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Las antenas de telefonía móvil emiten ondas que inhiben la producción de una hormona esencial

Pasaron 50 años desde que los investigadores hicieron sonar la alarma sobre los nocivos efectos del tabaco hasta que las autoridades sanitarias tomaron cartas en el asunto. Los expertos alertan de que puede ocurrir lo mismo con la contaminación electromagnética.

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Anjel ORDOÑEZ

El sueño es reparador. De él depende que el cuerpo humano se recupere del fuerte desgaste que supone la actividad diaria, habitualmente diurna. Por eso, dormir bien y en un número suficiente de horas es fundamental para nuestra salud. Sin embargo, el sueño no siempre es de la misma calidad. No siempre es igualmente reparador.

Uno de los procesos que se desarrollan en el curso del sueño es la producción de melatonina, un potente antioxidante que juega un papel muy especial en la protección del ADN. Dicho de otra manera, el cuerpo humano confía a esta hormona la defensa del organismo contra enfermedades degenerativas como el propio cáncer.

El mecanismo de producción de melatonina se sitúa en el cerebro, concretamente en la glándula pineal, y se desarrolla de noche. La mencionada glándula es sensible a la iluminación ambiental y sólo en ausencia de luz es capaz de fabricar la preciada hormona.

Este proceso natural se encuentra, desde hace no demasiados años, con un serio obstáculo: las ondas electromagnéticas que sirven de vehículo, entre otras tecnologías, a las comunicaciones a través del móvil. Según explica José Luis Bardasano -doctor en medicina, catedrático en la Universidad de Alcalá de Henares y presidente de la Fundación de Bioelectromagnetismo y Ciencias de la Salud- «las ondas electromagnéticas se comportan, en nuestro organismo, como lo que yo llamo una luz invisible; la glándula pineal interpreta que aún es de día y no genera la melatonina».

Cronopatías

Bardasano, que ha sido uno de los ponentes en las recientes Jornadas sobre Contaminación Electromagnética celebradas en Basauri y Barakaldo, ubica el efecto de este tipo de contaminación en el contexto de los ritmos biológicos. «La vida humana está marcada por los ritmos biológicos. Estos, a su vez, se sincronizan con los ritmos del universo que nos rodea y, en ese sistema, la luz es el sincronizador principal».

Cuando, como consecuencia del efecto de las ondas electromagnéticas sobre la gládula pineal, esos ritmos están desacompasados, aparecen las denominadas cronopatías. «Estas pueden alterar desde los ritmos más pequeños, los celulares, hasta los más importantes, creando serios problemas», señala.

La sociedad ya conoce los efectos de la imcompatibilidad electromagnética. Como ejemplo, Bardasano recuerda que en los aviones no se puede hablar por el móvil, porque interfiere en los sistemas controladores de la aeronave. «Eso está perfectamente legislado, pero a los legisladores se les ha olvidado que los humanos, además de seres bioquímicos somos seres biofísicos y también sufrimos las interferencias de los aparatos que tenemos a nuestro alrededor».

El catedrático no pasa por alto que esas mismas ondas, utilizadas en la forma adecuada, son muy positivas en el ámbito de la medicina. «La electroterapia y la magnetoterapia son muy efectivas en rehabilitación y en otros campos, pero es una cuestión de dosis y de saber aplicarlas; lo mismo que el sol, en dosis adecuadas es muy bueno, pero en exceso puede provocarnos melanomas malignos», destaca.

Los efectos de la contaminación electromagnética también están en función de la propia genética y de la respuesta del medio ambiente. «Hay personas muy sensibles que a nada que les cambien el ritmo ya están alteradas y otras que resisten más. En unas personas las consecuencias se limitan a dolores de cabeza o insomnio, mientras que en otras pueden llegar a generar, por ejemplo, un cáncer de mama».

Añade el doctor que «las ondas son estresantes, muy estresantes y las enfermedades más susceptibles de aparecer son las derivasas del estrés, y esas son muchas, incluyendo el cáncer». El mecanismo que sigue el organismo es el siguiente: «primero hay un periodo de alarma, después otro de resistencia y finalmente otro de agotamiento. Y si en ese último, o te adaptas o te mueres; o te aclimatas o te aclimueres».

En este punto, Bardasano advierte que «ya no vale decir que `no se conocen' los efectos de las ondas electromagnéticas; lo primero y fundamental es la precaución, y esa prevención es la que hay que exigir a las autoridades. Pero el problema es que es más barato curar que prevenir». Al hilo de esta afirmación, el doctor e investigador lanza otra, si cabe, más demoledora: «La tecnología que se está utilizando hoy en día en la telefonía móvil es obsoleta, hay otras más avanzadas, pero no las quieren poner en funcionamiento hasta que se agoten los beneficios de las actuales. Y si realmente nos importa nuestra salud y la de nuestros hijos, debemos exigir que se apliquen estas nuevas tecnologías, aunque nos salga un poco más caro».

Bardasano pone al gobierno alemán como ejemplo del modelo a seguir. «Su programa de telefonía móvil es impresionante, tiene 52 temas y uno de ellos hace referencia a la influencia en la glándula pineal; aquí también deberíamos tener un cuerpo de doctrina que estudie estos temas a través de científicos independientes».

La intromisión del wi-fi

El último y no menos preocupante capítulo de la contaminación electromagnética lo está escribieno el wi-fi, cuyo carácter «ubicuitario» es lo que preocupa a Bardasano: «¿Por qué tengo yo que estar soportando que en mi casa se metan unas ondas que yo no quiero? Se ha tardado cincuenta años en poner en marcha medidas contra el tabaco por su influencia en los fumadores pasivos, y no podemos dejar pasar otros cincuenta antes de darnos cuenta de que esta tecnología también nos está haciendo mucho daño».

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