Belén Martínez Analista social
Buscando la «verdadera» identidad sexual
La cultura occidental establece definiciones identitarias dogmáticas: declara proscritas a quienes no se identifican en tanto que hembras o machos, y obliga a crecer adoptando comportamientos masculinos o femeninos en función de las expectativas sociales
A comienzos de los setenta, la homosexualidad era retirada de la clasificación de desórdenes mentales de la Asociación de Psiquiatría Americana. Sin embargo, hasta 1985 no fue sacada del manual de diagnóstico y estadística de enfermedades mentales. Habría que esperar hasta 1992 para que fuera retirada de la lista de enfermedades mentales de la OMS. Hoy en día, la transexualidad es considerada como enfermedad mental, mientras que la intersexualidad se percibe como un desorden del desarrollo sexual, una anomalía sexual o malformación genital.
Hace poco más de un año se promulgaba, en el Estado español, la ley reguladora de la rectificación registral de la mención relativa al sexo de las personas. Una ley que no logra sustraerse del discurso patologizante, ya que, para llevar a cabo la rectificación registral, la persona solicitante debe acreditar que le ha sido diagnosticada «disforia de género», que la ley entiende como la discordancia «entre el sexo morfológico o género fisiológico y la identidad de género sentida o sexo psicosocial».
Nuestra cultura occidental se caracteriza por establecer definiciones identitarias dogmáticas: declara proscritas a quienes no se identifican en tanto que hembras o machos, y obliga a crecer adoptando comportamientos masculinos o femeninos en función de las expectativas sociales que se tienen sobre uno y otro sexo. Para ello, dispone de un sistema jurídico-legal que impone dos categorías sociales de sexo excluyentes y opuestas: mujer o varón. Estas identidades encerradas en sí mismas obligan, en ocasiones, a resolver la aparente contradicción entre anatomía e identidad de género (como ocurre con las personas intersexos, comúnmente conocidas como hermafroditas). En esos casos, todo un arsenal de tecnología médica -cirugía de (re)asignación sexual- y química -tratamiento hormonal-, se encarga de la producción y mantenimiento del dimorfismo sexual (macho/hembra), y de la identidad de género que se deriva de éste.
La sociedad del siglo XIX no toleraba la ambigüedad sexual de Herculine Barbin, llamada Alexina B. o Abel Barbin. A Herculine, sin embargo, lo que le dolía era su sexo «verdadero», el que le habían impuesto a la edad adulta. Antes de suicidarse, Herculine dejó sus memorias, recuperadas a finales de los setenta por Foucault.
El pasado 17 de mayo se conmemoraba el día internacional contra la lesbofobia, la transfobia, la bifobia y la homofobia. Luchar contra todo eso significa combatir un sistema de género heteronormativo restrictivo, sustentador de desigualdades y discriminaciones; jerarquías y violencias. Significa también luchar por la desmedicalización de los cuerpos y la despsiquiatrización de las identidades. Existen personas intersexos e intergéneros que no se consideran enfermas y que reivindican la politización de los cuerpos, las sexualidades y las identidades, creando nuevas formas de resistencia al poder, generadoras de subjetividades alternativas al discurso tradicional aniquilador de la diversidad.