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Amparo Lasheras Periodista

No se esfuercen, conocemos el final

Nada indica, según advierte Amparo Lasheras, que «el derecho a decidir y la resolución del conflicto» sean prioritarios para los jeltzales, cuyos intereses confluyen cada vez más claramente con los del PSOE. Por lo tanto, como bien explica Lasheras, «no es difícil imaginar cual será el final de un propuesta que nació para no llegar a ser».

Conocer de antemano el desenlace de cualquier historia o película es privar al lector o espectador de la emoción y el anhelo de esperar lo deseado, lo desconocido y hasta lo imprevisible. La esencia de un buen guión o de una buena novela radica en alimentar el interés hasta el final y desbordar en él la verdad sorprendente y nunca dicha de todo lo que se ha narrado. Sólo un maestro como Gabriel García Márquez ha sido capaz de mantener la tensión del lector después de descubrir, en la primera línea de su novela, que Santiago Nasar, el protagonista de «Crónica de una muerte anunciada», iba a morir.

Pero esos geniales imprevistos sólo ocurren en la literatura y en el cine donde la imaginación y el riesgo gozan todavía de una cierta vigencia creativa. En la vida real, aunque caben las sorpresas, lo normal es que todo tenga una causa y una consecuencia lógica. Si esa teoría la trasladamos al ámbito de la política convencional, la cosa cambia. Veremos que en cualquier movimiento, discurso, gesto o declaración de quienes gestionan la vida pública, las causas y las consecuencias se originan y entremezclan con los intereses y los objetivos de negocio y poder y, al final, resulta difícil saber dónde se encuentra la verdad, el leitmotiv, el nudo de la cuestión y el desenlace definitivo. Precisamente, la famosa hoja de ruta diseñada por el lehendakari, Juan José Ibarretxe, en la que se incluye una consulta fantasma, me recuerda esa idea de trama mal llevada, donde los autores realizan multitud de pequeños malabarismos literarios para ocultar un final que el lector ya adivinó en la cuarta página.

Y es que en lo referente a la historia del plan o propuesta del lehendakari, el presidente del EBB, señor Urkullu, y el propio lehendakari se esfuerzan en hacernos creer que el objetivo esencial de su proyecto es llegar a un acuerdo de normalización política, utilizando para ello el ejercicio del derecho a decidir de Euskal Herria. Sin embargo, observando los pasos dados en el preámbulo de su propuesta, queda claro que sus objetivos reales incluyen única y exclusivamente el desarrollo de una reforma estatutaria, sin aspiraciones independentistas, que agrade al PSOE y encaje en el proyecto de España.

Por mucho que me esfuerzo en analizar las declaraciones de Ibarretxe y de los dirigentes del PNV, no encuentro ningún elemento, palabra o resquicio político que me diga o me demuestre que, en sus proyectos de futuro inmediato, el derecho a decidir y la resolución del conflicto gozan de una prioridad, interés e importancia política destacable. Por lo tanto no es difícil imaginar cual será el final de una propuesta que nació para no llegar a ser. Por ello, a veces y sin poder remediarlo, me invade la sensación de que alguien me está engañando y eso más que indignarme, me preocupa, porque, como todos los hombres y mujeres de este pueblo me gustaría, además de ser un poco más feliz y encontrar el tiempo para disfrutarlo, ejercer con plenitud mis derechos políticos y afrontar el futuro de mi país con nuevas claves de libertad y cambio.

La entrevista del pasado martes en Madrid, entre el lehendakari y Rodríguez Zapatero, ha sido, desde su anuncio, una crónica hacia la nada, que lo único que ha aportado al momento político actual es la construcción del escenario apropiado para entrar en la senda de una reforma estatutaria, preparada a sotto voce en las recámaras privadas de socialistas y nacionalistas. Empeñados en su objetivo, los jeltzales no han dudado en aportar méritos a la causa española al abrir las puertas del Parlamento vasco a la Guardia Civil, una institución, garante incondicional de la unidad de España, que entre sus «proezas» cuenta con la práctica sistemática de la tortura, el secuestro, el asesinato y el enterramiento en cal viva de jóvenes militantes vascos.

