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Crímenes burgueses

«Una chica cortada en dos»

Claude Chabrol vuelve a diseccionar las relaciones de poder, mediante un triángulo amoroso y criminal que representa a los medios de comunicación, a la clase burguesa y a la intelectualidad.

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M. INSAUSTI | DONOSTIA

Claude Chabrol cumplirá el mes que viene 78 años, que le pillan en un periodo muy activo, dentro de una carrera ya de por sí prolífica. Está preparando su primera colaboración con Gérard Depardieu, al que ha convencido para que protagonice una intriga inspirada en la novelística negra de Georges Simenon. Antes de eso, se estrena «Una chica cortada en dos», otro relato de suspense criminal, género en el que el veterano cineasta se siente como pez en el agua.

Es un consumado maestro que prefiere hablar de lo que mejor conoce; por eso, todas sus películas recientes inciden en las miserias de la pequeña burguesía de provincias, cuya psicología perturbada y ambigüedad moral nadie ha sabido captar como él. La forma siempre es la misma, así que no necesita improvisar y apuesta, una y otra vez, por un eficaz estilo de austeridad minimalista. Es un automatismo que le permite concentrarse en la observación, según un sutil detallismo abierto a inagotables sugerencias que enriquecen al espectador. Es el cine exquisito de un refinado gastrónomo que sólo rueda donde hay buenos restaurantes.

Para «Una chica cortada en dos», Chabrol se ha basado libremente en el asesinato del arquitecto Stanford White en 1906, que ya ha servido de punto de partida a las películas «La muchacha del trapecio rojo» (1955), de Richard Fleischer; y «Ragtime» (1981), de Milos Forman. El título es una referencia al conocido número de ilusionismo, en el que el mago finge cortar a su ayudante femenina por la mitad con una sierra, para, finalmente, presentarla al público milagrosamente entera.

La chica del relato es una presentadora de televisión encarnada por Ludivine Sagnier, que, en efecto, se siente dividida entre dos hombres, un joven heredero y un maduro escritor, respectivamente interpretados por Benoît Magimel y François Berleánd. El rechazo del segundo hará que se case, despechada, con el primero. El conflictivo triángulo amoroso representa a tres establecidos sectores sociales sobre los que el maestro del suspense y la ironía no pierde la oportunidad de cargar las tintas, porque están representados los medios de comunicación, la burguesía de sistema hereditario y la clase intelectual. Es increíble como al viejo Chabrol le bastan tres únicos personajes para montar una completa representación de las relaciones de poder, asunto que ya despedazó a conciencia en su anterior «Borrachera de poder»

MUY FAMILIAR

Hasta cuatro miembros de la familia Chabrol aparecen en la película. Claude se encarga de la dirección y el guión. Su esposa Aurore ha supervisado el libreto. Uno de sus hijos, Matthieu, se ha encargado de la banda sonora, mientras que otro de sus vástagos, Thomas, aparece frente a las cámaras.

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