«Mi familia me robó un pasado, Franco me robó la libertad y los curas el sexo»
ESCRITOR
Ciencia-ficción, realismo crítico, género epistolar, fantasía... Jordi Sierra i Fabra (Barcelona, 1947) es un autor todoterreno, con una extensa y variada obra, además de una personalidad arrolladora. Ayer visitó Bilbo donde, además de participar en el festival Gutun Zuria, que organiza La Alhóndiga, aprovechó para presentar su último libro publicado en euskara, «Kafka eta panpina bidaiaria».
Karolina ALMAGIA | BILBO
Es un torrente de energía y padece tal incontinencia verbal que, si escribe al ritmo que habla, a una ya no le extraña que tenga 300 y pico libros editados. En su visita relámpago a Bilbo, Jordi Sierra i Fabra ha dejado pegados a sus sillas a los adolescentes a los que ha dirigido sus conferencias, ha concedido entrevistas y ha presentado la versión en euskara de «Kafka y la muñeca viajera», publicada por Elkar, con el que obtuvo el año pasado el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.
«¿Sabes que yo gané el Premio Villa de Bilbao de Novela hace 32 años? -pregunta antes de nada-. Entonces era un crítico de música famoso, pero nadie me conocía como novelista. Fue mi primer premio y yo me siento, desde entonces, hijo adoptivo de esta ciudad».
Y 30 años después, arrasa con un libro para niños de género epistolar y con Kafka de protagonista. Nada menos.
Cuando yo escribo un libro no pienso en quién va a leerme. Cuando leí en el periódico esta historia de que Kafka, un año antes de morir, se encontró con una niña llorando porque había perdido su muñeca y le inventó un cuento para calmarle, me pareció maravillosa. Rápidamente visualicé la novela y la acabé en seis días. No sabía qué hacer con ella, porque no es un libro infantil (sale Kafka), ni para adultos (lo protagoniza una niña de siete años). Lo envié a Siruela y un año después le dieron el premio. Cojonudo, pensé, esto demuestra que mis libros los puede leer cualquier persona. Luego la crítica empezó a decir que yo había humanizado a Kafka, cosa que no es verdad porque Kafka ya era un ser humano que tuvo la ternura de decirle a la niña: tu muñeca no se ha perdido, yo soy su cartero, mañana te traeré una carta suya. Luego, en internet, la gente joven empezó a escribir: «¡Qué horror, Sierra i Fabra ha escrito un libro sobre Kafka! ¡Vaya rollo!»... pero, poco después, empezó el run-run: «¡Qué va, no es tan horrible, es un libro precioso sobre el amor a la literatura!». Total, que empezó a venderse y no paró, hasta salir en todas las lenguas, entre ellas el euskara. Alucinante.
¿Qué atractivo le ve usted al género espistolar?
Casualmente, este libro ha coincidido con la publicación de otra novela mía, «Cartas a Diana», que ocurre en Medellín, Colombia, donde tengo una de mis fundaciones. A mí me encantan las cartas, pero me da pánico cuando publican la correspondencia privada de un escritor que ya está muerto. Me parece una falta de respeto. Una carta es algo privado entre tú y yo. Desde que, de joven, una chica se enamoró de mí por mis cartas y ya no se quiso casar con nadie más, no he vuelto a escribir en serio a nadie. Desde entonces, mis cartas son locas y estúpidas, porque no quiero dejar una huella en mi camino. El poder de la palabra escrita es muy fuerte y yo sé que tengo un gran poder.
Suele remitirse a su infancia cuando le preguntan por qué escribe. ¿Tanto le marcó?
¿Por qué tiene Carreras una fundación para niños con leucemia? Porque él mismo la padeció. ¿Por qué tengo yo una fundación de ayuda a gente que quiere escribir? Porque yo lo pasé tan mal, tan mal... Era una España gris. Mi padre, que hizo la guerra y la perdió, era hijo ilegítimo de una familia de mucho dinero que le repudió. Yo me enteré con 40 años, cuando mi padre ya había muerto, de que tenía tres tíos y ocho primos, de que podía haber conocido a mi abuelo... me lo negaron todo. Franco me robó la libertad, los curas me robaron el sexo, la familia me robó un pasado... y encima era pobre y tartamudo. Mi padre me prohibió ser escritor y en la escuela me ponían cero en Lengua por echarle imaginación a las redacciones. Pero yo seguí escribiendo y, con doce años, hice un libro de 500 páginas. Lo mío ha sido una guerra de resistencia.
Lo extraño es que quisiera ser escritor cuando tampoco tenía acceso a la lectura.
Leía un libro al día. ¿Que de dónde lo sacaba si no había biblitotecas? Los vecinos me guardaban el pan del día anterior y el periódico. Con eso iba a un trapero, que me daba dos reales. Y con ese dinero alquilaba libros usados en una librería. Eran libros cutres y horteras, claro, del Oeste, de gangsters y de marcianos. Me encantaría decirte que mis raíces están en Dostoievski o gente así, pero lo cierto es que hasta los 15 no pude leer libros buenos.
¿Escribir literatura juvenil no le lleva a la autocensura ante determinados temas?
Me encanta el riesgo, no soy un autor acomodado. Soy curioso, me encanta viajar y tocar todos los géneros. Yo escribo lo que quiero y voy a mi bola. Todo me provoca, todo me excita, no hay ningún tema ni género que me sea indiferente. Sé que muchos escritores se autocensuran porque tienen que comer. Ningún profesor recomienda mis libros sobre lesbianismo porque temen que algún padre se escandalice, pero a mí me da igual: yo lo escribo. La autocensura es el peor de los pecados. Yo debo ser de los tíos que ha hecho leer a más niños en este país. Pero deben encontrar su libro. A los quince años todos buscan espejos y referentes. No puede ser que un maestro ponga por lectura «La Celestina» a un niño que odia leer. Muchos padres me confiesan que han descubierto cómo son sus hijos por mis novelas juveniles.
Escribe varios libros al mes, viaja muchísimo, da conferencias... ¿Cómo lo hace?
Cuando cojo un avión para irme a la Patagonia, estoy 30 horas volando, más las esperas en los aeropuertos. Ahí pienso y escribo los guiones. También voy mucho a islas pequeñitas del Caribe, sin teléfono, sin televisión, sin periódicos. Con los guiones hechos, luego en casa escribo los libros en unos días.
Encima, no tiene agente ni se casa con ninguna editorial.
Ahora me he buscado un agente para mis libros para adultos. Pero el tema juvenil, me lo tengo bien montado yo solito. Soy un buen planificador de mi tiempo. Todas las editoriales tienen un best-seller mío, así que nadie se queja. Cuando me llama un nuevo editor, lo primero que le digo es: vamos a cenar, conozcámonos. Si ama los libros, publico con él. Porque yo soy un romántico. Cualquier libro para mí es una obra de arte. De ahí mi famosa frase: escribir es el orgasmo continuo.
«Desde que una chica se enamoró de mí a través de mis cartas y ya no quiso casarse con otro, no he vuelto a escribir en serio a nadie»
«No hay tema que me deje indiferente; me encanta el riesgo, no soy un autor acomodado.