Si la intención de Ibarretxe, como asegura, es iniciar un proceso que resuelva definitivamente el conflicto político en Euskal Herria, el camino hacia Madrid, pienso yo, que debería ser a la inversa del recorrido que ha pretendido realizar el lehendakari y que puso de manifiesto en la «propuesta posible de pacto político» enviada a Zapatero como paso previo a su cita del 20 de mayo. A Madrid se debe llegar con un acuerdo político, sí, pero con una solución acordada por todas las fuerzas políticas de Euskal Herria, (y cuando digo todas son todas y no sólo las que autoriza la Ley de Partidos), refrendada por la sociedad vasca y con la premisa de que el Gobierno español la respete. El resto de fórmulas sólo contienen recovecos de falsos proyectos independentistas y formulismos institucionales incapaces de atravesar el muro constitucional, tras el que se esconde el Gobierno de Zapatero para justificar su negativa a respetar un derecho fundamental como es la autodeterminación.

La próxima cita, marcada en rojo en la hoja de ruta de Ibarretxe, tendrá lugar el 27 de junio en el Parlamento vasco y es probable que, ese mismo día, la tan ansiada y cacareada consulta se hunda en el silencio de la normativa institucional y desaparezca del panorama político, sin pena ni gloria, sin apoyo parlamentario que, aunque no es lo mismo, tiene mucho que ver con la falta de voluntad política tanto de quienes la promueven como de quienes la prohíben. Y es que para ambos, PSOE y PNV, el objeto del deseo no es otra cosa que retirar a Juan José Ibarretxe de la lehendakaritza y adelantar las elecciones autonómicas para, después de equilibrar resultados, rememorar los tiempos de Ardanza, firmar un acuerdo estatutario, más a la baja que a la alta, y asentarse en una gestión a dos bandas donde jeltzales y socialistas se repartan las cotas de poder, al mismo tiempo que continúan violentando los derechos de la sociedad vasca y negando la existencia de la izquierda independentista.

Con estos indicios es fácil deducir que las altisonantes declaraciones de principios abertzales, incluidas las que hacen referencia a las conversaciones de Loiola, responden a una puesta en escena, diseñada y pensada para un periodo electoral, de la que deliberadamente y con alevosía se ha excluido la información de los contenidos finales, aceptados por la IA y supervisados por observadores internacionales, con los cuales sí se podría retomar un nuevo proceso de diálogo que llegase a la raíz del conflicto político y abriese un periodo de definición de los conceptos de territorialidad, derecho a decidir o sujeto político, sobre los que iniciar una negociación que asentase las bases resolutivas del problema político. Éste sería el final lógico si PNV y PSOE, en lugar de atender a sus propios y diversos intereses, obrasen con la responsabilidad que exige el momento. Pero como no es el caso, sólo cabe decir que el fraude está servido y que el final es el que es, es decir, el que la IA presintió hace un año cuando PNV y PSOE dieron carpetazo al proceso de diálogo.

Adivinar el final de una historia contada en capítulos suele ser decepcionante porque una llega a sentirse desvalida de emociones y sorpresas. Sin embargo, siempre existe el recurso de elegir otra historia y reencontrar el tiempo de evasión que se necesita para preservar el equilibrio entre la mente y la fantasía. No sucede lo mismo en la vida real. En la vida cotidiana y sobre todo en la lucha del quehacer político, descubrir el final del camino antes de comenzar a andar suele provocar, además de preocupación, rebeldía. Y habrá que recordar que la rebeldía es uno de los sentimientos que, aunque conoce demasiado bien la angustia, la soledad y el miedo, no acostumbra a doblar la rodilla, a rebajar sus principios o a desertar de las ideas. Lo dicen los poetas, pero también la realidad.

Y volviendo al principio y a García Márquez, que nada tiene que ver con el análisis que acabo de hacer, hace años en una reseña de su novela «Crónica de una muerte anunciada», el propio escritor comentaba de su obra que la tragedia de la historia que narra en ella se hallaba implícita en la verdad de Pedro y Pablo Vicario que mataron a Santiago Nasar sin querer matarlo y, sin embargo, aquellos del pueblo que pudieron impedirlo no lo hicieron.

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