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José Luis Orella Unzué Catedrático senior de Universidad

Españoles, vascos: dos locomotoras a punto de colisión política

Este artículo es una reflexión ante los resultados de una encuesta realizada a un conjunto significativo de ciudadanos de Euskadi. En efecto se ha realizado un sondeo entre los que se confiesan vasco-españoles preguntándolos qué estiman ser vasco y entre los que dicen ser vascos qué supone ser español. Las respuestas de ambos grupos son graduales y se pueden organizar en capas, como si se tratara de una alcachofa a la que se le puede ir quitando escamas hasta llegar al meollo, señalado para unos y para otros qué es ser vasco y qué ser español.

Empecemos por los vasco-españoles que se encuentran mayoritariamente en el Partido Popular, en el Partido Socialista de Euskadi y aun entre votantes del PNV y otros partidos minoritarios. Hay que quitar de la realidad política, en primer lugar, la idea de que los vascos forman un pueblo o una nación y esto porque nunca en la historia han estado juntos todos en una soberanía, ni han gozado de una independencia estatal. Es decir, que no han disfrutado nunca en la historia de la territorialidad.

Igualmente hay que despojar a la alcachofa de una capa más, es decir, del invento de que el euskara es el idioma de los vascos. El euskara es una lengua declinada cuyo origen resulta aún un tanto misterioso. El hecho de no pertenecer a la familia de las lenguas indoeuropeas y de carecer de similitudes con otras lenguas cercanas geográficamente, ha inspirado las más variadas hipótesis para explicar su existencia. Algunos lingüistas piensan que podría estar relacionada con las lenguas caucásicas, debido a similitudes con el georgiano. Otros siguiendo la teoría sahariana la relacionan con lenguas no árabes del norte de África. Una tercera hipótesis argumenta que el euskara se desarrolló «in situ» en el territorio de los antiguos vascones. Sin embargo, para los vasco-españoles tampoco el hablar una lengua originaria y ancestral es significativo para ser denominado vasco, ya que muchos de los que se llaman vascos no hablan el euskara y otros pocos que la conocen no por esa razón son vascos.

Deshojando la margarita llegamos a la capa de la foralidad. La foralidad no es el reconocimiento de un antigua soberanía, ni es un pacto de convivencia firmado entre iguales, «aequae principaliter», sino que fue un privilegio concedido por los reyes tras la conquista armada del territorio en 1200 para Gipuzkoa y Araba y sobre todo por el duque de Alba para Nafarroa en 1512 que como señuelo temporal se les ofreció para amainar su belicosidad. Los reyes españoles borbones arrebataron los fueros a valencianos, catalanes, aragoneses y mallorquines con los decretos de Nueva Planta a comienzos del siglo XVIII e igualmente se los quitaron al final de las guerras carlistas y por el bien de la unidad de España a los navarros y a los habitantes de las provincias exentas.

En un paso más de despojar a los vascos de sus mitos, no es significativo la posesión del concierto económico como residuo de la foralidad arrebatada, sino que fue una concesión hecha en razón de la pacificación, que años más tarde Franco derogó tras la guerra civil y que luego la democracia restituyó a Gipuzkoa y Bizkaia más por reacción antifranquista que por razón de establecer la igualdad de los ciudadanos ante la ley. Por lo tanto ha llegado el momento de hacer a todos los ciudadanos igualmente españoles y a todas las autonomías semejantes ante la ley, por lo que es necesario judicializar primero y suprimir después los privilegios manifiestos de los conciertos económicos.

Cuando se les pregunta por la adicional primera de la Constitución de 1978 que reconoce los derechos históricos responden los vasco-españoles que fue una forma barroca de despejar una incógnita que no ha tenido significado político alguno en la transición ni debe tenerlo ahora en una democracia consolidada.

Siguiendo adelante con el proceso de purificación y de búsqueda del meollo vasco, tampoco se debe conceder a Euskadi ningún privilegio que no tenga otra autonomía española, por lo que si quiere remozar su Estatuto tendrá que hacerlo de forma legal, según la norma constitucional de 1978 que los españoles aprobaron para todos los ciudadanos, incluso para aquellos que la rechazaron quedando en minoría. Esto es una ley elemental de la democracia.

