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Joxean Agirre Agirre Sociólogo

El conquistador del fin del mundo

Comparando a Juan José Ibarretxe con los participantes de un conocido concurso de televisión, y en vísperas del encuentro con el presidente del Gobierno español, Joxean Agirre analiza la táctica que, en su opinión, utiliza Ibarretxe para ganar su particular concurso, en el que su primer objetivo es eliminar a su más directo rival: la izquierda abertzale

Estos días Juan José Ibarretxe tiene el sueño ligero. El martes será recibido por el presidente español en La Moncloa, y su crédito con la sociedad, amasado en forma de promesas y compromisos permanentemente aplazados, vence sin demora posible. O regresa de Madrid con el asentimiento de Rodríguez Zapatero en la cartera -cosa improbable, oídos y leídos los argumentos de la contraparte- o plantea en términos políticos e institucionales un recorrido que lleve a la mayoría sociopolítica del país a materializar el derecho a decidir en términos precisos. Su credibilidad depende de ello, y lo sabe. Pero ni su margen de maniobra ni su partido se lo permiten. El dilema, por lo tanto, no es tal. No hay lugar para las sorpresas, e Ibarretxe volverá de la capital del reino con un rictus previsible y un nuevo disfraz.

En los siglos del oscurantismo, frailes, marinos y topógrafos defendían que, en un punto concreto del océano, un abismo marcaba el fin del mundo. Nuestro planeta era una masa plana, situada en el centro del Universo y sostenida por el soplo de Dios, y la última luz que tenían los navegantes en el mar austral estaba en los confines del cabo de Hornos. Con el tiempo, las teorías de Copérnico calaron en la comunidad científica, y la esfericidad del planeta convirtió a Ushuaia en un paraje de vegetación esteparia y crudos inviernos, sin otra leyenda que la de ser refugio para fugitivos de toda especie y procedencia. Más adelante, la codicia humana hizo que en el canal de Beagle se reconstruyera la réplica de un antiguo faro, hoy convertido en reclamo de japoneses y europeos ávidos de paisajes, rafting y trekking. Turismo aventura que, claro está, se ha globalizado con el concurso de la televisión, esa ventana siempre abierta al mundo.

Hace pocos años, ETB puso en antena un reality show que se desarrollaba precisamente allí, en el sur patagónico, con un título llamativo: «El conquistador del fin del mundo». En él dos equipos compiten de manera constante por superar pruebas, descartar contrincantes y, por último, llegar a la final, en la que un único concursante llegará al faro, enarbolará la ikurriña y se embolsará unos miles de euros.

El concurso está marcado por actitudes y personajes del gusto de la casa: testosterona, competitividad, diálogos propios de Txomin del Regato, concursantes representativos de la riqueza sociológica vasca más arquetípica, ganchos con galones de capitán y nombre conocido, ansias de notoriedad y aventurerismo del tres al cuarto. Un producto tiznado con el sano regionalismo que da color a los batzokis de este país. Pero los índices de audiencia mandan, y en ese terreno el programa funciona. Y lo que funciona tiene un indudable valor de uso, como lleva demostrándonos durante treinta años el PNV.

Me atrevo a decir que Ibarretxe aspira a ganar su particular concurso. De hecho, ya es significativo que su oferta de diálogo y negociación al gobierno sea nada más y nada menos que el penúltimo borrador que PSOE, PNV y la izquierda abertzale pergeñaron el Loiola a la búsqueda de un acuerdo democrático para superar el conflicto. El mismo que los representantes jelkides y socialistas se negaron a desarrollar, con plazos y precisiones, antes de levantarse de la mesa. Obviamente, un guión que no sirvió para poner de acuerdo a las tres partes nunca será un instrumento válido para solucionar nada; y menos aún cuando el PSOE ya ha anunciado que con el PNV no tiene conflicto ninguno que superar, de modo que ni tan siquiera sirve para fijar las coordenadas del nuevo pacto que lleva meses cociéndose en la cocina de sus ejecutivas. Ibarretxe miente para eliminar contrincantes. Miente ante la audiencia para desembarazarse de su más directo rival: la izquierda abertzale.

Nada nos ha dicho sobre la dichosa consulta. Ni a quién preguntará, ni acerca de qué. También elude pronunciarse sobre lo que hará al día siguiente. Este lehendakari con aires de chamán y siempre en conexión directa con el «espíritu de esta sociedad» no muestra su juego porque ni tan siquiera es suyo. Él es el cebo de un anzuelo con el que esperan sacar del juego político a la izquierda independentista, reeditando la jugada del año 2001, cuando seiscientas mil personas creyeron apoyar con su voto un proyecto nacional sin tacha. Después llegaron los sicarios de la transversalidad, la usurpación de la voluntad popular en los ayuntamientos, las teorías de «relación amable con España» y, finalmente, los llantos entre bambalinas. No están lejanos los días en los que Ibarretxe confesaba a sus interlocutores en Ajuria-Enea que desde su propio partido le estaban haciendo la cama. Pensando en su forzosa retirada, hacía planes sobre las reformas que necesitaba su casa familiar, en Laudio. De fondo, Imaz y Egibar escenificaban el cisma fratricida, capitanes de dos bandos en pos de la ikurriña de Ushuaia.

Que nadie se lleve a engaño, el mismo Ibarretxe que abraza con fervor a monjes tibetanos, no ha recibido ni una sola vez de modo oficial a Etxerat; exhibe un anillo originario del Sahara como exponente de su solidaridad con los pueblos oprimidos, pero su partido nombró superintendente de la Ertzaintza a Díaz Arcocha, un militar al que los saharauis acusan de causar en el año 1970, al mando de una compañía de la Legión, una veintena de muertes en una manifestación reprimida en Al-Ayyùn. Y aunque siempre se ha jactado de mirar la realidad con ecuanimidad, cuando hace dos años presentó el documento «Paz y convivencia» se quitó la máscara. En él se aborda la violencia y sus efectos con estrabismo: para medir la de ETA abarca desde su primera acción hasta hoy, pero la violencia de estado sólo se computa hasta la muerte de Franco. En el arcón del olvido quedan más de 360 muertes provocadas a partir de 1975, decenas de miles de detenciones por motivos políticos, más de siete mil aterradores testimonios de torturas y millares de heridos provocados por la violencia estatal. El frío del desdén y del olvido institucional ha recubierto esas fosas comunes de la democracia española con una pátina de escarcha. E Ibarretxe, que hoy estará en el Kursaal, ha sido sujeto activo en esa amputación de la memoria oficial.

Ahora que la «ética» vuelve a ser el rumbo de sus rapiñas, mientras negocian el futuro de Euskal Herria con personajes de la calaña de Ramón Jáuregui, parece oportuno despojarnos de aquella vieja creencia según la cual «sin el PNV es imposible», porque una vez más dirigen las naves hacia sus propios caladeros. Con Ibarretxe al timón tratan de hacer ver que sólo ellos nos guiarán eludiendo el abismo. El soplo del partido sostendrá a Euskadi en el mundo, y las fortunas de sus amigos seguirán en barbecho. Tal vez fuera preferible que recalase en Laudio nuevamente, con las manos vacías pero libre de ataduras, para confesar que el fin del mundo no existe, y que la única aventura rentable es la de luchar por lo que creemos. Por lo que Euskal Herria necesita para seguir existiendo. Miles de sus conciudadanos lo conquistan día a día.

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