Cien años del nacimiento de James stewart, santo y seña de la época dorada de hollywood
James Stewart, emblema del Hollywood dorado, hubiera cumplido este pasado martes los cien años. Héroe de guerra, ferviente republicano y, en la madurez, eterno enamorado de su única esposa, su apariencia de bonachón le llevó a protagonizar clásicos del cine .
GARA
Pocos tuvieron su clase y elegancia. Citado a menudo en cualquier lista que se precie sobre los mejores actores del celuloide, algo siempre sujeto al terreno de la subjetividad, no cabe duda de que gozó de una de las carreras más brillantes que se recuerdan.
Stewart optó en un primer momento por la carrera de arquitectura, aunque después fue atraído por el teatro en la Universidad de Princeton. Sus primeros éxitos vinieron como actor en el teatro de Broadway, antes de realizar su debut en Hollywood en 1935. Durante su carrera profesional hizo de todo; de la comedia romántica al western, del dramón más lacrimógeno al suspense y al thriller más enrevesado. No hubo género que se le resistiera y en el que encajase como un guante a lo largo de seis décadas en la profesión. Incluso el de la animación, ya que en 1991 puso voz a uno de los personajes de «Fievel va al Oeste», su último papel en el cine.
Pieza indispensable en las trayectorias de directores clave como Alfred Hitchcock, Frank Capra, John Ford o Anthony Mann, «Jimmy», como se le conoce cariñosamente en EEUU, brilló sobremanera en «El bazar de las sorpresas» (1940), de Ernst Lubitsch; «Historias de Filadelfia» (1940), de George Cukor, y «Anatomía de un asesinato» (1959), de Otto Preminger.
Tres piezas luminosas del cine en blanco y negro. Por la segunda incluso la Academia le concedió el Oscar al mejor actor, gracias al papel de Macaulay Connor, el dicharachero escritor que se enamora de Tracy Lord, personaje interpretado por una irresistible Katharine Hepburn.
Para entonces ya había sido candidato al Oscar por «Caballero sin espada» (1939), de Capra, y años después volvería a repetir candidatura por la inolvidable -y clásico de las televisiones en Navidad- «¡Qué bello es vivir!» (1946), también de Capra; por «El invisible Harvey» (1950), de Henry Koster, y por el filme anteriormente mencionado de Preminger. «La película en sí misma no tiene nada de excepcional», escribió una vez el actor sobre «¡Qué bello es vivir!», que él mismo consideró su cinta preferida de entre las más de 80 que rodó.
«Es simplemente sobre un tipo ordinario que descubre que vivir cada día de forma honorable, con fe en Dios y preocupándose por los demás, puede ser una vida maravillosa», indicó el intérprete.
De joven, pasó de los teatros de Broadway a ser un terrible seductor y playboy junto a su amigo Henry Fonda tras llegar a la meca del cine a finales de la década de 1930.
Pero poco después decidió alistarse en el Ejército y se convirtió en el primer gran actor en vestir un uniforme militar durante la II Guerra Mundial. Su participación en ella le alejó durante cuatro años de los platós, pero alcanzó el grado de Brigadier General en la fuerza aérea de EEUU y fue condecorado con la Medalla del Servicio del Aire, la Cruz de Vuelo Distinguido y la Cruz de Guerra francesa, entre otras.
La fogosidad con la que llegó a Hollywood se diluyó tras regresar del conflicto y conocer a Gloria, ex modelo con la que contrajo matrimonio a los 41 años y de quien no se separó hasta la muerte de ésta, a causa de un cáncer de pulmón, en 1994.
En lo que nunca cesó fue en su activismo político. De sobra conocido fue su manifiesto apoyo al movimiento anticomunista de Hollywood a finales de la década de 1940, así como su respaldo a los presidentes estadounidenses Richard Nixon y Ronald Reagan.
Con todo conseguido en su vida, recibió en 1985 el Oscar honorífico. Murió el 2 de julio de 1997, un día después del fallecimiento de otro ilustre de Hollywood, Robert Mitchum. «EEUU ha perdido hoy un tesoro nacional», dijo entonces el presidente del país, Bill Clinton.
Pasados cien años de su nacimiento, el 20 de mayo de 1908 en Indiana (Pensilvania), y casi once desde que consiguiera sus alas, el cine recuerda a Stewart como el actor que supo plasmar a la perfección al tipo medio estadounidense y que recordó al espectador que cada vida, por mundana que pueda parecer, es única.