Un solitario gol de Paul Scholes, toda una institución en el Manchester United, va a provocar que, por primera vez en la historia de la Copa de Europa y Champions, dos equipos ingleses disputen la final y, como efecto colateral, disparará el cambio de ciclo en un club azulgrana agotado de ideas.

Los de Ferguson volvieron a jugar con más cabeza que los culés, sobre todo favorecidos por el tempranero tanto del mediocentro, que estampó un zambombazo en las redes de la portería visitante, tras recibir un regalo de Zambrotta en la frontal del área. La jugada, a la postre definitiva, confirmaba la trayectoria de ambas escuadras. Un certero Manchester aprovechaba su primera ocasión, mientras que el Barça pagaba caros sus errores y desperdiciaba innumerables ocasiones.

Porque si la eliminatoria se hubiera decidido a los puntos, los de Rijkaard hicieron más méritos para estar en Moscú. Individualismo frente a bloque. Y los ingleses fueron eso, una pared en defensa, con jugadores muy comprometidos -sólo hubo que ver cómo corrieron Park y Tévez-, mientras que los catalanes confiaron su suerte a la magia de Messi, que se fue apagando poco a poco.

Aunque en esta ocasión, los británicos no se conformaron con controlar el romo dominio culé, sino que dispusieron de las mejores ocasiones, por lo menos durante la segunda parte, como para finiquitar el choque.

Ahora, tras confiarlo todo a la competición europea, sólo queda esperar a las consecuencias que, a medio plazo, acarrearán más que previsibles cambios en la plantilla y cuerpo técnico azulgranas.