Y llegamos al corazón de la alcachofa, el de las peculiaridades vascas como son el folklore, los bertsolaris y los juegos populares. Estas peculiaridades serán respetadas por los vasco-españoles siempre que sean desarrolladas con respeto a la minoría española y que no se ejerzan de modo fascista excluyendo socialmente a aquellos que no los entienden, porque en caso de contraste de lenguas y mentalidades, los vascos no pueden olvidar que son españoles, para los que vale constitucionalmente la igualdad, la legalidad y las mayorías conseguidas democráticamente en las Cortes Generales. Además estas adquisiciones democráticas deben ser protegidas a través de las Fuerzas Armadas, de la Policía, de la judicatura (especialmente de la Audiencia Nacional) y de las restantes instituciones del Estado al que pertenecen los vascos.

En la misma encuesta se ha preguntado a los vascos qué les dice España. E igualmente han ido limpiando la cebolla de las diferentes capas que consideran superfluas. En primer lugar moderan el concepto de territorialidad porque éste ha sido y es un valor mudable y aun efímero. Ya no son españoles como lo eran el siglo XIX, los ciudadanos de las tierras americanas. Y los vascos no extienden hoy día la territorialidad española ni a Ceuta, ni a Melilla y ni menos aun a Gibraltar. Al igual que los vascos niegan la territorialidad española a los habitantes de Andorra.

En otro nivel nos encontramos con la lengua castellana o española. El hablar esta lengua no es sintomático del ser español, porque hay muchos ciudadanos globalizados en las Américas del Norte y del Sur que hablan castellano y no se consideran españoles. Los vascos cuya lengua materna es el euskara, hablarán español, francés o inglés cuando les convenga a su expresión.

Si pasamos a las instituciones y a los textos legales veremos que hay muchos vascos, como otros españoles, que rechazan la monarquía y abogan por la república, que no aceptan una consideración de España centralista, absolutista y no confederal o multinacional, que consideran las Cortes Generales no representativas, que tildan a muchas de las leyes promulgadas como abusivas e ilegítimas y que no esperan nada de un nuevo Estatuto de Gernika que será pisoteado y no cumplido siempre que les interese a los vasco-españoles.

Sin embargo en esta contraposición entre vasco-españoles y vascos podemos afirmar que para el Estatuto vasco son vascos todos aquellos que trabajan en Euskadi quieran o no ser vascos. Mientras que para los españoles son tales los que nacen en el territorio que en ese momento es España.

Son dos criterios antagónicos de reconocimiento de la pertenencia. En el primer caso son muchos los que trabajan en Euskadi y, sin embargo, afectivamente se mueven entre el odio, la indiferencia y el amor a la historia, a las instituciones y, en fin, a la realidad de ser vasco. Los que no quieran ser vascos tienen la gran facilidad de dejar de serlo, cambiando únicamente de domicilio laboral. Por lo que muchos vasco-españoles cuando les conviene afirman que son españoles y otras veces que son vascos. En el segundo caso son españoles los que nacen en tierra española. A éstos últimos se les obligará a serlo porque (como el ser bautizados) les acompañará la españolidad toda la vida, ya que la impronta de haber nacido en tierra española les obligará a estar sujeto a las leyes, instituciones, Ejército y tribunales españoles. Y, aunque emigren a otro territorio, siempre tendrán sobre sí la amenaza de la extradición, ejercida a voluntad de la mayoría «democrática» que controla la economía, las leyes y los tribunales españoles.

Dos criterios contrapuestos: uno moderno por el que el ciudadano opta libremente por su identidad; el otro antiguo, territorial, excluyente y racista que identifica la españolidad con el nacimiento en tierra española.

Aunque ahora parece que lo único que interesa a españoles y vascos es asegurar el trabajo y la nómina mensual, sin embargo, soterradamente y ante la historia secular de enfrentamientos entre vascos y españoles, la colisión de las dos locomotoras está, una vez más, servida.

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