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Maite Ubiria Periodista

Antzuola

El debate sobre las «mociones éticas» está resultado definitivamente clarificador. Quizás porque no se trata de reunir a un grupo de foreros para charlar de la paz y la normalización. No, es algo bastante menos previsible porque, lo quieran o no sus proponentes, lleva a ofrecer un retrato sobre los valores que predominan en cada familia política partiendo de los representantes más pegados a la calle y menos proclives, por tanto, a chapotear en el políticamente correcto.

Y de todo se pueden extraer lecciones: de las ausencias, de los votos leales, de las coces a la dirección. Se aprende de los que siguen el guión marcado, pero más, bastante más, de quienes se resisten a aceptar como un dogma estos juicios sumarísimos pueblo a pueblo con los que lejos de hacer camino se trata de trasladar a la ciudadanía un mensaje de desánimo que no se ajusta a las posibilidades reales de las que dispone este país para situar el conflicto político en el carril de la solución.

Sería tedioso rememorar los detalles de los plenos que se han celebrado hasta la fecha. Y frívolo conformarse con recordar lo desfavorable del gol average para PNV-PSOE. Me limitaré, por ello, a comentar el debate suscitado en Antzuola. Y aunque el cronista de mi periódico me da oportuna cuenta de las protestas que arrancó en el público la intervención de Jose Inazio Beltran, permítanme que utilice este espacio para agradecer al portavoz jeltzale su ejercicio de sinceridad.

Llevamos treinta años, por no echar la vista más atrás, conviviendo con la sombra del verdugo, pero hasta ahora nos han querido hacer ver que tras su máscara sólo se escondía una ordenada legión de servidores a un estado que combate a Euskal Herria. El rostro del verdugo era extraño, desconocido, ajeno a esta tierra. Era mejor pensar así que enfrentarse a la realidad de que el abuso más cruel se labra no pocas veces en el hogar o al menos con el consentimiento de alguien cercano. Un concejal del PNV afirma que la tortura hay que probarla y su colega del PSOE nos aclara que él «no ha visto nunca torturar». Dicho queda. Y grabado en la memoria. Sólo una duda: ¿por qué el relator ONU contra la Tortura o el de Derechos Humanos se ocupan tanto del Estado español en ver de pasearse por Noruega, Dinamarca...? Será que hace más sol.

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