Raimundo Fitero
Abominable
Abuelito dime tú...» ¿Hasta dónde puede llegar la capacidad de hacer mal de algunos seres humanos? Es tan abominable la historia del ciudadano austriaco que mantuvo secuestrada durante veinticuatro años a su propia hija, que uno mira y remira todas las pantallas para encontrar un alivio argumental. En mi ingenuidad o en mi intento de encontrar un asidero ante la barbarie me pregunto, ¿no será todo un invento, una estratagema para vender una novela, una película o una serie televisiva? ¿Existen esos monstruos entre nosotros, comprando al lado nuestro en la panadería, haciendo cola en la pescadería? Y la respuesta que me doy, con mucho dolor, y absolutamente conmocionado, es que sí, que están al lado nuestro y que incluso todos llevamos dentro esa posibilidad pero que la sometemos a base de educación, raciocinio e ideología. Quizás haya llegado a esta conclusión de manera apresurada, pero mirando los noticiarios televisivos uno no puede ser muy condescendiente con el género humano, ni individual ni colectivamente.
Es abominable, yo diría que es insufrible, no puedo comprender cómo ha sobrevivido esa mujer, qué puede sucederle en su cabeza, qué tipo de amor o de odio habrá incubado, pero solamente pensar en pasar esos años en cautividad, me coloca ante la nausea. Ahora nos dicen que el criminal había tenido una condena hace años por abusos sexuales, pero como sucede tantas veces, formando el requisito protocolario de todo crimen que aparezca por televisión, su noticia, los vecinos confirman de manera irremediable y de forma unánime que el supuesto asesino, el torturador, el criminal, era una persona magnífica, un buen vecino, amable, cortés, servicial, y que nunca se les hubiera pasado por la cabeza que pudiera cometer tal atrocidad. Así es, no se si se trata de un ritual, de una estadística o de un fenómeno contagioso, pero estos abominables hombres tienen doble o triple cara, y encuentran fuera de su entorno familiar el lugar donde mostrar su impostada y cínica bondad mientras de puertas a dentro se convierten en unas bestias insufribles y depredadoras de cuerpos y almas, en abominables hombres del terror. ¡Qué salvajada!