Es sabido que detrás de cada una de las aparentemente espontáneas declaraciones de los políticos de afición y profesión hay un gabinete entero dedicado al examen y dictamen de cada inflexión de voz, decidiendo cómo, cuándo y en qué momento deben subirla o bajarla, adquirir un tono u otro, introducir un suspiro o un gruñido. Que expertos en comunicación (¿o será en marketing?) determinan el punto de las coordenadas polares hasta el que ha de levantarse una ceja y bajarse la otra, estirar la barbilla o encoger el entrecejo. Que no dejan ni una palabra al azar ni una expresión que no esté debidamente autorizada. Yo espero que les paguen con generosidad porque hacen su trabajo maravillosamente. Consiguen dotar a sus protegidos de los discursos que más venden, llevar a cabo la labor de que parezca que dicen algo importante cuando no han dicho nada, ni importante ni insustancial, y proporcionarles los giros adecuados para que se escabullan ante preguntas comprometidas, o para que comprometan al que intenta preguntar.

También es sabido que lo que en cada momento es importante o deja de serlo no viene determinado por el alcance de los hechos, sino por el alcance de los medios. Se encargan, y también lo hacen muy bien, de regular, enfatizar o banalizar. Nos indican si un hecho es tragedia, o simple anécdota, o si nos debe pasar desapercibido. Y sobre todo abren y allanan caminos.

Entre unos y otros se complementan bien, y su mayor y más reconocido mérito es conseguir que se llegue a asumir lo inasumible. Pero a veces se superan a sí mismos con auténticas jugadas maestras.

Conseguir que se asimilara a la izquierda abertzale con el terrorismo fue una de ellas. Muy buena, ¿eh? A cada cual hay que reconocerle lo suyo. Pero esa ya es vieja. Sigue activa pero es vieja.

Llamar moción ética a la menos ética de las mociones, hacer pasar por ejercicio democrático una maniobra ideada para usurpar a la ciudadanía la voluntad que expresó en las urnas, es más nueva y casi mejor. Una jugada maestra de verdad.

Así, el secretario de Organización del PSOE, sin ningún sonrojo, exige a EA, EB y PNV que firmen las mociones de censura, tan éticas, contra ANV. Son, claro está, para que los partidos que las firmen se sitúen «con los que sufren la violencia», les hace saber también que en el caso contrario, quedarán alineados automáticamente con aquellos que «no la condenan o la amparan». Y esa es otra de sus mejores jugadas, porque no creo que haga falta señalar que la tortura, la dispersión, la incomunicación, la brutalidad policial, la crueldad del sistema penitenciario, no están incluidos en el lote. Han conseguido circunscribir la noción y concepción de «violencia» a las acciones de ETA, eliminando de un plumazo la existencia de todas las demás. Y por añadidura, las incomodidades que pudieran generarles.

Pero aún hay otra, seguramente la más importante, y es la facilidad con la que han conseguido hacer creer que condenar la violencia de ETA es lo mismo que defender el derecho a la vida. Esa es, se lo reconozco también, la mejor.