Cuando los jugadores llevaban casco de cuero
«Ella es el partido»
Después de un drama tan comprometido como «Buenas noches, y buena suerte», George Clooney opta por una comedia ligera en la dirección, que además resulta compatible con su trabajo como actor estelar. Mantiene, eso sí, su tendencia retro y el interés por personajes de la cultura popular norteamericana, en este caso por los pioneros del fútbol americano.
Mikel INSAUSTI | DONOSTIA
Como quien no quiere la cosa, la carrera de director de George Clooney ya va por su tercer largometraje, prueba de que su personalidad cinematográfica se sitúa por encima de la imagen de galán que la prensa rosa pretende adjudicarle. Precisamente, en «Ella es el partido» se desdobla detrás y delante de la cámara para autoparodiarse, para reírse de su fama de tipo atractivo. Lo de no tomarse en serio a sí mismo y hacer gracias sobre su edad, ya camino de los cincuenta, va bien con el aire de comedia alocada que pretende imprimir a la película; aunque siempre queda la sensación de que Clooney y sus amigos se lo pasan en grande en los rodajes, sin conseguir que al espectador que paga su entrada le ocurra otro tanto. El equipo de «Ella es el partido» reconoce que la filmación fue una continua juerga, con un director bromista que además también ejercía de compañero suyo. En consecuencia el resultado nunca podrá ser tan profesional como el que se dio en «Buenas noches, y buena suerte», donde renunció al protagonismo interpretativo y se concentró por entero en la realización.
Tarde o temprano Clooney tenía que sacar su lado gamberro en las tareas de dirección, al igual que lo ha hecho como productor asociado a Steven Soderbergh, cineasta con el que ha roto amistosamente. En principio, tenía que ser su ex socio el encargado de dirigir «Ella es el partido», pero tras muchas vicisitudes ha acabado en sus manos. La decisión de hacerse cargo del proyecto supone un cambio de registro radical con respecto a sus dos anteriores realizaciones, que eran mucho más serias y de contenido políticamente comprometido y crítico. Aún así, se pueden encontrar puntos en común entre los tres títulos, todos ellos basados en personajes reales que, de una u otra manera, han influido en la evolución de la sociedad norteamericana. En «Confesiones de una mente peligrosa» Sam Rockwell encarnaba al presentador televisivo Chuk Barris, quien ocultó a la audiencia un doble vida como agente de los servicios secretos. En «Buenas noches, y buena suerte», David Strathairn se metía en la piel del periodista Edward R. Murrow, quien defendió la libertad de expresión en plena caza de brujas macarthysta. Finalmente, en «Ella es el partido», el propio George Clooney da vida a un personaje inspirado el legendario jugador de fútbol americano John McNally, un pionero del que se podría considerar como deporte nacional junto al béisbol.
Conflictos como guionista
Aparte de la función de gracioso oficial en los rodajes, la tercera actividad acreditada de George Clooney es la de guionista. Sin embargo, esta vez ha tenido problemas con el sindicato de guionistas, que le han llevado a retirar su carnet. En «Buenas noches, y buena suerte» aparecía en los títulos de crédito junto a su nuevo socio Grant Heslov, pero en «Ella es el partido» no le han dejado figurar, considerando que los autores del libreto son Duncan Brantley y Rick Reilly, cuya labor, por cierto, ha sido la más atacada por la crítica. Es imposible, desde fuera, saber cuál es la verdadera aportación de Clooney en materia argumental, pero sí ha trascendido que quería dar a la historia un tratamiento más romántico y ligero, al gusto del público estadounidense mayoritario. Parece una postura inteligente, puesto que conoce muy bien Europa y es consciente de que en el resto del mundo al deporte que se juega con un balón ovalado se le llama rugby, mientras que las reglas de esa otra modalidad que los yanquis practican con casco y exageradas protecciones no se comprenden. ¡Qué levanten la mano los que sepan que es un touchdown!
Si en lo deportivo la mayoría de los espectadores no vamos a poder disfrutar como nos gustaría de «Ella es el partido», hay otros aspectos, en cambio, con los que es más fácil conectar. Son los que tienen que ver con la cinefilia y la mitomanía, debido a que el tercer largometraje de Clooney está hecho con una decidida vocación nostálgica. El sentido retrospectivo de esta comedia ambientada en los locos años 20 lleva consigo un sinfín de referencias a las estrellas y a los maestros del Hollywood clásico, servidas al contagioso y arrollador ritmo del slapstick. Antes de ponerse a rodar, el actor y director ha revisado joyas del género como «La fiera de mi niña», «Luna nueva» o «Historias de Filadelfia». La intentona no deja de ser un poco suicida, porque aquellas genialidades son imposibles de repetir hoy en día, puesto que la frescura no puede ser ya la misma. Clooney se sabe de memoria la imitación del galán a lo Clark Gable, pero tenía que completar un trío estelar de similares características clónicas. Todo parece indicar que ha acertado al elegir al televisivo y espigado John Krasinski para la caricatura de James Stewart, convenciendo menos los esfuerzos de Renée Zellweger por emular a la inigualable Katharine Hepburn, dadas las evidentes y acusadas diferencias físicas y temperamentales existentes entre ambas actrices.
Recrear la artesanía
Otra de las dudas que plantea «Ella es el partido» es la de si, mediante las avanzadas técnicas actuales, se puede recrear una época ligada a otra forma de hacer cine, que era, en esencia, mucho más artesanal. Clooney ha elegido la imagen digital para conseguir colores vivos, así como para generar los fondos destinados a servir de ambientación, obligando a los intérpretes a actuar delante de una pantalla verde pero vestidos a la vieja usanza, con pesados uniformes de lana aún más incómodos al cubrirse del barro de los primitivos terrenos de juego. Sus evoluciones son seguidas, dentro de la recreación virtual, con movimientos de cámara sencillos que tratan de evocar el estilo de filmación tradicional.
El momento histórico a reproducir es el del nacimiento del concepto de espectáculo deportivo, con sus primeros ídolos, que pasan de las peleas en los bares a reconducir su energía en un estadio con público, cuando se confundía el prototipo del héroe de guerra con el del atleta campeón. Un periodo de eclosión ideal para los emprendedores, para los tipos espabilados dispuestos a emplear la picaresca con tal de formar parte de un mundo en desarrollo dispuesto a premiar a los ganadores.
George Clooney busca imprimir un aire de comedia alocada a la película, para lo que emplea técnicas tan válidas como reírse de sí mismo y hacer gracias sobre su edad. Aún y todo, queda la sensación de que el equipo técnico se lo pasa en grande durante el rodaje, mientras que el espectador no logra tanta diversión.
El personaje de Clooney está basado en John McNally, que se hacía llamar «Johnny Blood», «un loco al que le encantaba beber». Su equipo llegaba a jugar cuatro o cinco partidos semanales e incluso hacían parar el tren si veían a un grupo de diez o veinte chicos, contra los que se ponían a jugar por dinero.
Título original: «Leatherheads».
Dirección: George Clooney.
Guión: Duncan Brantley
y Rick Reilly.
Producción: Grant Heslov y Casey Silver
Fotografía:
Newton Thomas Siegel.
Música: Randy Newman
Intérpretes: George Clooney, Renée Zellweger, John Krasinski, Jonathan Pryce, Stephen Root, Wayne Duvall, Malcolm Goodwin, Tommy Hinkley.
País: EE.UU, 2008.
Duración: 114 minutos.
Género: Comedia reto.