Gabriel Mª Otalora Escritor
El arte de no sufrir
Aunque dolor y sufrimiento pueden considerarse sinónimos, el sufrimiento es un concepto más subjetivo en la medida que indica el nivel de daño real que nos causa un dolor concreto
El dolor forma parte de la esencia del ser humano, aunque hayamos llegado a un nivel de conocimiento y dominio de la naturaleza que arrincona cualquier debate sobre el sufrimiento y la muerte. Como si no hablar de estas cosas acarrease una mayor dosis de felicidad.
Una cosa es la imposibilidad de una felicidad plena en este mundo, y otra que distorsionemos las leyes de la limitación, la ancianidad o la muerte como si fuese algo vergonzoso. Todos sufrimos, y algunos muchísimo; no hay que ir hasta el cuarto mundo para comprobar el sufrimiento, aunque aparezca revestido de deslumbrante consumismo. Pero disponemos de la capacidad interior para modelarlo, disminuirlo e incluso transformarlo gracias a nuestra libertad para optar; de la misma manera que podemos rendirnos a la autocompasión o el resentimiento.
Aunque dolor y sufrimiento puede considerarse sinónimos, el sufrimiento es un concepto más subjetivo en la medida que indica el nivel de daño real que nos causa un dolor concreto. Surge del dolor pero depende de la reacción de la persona que lo padece. ¡Todos podemos aprender a sufrir menos! Dependerá del talante, de las circunstancias y también de nuestra voluntad; todo influye en el nivel de sufrimiento que un dolor puede causarnos. Por eso podemos decir que no existe el dolor, sino mi dolor.
¿Qué nos impide convertir cada instante en una maravillosa experiencia? ¿De quien depende que vivamos este momento con alegría y gozo? Hay que arriesgarse a ser feliz. La vida nos invita a salir de nuestro ego para crecer entre las dificultades, y nosotros mismos somos una de las mayores dificultades. Nada que merezca la pena se logra sin esfuerzo y sin tiempo: la formación de una montaña, la verdadera amistad, la transformación del sufrimiento en paz... Incluso la psicología moderna y la buena nueva evangélica coinciden en lo esencial: tenemos que aceptarnos y ser la mejor posibilidad de cada uno siendo justos con nosotros (autoestima) y con los demás (autorrealización) para sentir alegría aun en medio de los contratiempos de la vida.
Ante un mismo dolor, unos acuden a sesiones de relajación y otros se enganchan a una botella de licor. Podemos centrarnos en ayudar a quienes sufren, en salir cuanto antes de la situación dolorosa, y podemos reconcentramos en el sufrimiento ampliando la desdicha que nos aflige. Séneca nos dejó una respuesta válida: «No importa qué, si no cómo sufras». Pero hay otras actitudes que deben reflexionarse: podemos optar por ser parte de la solución o del problema; la realidad es más amplia de lo que nos indican nuestros limitados sentidos; nunca es tarde para aprender a ser emocionalmente inteligentes; el placer de vivir tiene sus reglas; quien tiene un «porqué» encuentra un «cómo»; ser buena persona es de inteligentes; ante lo inevitable, a más resistencia, más daño; al lado de la dificultad está la felicidad; hoy no es siempre; acaparar no llena, darse no vacía; solo el amor es digno de fe... No caben fórmulas mágicas contra el sufrimiento. Superarlo solo es posible por una decisión personal de vivir ciertas actitudes, las mismas en todo tiempo y lugar porque son inherentes a la madurez humana y renacen la serenidad, la alegría y la paz dentro de cada persona. Nadie puede hacernos tanto daño como nosotros mismos; tampoco nadie puede sentir felicidad cuando se cierra al maravilloso riesgo del amor.
Ojala todos podamos repetir algún día las palabras del poeta Schiller: «He disfrutado de la felicidad que proporciona el mundo: he amado».