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Martin Garitano Periodista

Todas las ocurrencias

La última boutade de José Luis Rodríguez Zapatero -uno que hizo de la estética una forma de estar en política- ha sido la de calificar de «ocurrencia» la hoja de ruta dibujada y defendida por el lehendakari de la CAV, Juan José Ibarretxe.

El plan de Ibarretxe tiene, en mi humilde opinión, la única virtud de poner nerviosos a los sectores y personajes más españolistas -arribistas sería más propio- de su afiliación, aquellos que encontraron en el calor de la batzokización de la CAV la solución a sus ambiciones personales y económicas. No resuelve el problema, no contempla la reunificación de los vascos dispersos a fuerza de tiros, no implica el derecho a la independencia. Ni siquiera garantiza que quienes defiendan las opciones más sensatas -la autodeterminación y la independencia- tengan derecho a estar en libertad. La prueba del nueve es que todos sus interlocutores independentistas están en la cárcel e Ibarretxe no ha movido un dedo -ni el culo, con perdón- para evitarlo o hacer un gesto en forma de visita.

Y, sin embargo, Zapatero desprecia sus planteamientos como si sólo fueran «ocurrencias». Yo también las tengo y, además, me parecen razonables.

Se me ocurre, por ejemplo, que si Ibarretxe dijera en público que quien estorba -además de ETA, en su opinión- es la tropa de torturadores que cohabitan con nosotros y celebran festejos con los representantes de la Ertzaintza, todo iría mejor. También se me ocurre que si Urkullu, en lugar de reunirse a escondidas con Zapatero para diseñar la puesta en escena de la discrepancia -o sea, el tongo- con Ibarretxe, decidiera hablar con sinceridad con quienes siempre han optado por el sacrificio para defender a la sociedad vasca su existencia misma, su cultura, su lengua, su libertad... la actualidad sería otra.

Y, si hablamos de ocurrencias, a mí se me ocurre que si en Loiola y Suiza no hubieran interferido los defensores de la imposición -y sólo impone el fuerte- tal vez hoy nadie lloraría por razón de la realidad vasca. El desprecio hay que dirigirlo a quienes, por despreciables razones electorales, lo echaron todo por tierra. Nuestra esperanza y la vida de quienes la han perdido.

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