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Cuando guardar silencio se convierte en la peor mentira

Katyn es el nombre del bosque donde las tropas rusas fusilaron a 4.421 oficiales polacos en la primavera de 1940. Pese a que Gorbachov admitió la autoría, la fiscalía militar rusa ha archivado las investigaciones y se ha negado a examinar las peticiones polacas que exigen rehabilitar a las víctimas. Una de ellas fue el teniente Jakub Wajda, padre del cineasta Andrzej Wajda.

Iñaki LAZKANO | Periodista y profesor de Ciencias Sociales y de la Comunicación

El tiempo no había cicatrizado todavía las heridas del viejo corazón del cineasta polaco Andrzej Wajda. El autor de «Cenizas y diamantes» (1958) necesitaba rodar para poder perdonar. Romper con el silencio para sentir la suave caricia del olvido. Desnudar la mentira, aunque la verdad fuera aún más cruda. «Katyn» (2007) es su nueva película. Su obra más personal. En ella exorciza su dolor y clama por el recuerdo mancillado. Es, quizá, su último suspiro perdido; un poema desesperado y estéril ante la memoria marchita.

Katyn es el nombre del bosque donde las tropas rusas fusilaron a 4.421 oficiales polacos en la primavera de 1940. La Unión Soviética siempre negó su responsabilidad en la masacre y culpó a los nazis. Pese a que Gorbachov admitió la autoría, la fiscalía militar rusa ha archivado las investigaciones sobre Katyn y se ha negado a examinar las peticiones polacas que exigen rehabilitar a las víctimas de la represión. Una de aquellas víctimas fue el teniente Jakub Wajda, el padre del director.

Además de denunciar «la mentira de Katyn» y reivindicar la memoria de las víctimas, Wajda nutre la historia con recuerdos de su adolescencia. Imágenes agridulces. Nostálgicas. Fugaces. En ese contexto, la mentira se transforma en un dolor más intenso que el propio crimen; un terrible drama agravado por el fantasma del desaparecido. De hecho, resulta difícil asimilar la muerte de un ser querido cuando no hay una tumba en la que llorar. Cuenta Wajda que su madre siempre conservó la esperanza de que su padre hubiera sobrevivido. Creía que estaba vivo en algún lugar y que, finalmente, regresaría a su lado. Vivió con esa ilusión. Murió con esa ilusión.

Pero Moscú no cree en las lágrimas. Ni Iruñea tampoco. Los fusilados en las cunetas navarras son los mismos que perecieron en Katyn. Las viudas de Sartaguda sufrieron idéntico dolor y abandono que las viudas polacas. Ambas sufren ahora el desprecio de los herederos directos de los vencedores. Wajda sostiene que la mejor medicina para los problemas políticos y sociales es mostrarlos y hablar abiertamente de ellos. Sólo así se pueden cerrar las viejas heridas y enterrar el odio. Lamentablemente, en lugar de reconocimiento, las víctimas no han recibido más que el castigo del silencio. Y, tal como decía Miguel de Unamuno, «guardar silencio es la peor mentira».

 
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