Análisis | Nuevo panorama político
El populismo alza el brazo e la República italiana
El saludo fascista con el que cientos de personas celebraron el triunfo de Gianni Alemanno en Roma es la foto que resume la recientes victorias electorales logradas, de la mano del fantasma del racismo que invade el continente europeo, por la derecha que encabeza Silvio Berlusconi.Italia señala una peligrosa tendencia en el contexto de una Europa que camina, inexorablemente, hacia una ultraderechización que debería encender todos los pilotos de alarma. El odio racial se identifica, interesadamente, con la erosión del bienestar. Un cóctel explosivo que genera más votos que las políticas de gasto público o la solidaridad entre desfavorecidos.
Joseba MACÍAS Sociólogo
Sociólogo, periodista y profesor en la UPV y en la cubana Escuela Internacional de Cine de San Antonio de Los Baños, el autor analiza el cambio político en Italia tras las últimas elecciones que han aupado al poder a una derecha con profundas raíces fascistas y racistas.
Secuencia mantenida. Primero fueron las elecciones generales del 13 y 14 de abril (fin de la presencia parlamentaria de las formaciones de la izquierda institucional por primera vez desde 1945). Después las municipales y provinciales del 28 de ese mismo mes (casualmente, el aniversario de la muerte de Mussolini).
El resumen, una foto para la historia que recorre el mundo: centenares de personas (jóvenes en su mayoría) realizando el saludo fascista y agitando banderas tricolores en la Plaza del Campidoglio. Celebran el triunfo de su candidato a la alcaldía en una «Roma liberada» como titulan los periódicos conservadores sus ediciones especiales.
Se llama Gianni Alemanno. Tiene 50 años y ha nacido en Bari, casi en el tacón de la bota peninsular. Está casado con la hija de Pino Rauti, líder histórico de la organización ultraderechista Ordine Nuevo. Alemanno era detenido en 1981 a los 23 años por dar una paliza, junto a otros compañeros, a un joven de izquierdas. Un año después era de nuevo encarcelado por lanzar un cóctel molotov contra la embajada de la Unión Soviética. Quedaría absuelto tras cumplir ocho meses de cárcel. En 1988 es elegido secretario nacional del Frente de la Juventud, el ala más radicalizada del ultraderechista Movimiento Social Italiano (MSI), partido constituido por los dirigentes fascistas sobrevivientes al Duce (y absueltos) en 1946. En 1989 es detenido de nuevo tras los altercados que se producen con motivo de la visita de Georges Bush padre a Italia. Cinco años después es elegido diputado en las listas de Alianza Nacional y, luego, ministro de Agricultura en el penúltimo Ejecutivo Berlusconi.
Gianni Alemanno es ahora el nuevo alcalde de Roma tras quince años de gobiernos de la izquierda institucional. Su campaña se ha centrado en una profusión de mensajes netamente racistas y xenófobos anunciando, por ejemplo, la expulsión de 20.000 inmigrantes y el fortalecimiento de los mecanismos de seguridad y control ciudadano desde la perspectiva del rechazo al otro. Su lema no ha dejado lugar a dudas: «Tenemos que regresar a ser dueños de nuestra propia casa». La mayor parte de los habitantes de la capital se han identificado con el mensaje. También un amplio sector del electorado sociológico de izquierda, como se puede observar analizando los resultados barrio a barrio. Es cierto que a ello han contribuido, sin duda, los errores del social-liberalismo del Partido Democrático (PD) -alianza de los sectores más moderados de la izquierda institucional con los más «avanzados» de la antigua Democracia Cristiana además de los radicales- y del «institucionalismo» de la Izquierda Arcoiris -unión de Refundación Comunista con los Verdes y otros pequeños grupos progresistas-.
Pero más allá de determinados «particularismos locales», la situación que se abre en Roma y en el conjunto de Italia señala una peligrosa tendencia que hay que analizar detenidamente para entender los nuevos mecanismos de «legitimación política» en el contexto de una Europa que camina, inexorable- mente, hacia una ultraderechización que debería encender todos los pilotos de alarma.
Italia, 2008. En 1976, el Partido Comunista Italiano (PCI) obtuvo el 33,3% de los votos. A su izquierda, además, se articulaba un amplio tejido social, plural y heterogéneo, que representaba a una amalgama diversa de colectivos y organizaciones nacidos en el contexto de las luchas de 1968 y 1969. Hoy, tres décadas después, la izquierda institucional no está en el Parlamento y la izquierda radical apenas concita seguidores. Buena parte de los antiguos militantes se refugian en el ámbito de organizaciones informales no lucrativas. Pero la mayoría han abandonado la «esfera de lo político» para dedicarse a otras actividades más prosaicas.
