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Veintidos años al frente de la diócesis

«Siempre hace falta gente que conserve la facultad de diálogo»

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Pierre Moleres | Obispo  de Baiona

Se encuentra a la espera de que llegue quien le suceda al frente de la Diócesis de Baiona, Lescar y Olorón. Originario del Departamento vecino de las Landas, quiso integrarse desde el principio y, para ello, aprendió euskara. Sus feligreses coinciden en que «ha comprendido totalmente el alma del país».

Arantxa MANTEROLA | BAIONA

Antes de que deje su cargo porque, desde el Concilio Vaticano II, los obispos deben hacerlo al cumplir los 75 años, y se retire a su pueblo natal, Monseñor Pierre Molères ha aceptado responder a las preguntas de GARA.

Aunque la Iglesia católica tiene un peso importante en Euskal Herria, las cosas han cambiado mucho estos últimos años. Cada vez hay menos vocaciones, el propio Seminario de Baiona cerró sus puertas, la práctica religiosa ha descendido... ¿Cómo explica esta crisis?

No hay que equivocarse de siglo. Ya no estamos en el País vasco de hace cincuenta años. Como en todas partes en Europa, las grandes evoluciones y mutaciones culturales también han penetrado en el País vasco: la transformación de los medias, la revolución de la mujer, la del trabajo, los sucesos del 68 que han sido como un revelador de tendencias profundas, como un electro-shock... Después de las guerras mundiales las cosas han cambiado mucho y el País vasco, relativamente preservado hasta entonces, ha sufrido los contragolpes de estos cambios muy fuertemente. Además, el catolicismo no es ya la única opción religiosa; están el Islam, el budismo, y existe también el fenómeno del escepticismo moderno. En resumen, un montón de cosas que hacen que estemos en un periodo histórico de cuestionamiento de muchos valores que parecían ancestralmente perennes. Pero en vez de ver esto como una catástrofe y desesperarnos, se trata de levantar acta de la situación y de retomar el camino de la renovación.

¿No le parece que la sociedad no entiende algunas posiciones inflexibles de la Iglesia o su falta de adaptación a los tiempos?

Quisiera subrayar varios elementos. El primero es la Iglesia como institución. Estamos en una sociedad que interpela y critica enérgicamente todo lo que es institucional, sea el Estado, la Justicia, la Policía... y la Iglesia, como institución, no escapa a esa tendencia. En segundo lugar, está la cuestión de la imagen, de las imágenes que la Iglesia proyecta de sí misma, algunas de ellas muy positivas por cierto, por ejemplo las de las comunidades cristianas o las del Abad Pierre o la Hermana Emmanuelle considerados como los ciudadanos más queridos por sus compatriotas. En tercer lugar, está el mensaje de la Iglesia. Distinguiría dos aspectos en este mensaje: uno que tiene que ver con el punto de vista de la persona como individuo y el otro, el de la persona humana en la sociedad. El mensaje que concierne la posición de los cristianos en la moral social es mucho más y mejor escuchado que el que afecta a las cuestiones personales y éticas que tienen que ver con la moral personal... Por lo tanto, mí valoración sobre la posición de la Iglesia es más matizado.

Es defensor de las reformas del Concilio Vaticano II que fueron difíciles de aceptar para algunos sectores y, al mismo tiempo, se declara defensor de los dogmas de la Iglesia... ¿Cómo conjuga estas posiciones?

