lineales de las superficies de venta se ha visto reducida, desapareciendo la competencia, (número de marcas de un mismo producto) y proliferando marcas «blancas» y enseñas. Los grupos que operan cada vez son menos (Carrefour, Alcampo, Eroski, El Corte Inglés, Zara), con lo que se crea un oligopolio y se reduce la posibilidad de decisión de los consumidores, amén de la uniformidad que se pretende en los hábitos de compra y la pérdida de nuestras costumbres y usos.
El asunto es la pauta de consumo y la forma de vida y relación social que se han creado, la alteración de los espacios y la desnaturalización de los vínculos humanos. Lo que se está produciendo es la conversión de la sociedad en un comercio, y de los ciudadanos en consumidores, es decir, en seres definidos exclusivamente en función de su relación con la mercadería. La discusión está en si queremos que nuestra vida discurra en torno a los grandes espacios comerciales, donde sólo sea posible disfrutar y/o divertirse consumiendo, o por el contrario deseamos unas ciudades y pueblos diáfanos, en los que el comercio sea un instrumento más para la vida de comunidad social y cívica.