Mientras tanto, Silvio Berlusconi se prepara para un nuevo mandato. Las urnas han hablado. Los electores han considerado que Il Cavaliere debe volver a regir los designios de la República. Los índices de participación no dejan lugar a dudas: un 80,4%. Paradójicamente son los más bajos en los últimos veinte años. Pero no olvidemos que el voto no es obligatorio. ¿O sí? La llamada a las urnas se extiende a dos jornadas (una festiva y otra laboral) y no deja de ser curioso que la mayor parte de los italianos ejerzan su derecho democrático el día de trabajo para tener así acceso a unas horas de «absentismo legal retribuido». Sin olvidar, last but not least, que en Italia si no se vota tres veces consecutivas se pierde el derecho a seguir haciéndolo... Pero el voto, lo hemos dicho, no es oficialmente obligatorio.
Berlusconi, tercera era, llega al poder democráticamente. Quizá con una pequeña ayuda de sus medios de comunicación, alguna que otra contribución económica de buena parte del empresariado, la abierta complicidad de las organizaciones criminales institucionalizadas en diversas regiones del país, una ley electoral que excluye a toda fuerza que no llegue a obtener el 4% de los votos, el lógico silencio de la judicatura o el apoyo activo de unas clases medias sedadas entre el calzio y las parrillas televisivas...
Pero ha llegado al poder democráticamente. Las cifras cantan. Mientras sus abogados (y parlamentarios) continúan defendiéndole en los tribunales de todos sus procesos y ayudan a elaborar las leyes que dejen libre a su cliente, el populismo alza el brazo en Italia.
El Pueblo de la Libertad de Berlusconi (Forza Italia, Alianza Nacional y diversos partidos menores) y la Liga Norte de Humberto Bossi han convertido el miedo en poder. Gianfranco Fini, el histórico líder de la fascista Alianza Nacional y ex ministro de exteriores, es el nuevo presidente de la Cámara de los Diputados. ¿Extraño? En Italia, desde hace ya unos cuantos años, la actividad del fascismo societario es una constante real en pueblos y ciudades: sus militantes trabajan intensamente realizando la difusión de su ideología desde los niveles más bajos, ocupan viviendas y desarrollan una amplia agenda cultural en sus centros sociales... Mientras tanto, en el Norte del desarrollo, la Liga se encarga de difundir la consigna «menos Estado más seguridad», recordando constantemente las deficiencias de la centralizada Administración Pública o la falta de infraestructuras y servicios derivada del «saqueo romano»...
Muchos veteranos votantes comunistas han optado por la Liga Norte en estos comicios mientras han mantenido su carnet del sindicato. ¿Acto contra natura? Evidentemente sí, pero «en una sociedad en la que los vínculos locales, personales y familiares son mucho más importantes que la lealtad abstracta al Estado y la nación», como señala el profesor Alexander Stille, el poder de los media y su llamada permanente al peligro de la pérdida de estatus y contratos de trabajo por la llegada de los extranjeros, consigue sus frutos y despierta los instintos más bajos entre una población siempre vulnerable.
El Racismo real. El mensaje cunde. La violencia sexual padecida por una mujer italiana a manos de un ciudadano rumano despierta la ira colectiva. Los medios agitan. Los mismos medios que silencian o minimizan los asesinatos diarios de «prostitutas» provenientes de la Europa del Este. En Nápoles, mientras las basuras siguen aumen- tando en las calles, una turba de mujeres, muchachas y jóvenes atacaban y reducían a cenizas días atrás un campamento donde vivían un millar de gitanos rumanos. Los rumores de secuestros, robos y violaciones tienen ahora, en estos meses, a los gitanos rumanos como protagonistas directos. Antes fueron los albaneses. Mañana...
El odio racial se identifica, interesadamente, con la erosión del bienestar. Un cóctel explosivo que genera más votos que las políticas de gasto público o la solidaridad entre los más desfavorecidos. Italia, el país más endeudado de Europa, lo sabe bien. Este nuevo fantasma que recorre ahora nuestro continente no tiene intención de detenerse. Y conviene tenerlo en cuenta especialmente en una sociedad como la nuestra, donde la necesidad de articular una identidad propia no debe nunca llevarnos a confundir quién y dónde están los que la niegan. Porque si bien el fenómeno de la inmigración masiva no es todavía comparable cuantitativamente al de otras geografías cercanas, muy pronto tendremos la oportunidad empírica de demostrar el verdadero sentido de nuestras concepciones de cambio y transforma- ción social. Y el reto, en Italia o en Euskal Herria, no es nada fácil.