No hay oposición, en mi opinión, entre dogmas y la reforma del Concilio. También en este caso hay que distinguir dos aspectos en lo referente a los dogmas. Si se consideran como dogmatismo o cerrazón a todo lo que sea nuevo, no estoy para nada de acuerdo. Por el contrario, yo contemplo los dogmas como puntos de referencia, como los fundamentos en los que apoyarse. Para mí son como las vértebras de la columna: un espacio de concentración de principios desde donde parten todas las ramificaciones de pensamiento. Dicho de otro modo, es un espacio donde un corpus social puede hallar sus puntos esenciales de referencia, las ideas-fuerza. Por eso hay que diferenciarlos del dogmatismo que es la desviación en la que caen algunas personas que creen que todo lo que dicen los dogmas es palabra de Evangelio. Todo lo que decimos no es palabra de Evangelio. Por ejemplo, si bajo pretexto de una supuesta tolerancia se va a aplastar a la persona, en ese caso soy intolerante porque la grandeza de la persona es fundamental, es un dogma ya que fue creada a la imagen de Dios.

Ha sido un obispo discreto pero, en determinados temas, se ha posicionado públicamente, por ejemplo en la guerra de Irak o, más recientemente, participando en la concentración del círculo del silencio en Baiona para denunciar la situación de los inmigrantes...

Un pastor, un cura o un obispo no es una estrella de cine. Nuestra elección ha sido la de seguir el signo de Cristo y hacer nuestro trabajo cotidiano en consonancia con el evangelio pero, al mismo tiempo y sobre temas que le parecen importantes, la de hacer oír la voz de la Iglesia. Por ello, sobre cuestiones como la inmigración o las que afectan al mar -he sido responsable de la misión del mar- he intervenido públicamente. En el caso de los naufragios del Erika o del Prestige, por ejemplo, me implique mucho. Protestamos enérgicamente contra este estado de cosas e interpelamos a quienes tienen responsabilidad en ello para que las cambien. También denunciamos los nuevos esclavismos y el asesinato del mar al que estamos asistiendo, insistiendo en que el mar es uno de los grandes espacios de humanización pero alertando de que también puede serlo de colonización o de guerra económica.

Aunque no es de origen vasco, es conocido y reconocido que ha hecho el esfuerzo de «comprender el alma del país» y que se ha integrado totalmente en él. Incluso ha aprendido el euskara. ¿Cree que es importante para ser aceptado por sus fieles como uno de ellos?

Por supuesto. En mi Diócesis hay muchas diferencias culturales y en ello estriba su riqueza. Está el País vasco, el gascón, el Béarn y, además, extranjeros de todas partes. En lo que respecta al País vasco, constaté a mi llegada que una gran parte era vascófona y me dije que la Iglesia no podía ignorarlo o, lo que sería peor, ser indiferente o despreciar esta realidad. Por ello fui un mes al año, durante diez años, a Lazkao a aprender euskara. Primero me decía, «a tu edad, ¿cómo vas a aprender una lengua tan difícil?». Pero en cuanto empecé, mi esfuerzo se vio recompensado por la belleza de la lengua y enseguida me encontré muy cómodo lo que me permitió sumergirme en el alma de un país. Mis faltas de ortografía y gramática hacían que me cuestionara y me ayudaban a comprender que mis reacciones eran diferentes del modo en que los vascos abordan la realidad. Fue muy interesante para mí y así comencé a entender las reacciones de los vascos. No comprendo los falsos debates y disputas entre los cristianos respecto al euskara y a su utilización en la vida pública. Para mí, nunca ha sido un problema.

Precisamente un grupo de cristianos -Fededunak- ha pedido al Vaticano que su sucesor sea vascófono o, cuando menos, sensible a esta cuestión. ¿Cree que serán escuchados?

No creo que sea vascófono porque hay muy pocos obispos que lo son pero sí diría a mi sucesor que sea respetuoso de esta realidad, si bien dejando claro que ésta no debe manipular la liturgia como si se tratara de una bandera política. Creo que quien me suceda tendrá en cuenta la realidad de la Diócesis y que, como yo, considerará normal que los vascos expresen su fe en su lengua.

¿Por qué este tema de la especificad o identidad propia es tan conflictivo?

