Raimundo Fitero
Las almejas
No sé si el licenciado Gaspar Llamazares tiene algún futuro político fuera de la posibilidad remota de convertirse en corista del zapaterismo de segunda opción, pero una persona tan recogida en sí misma, tan modosa, no puede permitirse en estos momentos de baja calificación en el mercado, insultar a las almejas. Especialmente porque una persona con formación científica, no puede hacer valoraciones públicas en base a la intuición y lo subjetivo. Y la sensibilidad es algo muy particular, totalmente íntimo y que no se puede adquirir ni en e-bay, ni en una escuela, ni siquiera en una clínica de recomposición física. Ni siquiera moral. Me pongo campanudo y diría que se trata de un don. Se tiene o no se tiene. Como la telegenia.
No voy a malgastar más la manoseada palabra ética. Voy a dedicar estas líneas a defender a las almejas. Por solidaridad y porque son de los seres vivos de la tierra, en su forma biológica y en su forma metafórica, que más placer me han proporcionado a cambio de casi nada. Su generosidad me ha parecido que podría convertirse en un objetivo fundacional de cualquier orden religiosa. Nadie puede renegar del juego que han dado las almejas, solas o en compañía de otros sujetos hortofrutícolas o de las profundidades de los mares, acompañadas de aceites nobles o de peligrosos, como ahora nos advierten del de girasol, contaminado, manipulado.
Y su sensibilidad, amigo Llamazares, es notable. ¿Quién responde con mayor celeridad al toque del limón, del cuchillo, del dedo, de la lengua? ¡Qué simbiosis más profunda, qué experiencia más mística con una almeja en la boca, desde su roce con los labios apenas pellizca por los dientes, camino del más allá! ¡Qué olor, qué sabor! Me pongo sensible. Por eso me encuentro rabioso ante las declaraciones inoportunas e injustas de Gaspar, porque comparar a los que pertenecen a esa marca electoral que no sabe a dónde va, y nadie recuerda de dónde viene, de manera tan ofensiva para las almejas, es otra gran equivocación del forense de IU. Una más. Lo bueno para los guiñoles es que reaparece Anguita. Junto a Madrazo de txistulari de Ibarretxe, el cuadro se completa.