El gigante Elías
Martin ANSO
Desayuné ayer con la noticia de la muerte de Elías Amézaga e, instintivamente, me puse a ojear algunos de sus libros. En ello estaba cuando, de entre las páginas de «Euskadi: al cruce de tres culturas» -una obra que me da la impresión que él estimaba especialmente-, se desprendió una fotocopia de un articulito que escribí con ocasión de la publicación del décimo y último tomo de «Autores vascos». Se titulaba «El gigante Elías», debido a la impresión que me había causado ese trabajo, cuya realización desde luego no está al alcance de personas de talla normal. Baste pensar que esa obra recoge las referencias de 12.000 escritores vascos de todas las épocas y, a ojo de buen cubero, de aproximadamente 200.000 de sus obras, desde breves artículos a profundos tratados científicos
Aquel décimo tomo vio la luz a finales de 1996, pero el proyecto había arrancado veinticinco años antes, cuando Amézaga, que por razones de salud pasaba una temporada en el Escorial, se impuso la tarea de comprobar personalmente si la apreciación de Tirso de Molina sobre los vascos, aquélla de «cortos en palabras, pero en obras largos», era cierta y aplicable a la escritura. «Será cosa de seis meses», se dijo entonces. Sin embargo, sólo veinticinco años después dio por concluida la tarea y, aún así, reconocía que no era un trabajo «exhaustivo». De hecho, con posterioridad, en más de una ocasión le he oído dirigirse a tal o cual persona para pedirle que le envíe su currículum de escritor. Yo mismo, simplemente por colaborar, de buena gana se lo hubiese enviado... si hubiese tenido currículum para hacerlo.
Sin entrar en otras facetas de la extensa bibliografía de Amézaga, cualquiera que se acerque a «Autores vascos» -investigación básica que el autor ofrece generosamente como fuente inagotable de investigaciones aplicadas- no puede dejar de experimentar una sensación de asombro, y más cuando tiene conocimiento de las condiciones en las que el autor llevó a cabo ese trabajo, de forma totalmente «artesanal» y cuando hasta la edición -poco menos que ruinosa, por cierto- corrió de su cuenta.
En el articulito antes citado, preguntaba: «¿Qué motor ha alimentado el proyecto de Amézaga durante todos estos años?» Y respondía: «El patriotismo, entendido como la voluntad de servir a sus coetáneos ahondando en el conocimiento del País. Cuánta palabra de veinte duros, ¿no? Quizá, pero quien conozca mínimamente la trayectoria de Amézaga sabe que es así; sin grandilocuencia».
Sí, sin duda, Elías ha sido un gigante.
P.D. Por cierto que los vascos también «hemos sido» pródigos en palabras. La investigación de Amézaga lo demostró y él mismo fue un buen ejemplo de ello. Tirso de Molina tenía buena voluntad, pero, evidentemente, estaba equivocado.