En Francia tenemos un Estado muy centralizado y el empleo de una lengua diferente al francés en la liturgia puede extrañar o incluso escandalizar a algunas personas, sobre todo, a los turistas de la región parisina. Por lo tanto, hay que explicarles con serenidad que el Estado francés no será desestabilizado porque cantemos la misa en euskara y que, contrariamente a lo que creen, es una riqueza.

Hace algo más de un año, en febrero de 2007, después del atentado de Barajas, hizo pública la pastoral «Creer en la paz es una tarea a acometer». Entre sus reflexiones, decía que «la violencia tiene siempre raíces», que los contactos, el diálogo, la mediación eran «etapas necesarias»... ¿Cómo ve las cosas después de que las conversaciones cesaron y que la confrontación se ha recrudecido?

La situación de conflicto es menos fuerte en Iparralde que en Hegoalde pero como existe una solidaridad, una relación y una comunidad cultural, las heridas y los golpes de allí, repercuten de un modo u otro también sobre la comunidad vasca de Iparralde. Como el religioso, también el campo político tiene sus fanáticos. Hay gente que cree que sólo a través de la violencia se llega a sus fines. Inversamente, hay otra gente que baja los brazos y se desinteresa de la cosa política pero entre las dos, existe un gran número de personas que tienen sus ideas políticas, su propia concepción de la sociedad pero que quieren pasar por las vías democráticas, a pesar de los conflictos que haya entre ellos lo que, por otro lado, es normal. Pienso que si hay un futuro, hay que ir por esa vía.

Pero con la ilegalización, las vías democráticas están cada vez más cerradas para ciertos sectores...

Creo que el País vasco tiene un sentido democrático muy importante. ¿No se suele decir, ponga tres vascos y tendrá tres partidos políticos? Detrás de esta broma hay, sin embargo, una realidad, la de un sentimiento fuerte de pueblo y del hecho político lo que, a mi entender, constituye una de las grandes riquezas del País vasco. Por supuesto, nunca se evitará el sufrimiento. Creo que yendo en el sentido de la democracia parlamentaria, de una laicidad bien entendida, de la persona humana y del bien común, el País vasco reúne las condiciones para arreglar poco a poco este problema que para él es como una herida infectada. En varias elecciones se ha constatado que no quiere que las cosas importantes sean arregladas por medio de la violencia.

¿Pero qué hacer? ¿Esperar, implicarse?

En situaciones complicadas hace falta que siempre haya gente que conserve la esperanza y la facultad del diálogo y del contacto porque si todo esto está bloqueado no se podrá desbloquear y arreglar el conflicto. Hace falta conservar esos dos elementos de esperanza en la razón y en las posibilidades del corazón humano.

¿Tiene relación con los demás obispos vascos?

Conozco bien a los más veteranos. A los nuevos, menos.

Monseñor Uriarte fue muy criticado por su implicación en el intento de ayudar a dar salida al conflicto...

Creo que tiene una percepción muy inteligente de la situación, que a veces no es entendida, pero que me parece un camino de futuro. Es un hombre muy lúcido, abierto y, al mismo tiempo, con unas posiciones muy firmes sobre puntos sensibles. Sé que fue muy criticado, pero en situaciones difíciles, es obvio que se molesta o irrita a las posiciones establecidas.

¿Puede citarme una frustración o un proyecto que no haya podido realizar en sus veintidós años como obispo?

Considero que hay que despertar siempre la iniciativa de los cristianos. Que no se queden pasivos y que se den cuenta de las mutaciones y de este mundo. Por otro lado, siempre he deseado impulsar la relación intergeneracional. Que haya lazos y diálogo entre jóvenes y adultos para que haya transmisión de valores.

¿Y cual ha sido su alegría más grande?

Sin duda, la de ser obispo de esta diócesis. Es una gran diócesis a pesar de su diversidad, de las preocupaciones y del enorme trabajo que me ha dado. Pero cada vez que entro en Baiona y veo las torres de la catedral, agradezco al Señor que me haya confiado esta tarea.

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