Cualquier programa con Nuria Roca, me gusta más. Es una belleza clásica, serena, una guapura desbordante que puesta al servicio de un programa de memoriosos como «El gran Quiz» es un regalo añadido. La estructura de este programa en cuanto a su mecánica de juego me parece buena, aunque es demasiado morosa la realización en cuanto va repasando lo sucedido, va haciendo tiempo hasta entrar a lo que verdaderamente nos interesa, es decir, el juego, para participar desde el sofá, para quedarnos boquiabiertos, para comprobar como en ocasiones la preparación no es suficiente y existen otros factores, como el control de los nervios, o la propia suerte, ya sea mala o buena, que forman parte del designio final y del camino que puede recorrer en el programa cada participante.

Lo cierto es que existe un libro gordo, con cuarenta mil preguntas y sus correspondientes respuestas y es sobre ese bloque, sobre esas materias, sobre la que los jurados preguntan, y los concursantes deben responder sin casi posibilidad de error para seguir quemando etapas dentro del sistema de eliminaciones en positivo, es decir, siguen quienes más aciertos acumulan. Así, de entrada, parece que es una cuestión de preparación y de capacidad para la retentiva, para las inercias secuenciales y los reflejos. La selección de los concursantes se hizo, o así parece, a partir del mismo sistema de preguntas y respuestas, por lo que el nivel de los que participan es alto, y se confirma que no han elegido a productos telegénicos, sino a concursantes solventes. Y eso se agradece.

Quizás sean prejuicios, pero percibimos de manera constante que Marta Sánchez no está a la altura requerida como jurado. Es la que más se equivoca, no da seguridad en su prosodia ni siquiera sabe dónde colocarse ideológicamente. Carlos Blanco, el ilustrado y memorión sorprende por su simpatía, cariño, profesionalidad y recursos propios y Jaime Fábregas, el cinéfilo empedernido le confiere otro tono más atractivo y adecuado. Es la exaltación de la Gran Memoria, o sea, hay que trabajarse el supuesto premio con algo más que la presencia o la casualidad. Y se disfruta en casa jugando.