José Luis Herrero y Antton Azkargorta Profesores despedidos de la UPV
Cambiar de política
El rectorado, situado en el centro de Bilbo, era periódicamente invadido por estudiantes. El rector Martín Mateo escuchaba sus planteamientos y promovía órganos no oficiales en donde se abordaban los problemas. No se le ocurrió nunca llamar a la Policía para desalojar a los allí reunidos a pesar de la presiones recibidas
Observando cómo vienen resolviendo los conflictos universitarios los dirigentes de la UPV en los últimos lustros nos viene a la memoria la figura del que fue rector de la denominada Universidad de Bilbao entre 1976 y 1979, Ramón Martín Mateo. Eran aquellos años difíciles para cualquier responsable universitario pues coincidían con la llamada «transición democrática». Años de gran presión por el cambio político y con numerosos episodios de violencia. Sin embargo, Martín Mateo consiguió milagrosamente librar a la universidad de policías, cámaras y guardas jurados especiales. Demostró una enorme capacidad para canalizar el gran número de reivindicaciones que le venían encima por cauces estrictamente democráticos, así como una inagotable capacidad de diálogo y negociación con todos los sectores universitarios. Desplegó una rica y creativa variedad de instrumentos, algunos de ellos improvisados, obligado por las circunstancias del momento. Su visión de futuro, humanismo, talante abierto y progresista, sencillez de carácter y compromiso intelectual le hicieron persona respetada por la mayoría de los miembros de la comunidad universitaria. Para nosotros es el único mandatario en toda la historia de la UPV que podemos calificar como un autentico universitario.
El rectorado, situado en pleno centro de Bilbo era periódicamente invadido por estudiantes con sus interminables demandas. El rector dialogaba con ellos, escuchaba sus planteamientos y promovía órganos no oficiales de encuentro en donde se abordaban los problemas. No se le ocurrió nunca llamar a la Policía para desalojar a los allí reunidos a pesar de la presiones recibidas. En una ocasión los estudiantes de Magisterio retuvieron durante horas a los profesores. Martín Mateo se presento allí, les convoco a una reunión en el rectorado y designó una comisión de profesores y estudiantes que después de una negociación consiguieron resolver el peliagudo asunto. Él personalmente contuvo a la Policía Nacional que estaba presta a intervenir para liberar a los «secuestrados». Las instalaciones del rectorado, tanto las situadas en Indautxu como posteriormente en el campus de Leioa siempre se encontraban abiertas a los diversos colectivos o a personas individuales. Sin blindajes, guardias armados ni sistemas sofisticados de vigilancia como los existentes actualmente en esa especie de búnker en que se ha convertido el edificio del rectorado.
También tuvo que lidiar con el movimiento de los PNN (profesores no numerarios) que exigían contratos laborales. Precisamente en el curso 1976-1977 una huelga general tuvo paralizada varias facultades durante la mayor parte de aquél. Pues bien, Martín Mateo no sólo comprendía la justeza de esa reclamación sino que era firme partidario de ella. Incluso fue uno de los cerebros asignados por el Ministerio de entonces (UCD) para elaborar un proyecto de profesorado contratado laboral que no llegó a cuajar. Sensible a la situación de los PNN hizo todo lo posible para impedir -con éxito- el descuento en las nóminas de los profesores en huelga.
También a él le correspondió la inmensa tarea de cambiar el sistema de representación universitaria franquista dominado por el cuerpo de catedráticos. Con enorme habilidad, interpretando los estatutos de forma avanzada, apoyándose en la fuerza de los estudiantes, PNN y PAS, supo dar la vuelta a un organigrama jerarquizado y obsoleto, impulsando los claustros constituyentes de representación paritaria en donde en los años posteriores se debatirían las cuestiones más importantes de la problemática universitaria. De esa forma, colectivos universitarios anteriormente invisibles como los citados tuvieron un protagonismo indudable. Se consiguió con esta presencia real de los inexistentes que los grandes problemas tuvieran su espacio de discusión en las instituciones universitarias, sin que los enfrentamientos desbordasen los cauces legales, que fueron profundamente reformados para impedirlo.
Podríamos seguir hablando largo y tendido de las iniciativas defendidas por ese rector y que dinamizaron la vida universitaria -no sin graves resistencias y contradicciones, como es natural en una institución en proceso de cambio-. Pero valgan estas breves notas para comparar las actitudes de aquel rector con los comportamientos de la mayoría de sus sucesores que han hecho de los campus recintos blindados y donde los problemas universitarios se enquistan y no encuentran canales de solución. Ante la inmensa abstención del colectivo estudiantil (97%) en las pasadas elecciones y los graves episodios represivos habidos, examinar detenidamente la experiencia del mandato de aquel excepcional rector podría servir de ejemplo a los responsables actuales o venideros a fin de alterar radicalmente las formas de actuar que hoy dominan este espacio y resolver conflictos que dañan enormemente la vida universitaria.