Un debate familiar sobre la memoria histórica
«Aritmética emocional»
Película canadiense que causó una honda impresión en el pasado Zinemaldia donostiarra, donde debería haber recibido un premio interpretativo por todo su extraordinario reparto coral. La presencia bergmaniana de Max Von Sydow influye en el ambiente otoñal de este drama, con la necesaria adaptación al paso del tiempo en el centro de una discusión familiar.
Mikel INSAUSTI | DONOSTIA
Fue una de las mejores películas vistas en la Sección Oficial del Zinemaldia donostiarra el pasado año, donde seguramente no tuvo mayor recompensa por ser juzgada erróneamente como una crónica más sobre los traumas del holocausto. Nada más lejos de la realidad, puesto que se trata de un drama mucho más profundo y universal, en el que se debate sobre la memoria histórica. Lo que plantea es si se puede vivir manteniendo un compromiso y una fidelidad con la reparación de las injusticias del pasado, sin perder la perspectiva del presente junto con las personas que nos rodean y la ilusión por el futuro. «Aritmética emocional» no juega con los recuerdos o los fantasmas de la niñez, sino que los materializa, porque tienen una continuidad en el tiempo y no desaparecen. Están ahí, han sobrevivido a los cambios del mundo moderno, como testigos implacables de un genocidio y se resisten a ser enterrados. Por lo tanto, los que conviven con ellos no están locos y siguen siendo víctimas de su propio destino, el cual podrán sobrellevar siempre y cuando cuenten con la solidaridad de los demás, que no se imaginan ni en sueños lo que es haber pasado por algo así.
Paolo Barzman ha realizado la película dentro de las coordenadas de un cine canadiense que tiene al quebequois Dennis Arcand como principal influencia, al utilizar un paisaje idílico y en armonía con la naturaleza a modo de contraste con una tensa discusión interior, expresada en forma de reunión familiar. Hijo de los prestigiosos guionistas Ben y Norma Barzman, víctimas de la caza de brujas macarthysta, se siente motivado para abordar el tema de los que sufren persecución ideológica o cultural. Está familiarizado además con la dirección interpretativa de grandes personalidades, por haber trabajado ya en su primer largometraje con Max Von Sydow. Vuelve a contar con la arrolladora presencia del actor sueco en «Aritmética emocional», y es como si toda la película adquiriese un solemne aire bergmaniano en consonancia con los tonos ocres y otoñales del escenario que rodea a la casa de campo en la que transcurre el drama.
Pero si la actuación de Max Von Sydow es impresionante, no lo son menos las de Susan Sarandon, Gabriel Byrne y Christopher Plummer. El trío en cuestión escenifica una historia de amor impedida, debido a que el dolor puede más en sus vidas que otros sentimientos. La pareja distanciada por los kilómetros y los años que componen Susan Sarandon y Gabriel Byrne se reencuentra, cuatro décadas después, para revivir la terrible experiencia que sufrieron durante la infancia en el campo de concentración de Drancy, donde fueron salvados de ser enviados a Auschwitz por el prisionero polaco incorporado por Max Von Sydow, quien se sacrificó por ellos quedando condenado a un eterno destierro. Ella ha compartido su vacía existencia posterior, dedicada obsesivamente a un censo de las víctimas heredado de su benefactor, con un profesor universitario obligado a pagar las consecuencias de su bloqueo emocional. Al canadiense Christopher Plummer le toca asumir este difícil rol de convidado de piedra, de la persona que siente que ha quedado fuera del mundo reservado de su mujer, intentando desfogarse mediante el alcohol o las relaciones con sus alumnas. Al hijo y al nieto les pasa otro tanto, por representar a unas generaciones que han perdido el vínculo con la lejana realidad renacida con esos extraños visitantes que parecen venir de otra época. Ahora les toca compartir mesa y algo más.