CRÓNICA | El drama de Somalia
La invasión etíope ha convertido a Mogadiscio en una ciudad fantasma
El derrocamiento de la Unión de Tribunales Islámicos a cargo de los invasores etíopes, que pusieron a un Gobierno títere, ha forzado el éxodo de las dos terceras partes de los habitantes de la capital somalí. La creciente represión ocupante está radicalizando a muchos de los que sobreviven en la ciudad, que se alistan a la resistencia islamista.
Abukar ALBADRI
La guerra que sufre Somalia desde hace años está convirtiendo a Mogadiscio en una ciudad fantasma, abandonada por las dos terceras partes de sus habitantes, y en muchos de sus barrios los únicos seres vivos que se hallan son gatos y cabras.
La gente huye de la ciudad tras la entrada en el país de tropas etíopes a finales de 2006. El número de refugiados que viven en las cercanías de la ciudad se acerca al medio millón y, en las calles, los niños que aún quedan han incorporado la guerra como uno de sus juegos.
Ahmed Ali, Mohamed Hassan y Dubad Nur son tres adolescentes que juegan a matarse en una calle de Mogadiscio. El primero es un combatiente islámico, el segundo un militar de Gobierno y el tercero un soldado etíope.
Antes de ponerse de acuerdo, nadie quería ser militar del Gobierno. «Los insurgentes son más fuertes que el Gobierno, y nadie quiere ser derrotado», recuerda Ali, de 13 años de edad.
El último período con relativa calma en Mogadiscio fue el segundo semestre del 2006, cuando la ciudad y amplios sectores del centro y sur del país estuvieron controlados por los Tribunales Islámicos. Pero una ofensiva etíope expulsó a los milicianos de todos los territorios que controlaban y desde entonces la ciudad es un caos.
Hay barrios del sur y otros periféricos del norte de Mogadiscio que están completamente desiertos. La mayor parte de las casas están destruidas, abandonadas o saqueadas. Sus moradores viven a las afueras de la ciudad o en países vecinos a los que llegaron escapando de la guerra y de las acciones de la guerrilla urbana islámica.
En esos lugares sólo se ven gatos y cabras. Muchos de ellos también han sido víctimas de los periódicos bombardeos y sus restos putrefactos se encuentran en las calles. Los animales que sobreviven se acercan cuando ven a alguien pidiendo comida.
«Normalmente vivo en un campo de refugiados, con mis siete hijos, y vengo aquí a vender té para poder alimentarlos», relata Habiba Mohamud en una esquina. Sus clientes son guardias armados por los comerciantes del mercado de Bakara, el más importante. El marido de Habiba murió en noviembre de 2007 cuando su vivienda fue rodeada y atacada por tropas etíopes. «Gano un promedio de unos 60 centavos de dólar al día y con ellos puedo hacer una comida al día», agrega.
En el camino que comunica Mogadiscio con Afgoi, una pequeña ciudad a las afueras de la capital, hay más de 400.000 desplazados internos que salieron de la ciudad por los combates entre los milicianos islámicos y los invasores etíopes.
La comida y el techo escasean, no hay puestos médicos y la gente sobrevive gracias a la poca asistencia internacional que les llega. «Somos inocentes, no hemos cometido ningún crimen y estamos siendo castigados», relata Murayo Siad Roble, que tiene nueve hijos y cuyo marido murió por una granada de artillería en noviembre del año pasado. «Sólo dependemos de Alá y de los buenos samaritanos», añade resignado.
La seguridad en la capital es la peor en toda la historia del país, que desde 1991 arrastra una serie de guerras que ningún Gobierno ha logrado parar.
Son frecuentes los ataques contra los miles de soldados etíopes que están en el país desde fines de 2006 y también frecuentes las operaciones de venganza de las tropas de ocupación cuando son hostigadas por los combatientes islámicos.
Más apoyo a la guerrilla
Ali Musa, un voluntario que documenta los abusos de la guerra, denuncia que los soldados del Gobierno y los de Etiopía no suelen discriminar entre atacantes y civiles.
«Los atacantes ejecutan su operación y escapan, pero en las redadas posteriores de las fuerzas de seguridad son los vecinos del área los que se convierten en objetivo», sostiene Musa.
«Estas tácticas -indica- están radicalizando a mucha gente». Cuenta que, precisamente por eso, muchos niños que solían ir a la escuela hasta hace poco son ahora combatientes islámicos.
El Gobierno títere y las tropas etíopes controlan menos del 40% de la ciudad, y el resto está vacío o en poder de los milicianos islámicos.
La muerte puede llegar en cualquier momento por un ataque insurgente, por una represalia oficial o por un bombardeo que castiga a barrios dispersos. «Por favor, que paren los combates, porque ya no sabemos dónde buscar refugio», implora una mujer de 80 años, ciega, que perdió a sus dos hijos en un bombardeo y que ahora está en el campo de refugiados de Elasha Biyaha.