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Jon Odriozola Periodista

Los descontextualizadores

Se exige que no se rebele, que sea «civilizado» y acate la «legalidad». Dicho vulgarmente: además de cornudo, apaleado. Su insumisión es impolítica y su agresión propia de un matón de barrio, de un delincuente. Y los quinquis no hacen política sino gangsterismo

No le queda otra a la burguesía y a sus mastines que fardan de socialdemócratas que descontextualizar los hechos políticos. Vuelven a la anticientífica teoría de la generación espontánea haciendo ver que las cosas ocurren sin que haya un proceso que las expliquen, una relación causal, unas interconexiones y contradicciones dialécticas. Para estos metafísicos, además, hay hechos condenables «per se» y por imperativo categórico, como si de teólogos se tratara.

No me desmentirán los constitucionalistas serios si digo que el incidente acaecido en el Ayuntamiento de Pasaia, donde una persona golpeó a otra, constituye uno de los grados más altos de concentración de lo que se entiende y encierra el concepto «política». Es indudable que el hecho fue violento, al margen de su justificación o no, pero también político, pues no estaban en una taberna dándose de ostias. Los «descontextualizadores» dirán: eso es violencia y, por tanto, condenable. No se preguntarán por las causas de ese acto violento. Simplemente, se saben al amparo y cobijo del «Deus ex machina» que es el estado de derecho que tiene el monopolio de la violencia y les evita a ellos tener que, no solamente ser violentos, sino que los convierte en demócratas: ellos usan la palabra y no los puños ni las pistolas como predicaban los falangistas. Son ellos las víctimas. El agresor, por su parte, es una especie de energúmeno que actúa por reflejos condicionados paulovianos sin que lo impulsara, al parecer, ninguna motivación política más que la rabia y la impotencia. En medio no existe, por ejemplo, una fascista Ley de Partidos promulgada «ad hoc» para neutralizar a un segmento considerable de la población de este país. Se exige al agresor que no se rebele y sea «civilizado», que acate la «legalidad» que es el último recurso al que se agarra la burguesía decadente. Dicho vulgarmente: además de cornudo, apaleado. Su insumisión es impolítica y su agresión propia de un matón de barrio, o sea, un delincuente. Y los quinquis no hacen política sino gangsterismo.

Recordaré a estos tahúres que blasonan de «demócratas» el origen del sufragio universal. Dicho sufragio, al dar una papeleta de voto a todos los ciudadanos, condena implícitamente el recurso a la violencia para cambiar las instituciones. Según la constitución (de no importa qué país), de ahora en adelante todo elector (el bueno de G. Ezkurdia diría «votócrata») dispone de medios para modificar legalmente el curso de la política y cambiar a los detentadores del poder. La insurrección deja de ser el derecho sagrado que proclama el derecho revolucionario (en la Revolución francesa hubo constitución que prescribía el «derecho a la resistencia») para convertirse en violación del derecho de los ciudadanos. Pues bien, si no te dejan votar, si eres un «contaminado», si te remocionan en el cargo electo, ¿quién es el violento? ¿Quién estimula la respuesta, que diría A. Toynbee?

Otro día, si Dios quiere (yo también me volví teólogo), hablaré de la «primavera de Fraga» (que no Praga).

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