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Iñaki Lekuona Periodista

El campo del olvido

En una de las muchas noches oscuras de las trincheras de la Gran Guerra, un soldado del Ejército francés lía tembloroso un cigarrillo, lo enciende, aspira una honda calada y lo levanta sobre su cabeza, mostrando la lumbre al enemigo como un pequeño faro de esperanza. La esperanza de la desmovilización; una mano reventada a cambio de la vida. Muchos soldados lograron escapar del frente con esta dolorosa artimaña. A riesgo de mutilarse, conseguían semanas de libertad en un hospital de campaña. Pero el alto mando se percató y algunos de los que se destrozaron la mano acabaron siendo fusilados por sus propios compañeros de armas. Ejecuciones ejemplarizantes, se decía.

El Gobierno francés ha anunciado que estudiará, caso por caso, la posibilidad de rehabilitarlos. A estos y a otros que cayeron en el paredón, condenados por tribunales militares por negarse morir en el matadero de las trincheras. Sólo se pretende limpiar la imagen de aquellos que fueron fusilados por excesivo celo del mando. No es mucho, pero algo es que casi un siglo después del final de la Gran Guerra el debate sobre el derecho a la desobediencia vuelva a reabrirse en un país que ha hecho de la patria una religión y de los desobedientes traidores. Porque no hay honor en ser obligado a morir. Al menos no más que en desertar. Porque no hay gloria en el campo de batalla.

El mismo día de este anuncio, la simiente de la memoria fue depositada en Sartaguda ante varios miles de testigos. Bajo un diluvio bíblico, su alcalde pidió perdón a los familiares «por haber tardado tanto en hacer este homenaje». En julio de 1936 tampoco hubo honor en este pueblo convertido en campo de batalla en el que no cabían prisioneros. De hecho, no hubo lugar a la batalla, sólo al paredón, como en otros tantos pueblos nuestros cuyas cunetas cuentan historias terribles aún sin escuchar.

Si los parques son la representación urbana del campo, con el de la memoria que se inauguró el sábado en Sartaguda se recupera un gran campo del olvido en el que caben muchos más de los tres mil fusilados en Nafarroa. Es sabido que la lluvia es propicia para la siembra. El recuerdo ya está germinando y pronto florecerá. Entre calada y calada de otro cigarrillo.

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