1968: un viento de revuelta proveniente de California sacude el planeta y subleva a la juventud, desde Berlín a Varsovia y de París a México, para poner en cuestión el orden social de la postguerra. Los sesentayochistas aspiran a cambiar el mundo rechazando todas las formas de autoridad vigentes: padres, profesores, gobiernos...

«Mejor educada y más desenvuelta, la juventud se veía distinta a sus padres, y se definía por oposición a los valores de sus progenitores», destaca el historiador británico Dominic Sandbruck, experto en los movimientos de la década de los sesenta.

Pero el orden volvió a imponerse. De Gaulle vencía de largo en las elecciones legislativas de junio. Los tanques soviéticos ponían fin a la Primavera de Praga en agosto. Richard Nixon sería elegido presidente en las elecciones de noviembre.

Pero 1968 sirvió para cambiar en las décadas siguientes las relaciones entre razas, sexos y generaciones.

40 años más tarde, y portando las esperanzas de Martin Luther King -muerto en atentado en abril de 1968-, un candidato negro es favorito en la carrera a la investidura del Partido Demócrata para la elección presidencial de 2008.

La educación ha perdido parte de su rigidez. En las escuelas y en las fábricas el autoritarismo ha perdido enteros. Las legislaciones han reconocido sobre el papel la igualdad de la mujer y han puesto fin a la autoridad paternal única. La homosexualidad va siendo aceptada progresivamente.

Para cuando estallaron las primeras revueltas del «año de las barricadas», el fuego llevaba larvándose varios años.

Las universidades de California llevaban años en ebullición, desde cuando entrados los sesenta Bob Dylan escribió The times they are-a-changing (Los tiempos están a punto de cambiar). Los militantes pacifistas reclamaban los derechos civiles para los negros. Los estudiantes rechazaban ir a la guerra de Vietnam. La revolución sexual, personificada por la píldora anticonceptiva, estaba en marcha. «Haz el amor, no la guerra», reivindicaban los hippies, que experimentaban nuevas formas de vida comunitaria.

La contestación llegó asimismo a las universidades alemanas y se radicalizó cuando, el 2 de junio de 1967, un estudiante murió tiroteado por la Policía en el transcurso de una manifestación contra la presencia del sha de Irán en Berlín.

El contexto era favorable

En enero de 1968, el Vietcong lanzaba la ofensiva del Tet. El Ejército estadounidense repelió la campaña pero la violencia de los combates y la necesidad por parte del Pentágono de concentrar fuerzas descuidando el conjunto del escenario de la guerra descolocó al imperio y supuso un gran descrédito para la Administración del presidente Lyndon Johnson. El movimiento contra la guerra se intensificó y se extendió como un reguero de pólvora a Europa y a Japón, que albergaba las bases de los bombarderos estadounidenses. Las manifestaciones se sucedían en París, Berlín, Roma... En Londres, el 17 de marzo, los manifestantes se enfrentaron con la Policía montada en las mismísimas puertas de la embajada de EEUU.

Un intento de atentado el 11 de abril contra el líder estudiantil Rudi Dutschke provoca un levantamiento popular en Berlín. La rebelión se extiende a decenas de ciudades alemanas.

La Universidad de Nanterre, en la periferia parisina, donde la agitación comenzó en enero de aquel año, era cerrada a cal y canto en abril, pero el movimiento se desplazó a la capital francesa. La agitación se convirtió en insurrección abierta en el Barrio Latino en la noche del 10 al 11 de mayo. Dos días más tarde, una huelga general paralizó el país. En la Sorbona ocupada florecían los eslóganes. «La imaginación al poder». «Prohibido prohibir».

El Estado estaba en alerta máxima. Pero, cuarenta años después, alguno de sus promotores insiste en que no se trataba de una revolución. «La Policía había acordonado todos los ministerios, pero nadie quería tomarlos al asalto», rememora Daniel Cohn- Bendit, figura emblemática de Mayo del 68.

Si la denuncia de la guerra de Vietnam era el denominador común de las revueltas en Occidente, en el Este europeo la aspiración a derogar el «socialismo realmente existente» era la aspiración que movía a la juventud.

En Polonia, intelectuales y estudiantes protestaron en marzo de aquel año contra la prohibición de una obra de teatro considerada antisoviética. Las huelgas masivas en las universidades fueron reprimidas. La coordinadora estudiantil acabó entre rejas.

En Checoslovaquia, el líder comunista Alexandre Dubcek defendió un «socialismo con rostro humano». La intervención del Pacto de Varsovia en agosto acabó con la Primavera de Praga.

En México, la rebelión estudiantil del 2 de octubre acabó en masacre. El Gobierno, que preparaba los Juegos Olímpicos, ordenó disparar contra los manifestantes, provocando centenares de muertos. En el pódium de México, los atletas negros estadounidenses saludaron con el puño en alto para reivindicar el poder negro, primera manifestación política en unos Juegos Olímpicos.