Ante el riesgo de inundaciones
Los embalses, ¿regulan mejor con menos agua?
La gestión de los embalses como reguladores de grandes avenidas enfrenta posturas difíciles de conciliar. Llenarlos en previsión de posibles periodos de sequía, como hasta hace unas semanas, o mantenerlos a un nivel más bajo ante hipotéticas intensas lluvias como las de estos días atrás. Dos expertos exponen a GARA su opinión y ambos coinciden en que el problema está aguas abajo de los pantanos, en las invadidas riberas de los ríos.
Joseba VIVANCO
Recuerdan la histórica «guerra del agua» entre Bilbo y Gasteiz? Pues algo así como la eterna rivalidad entre aficionados del Athletic y la Real. La última vez que se enzarzaron por el preciado líquido fue en el invierno de 2007, con los embalses en el umbral de sequía. El pasado mes de marzo, los distintos usuarios y administraciones competentes en la gestión de los embalses del sistema Zadorra, entre ellos el Consorcio de Aguas de Bilbao y Aguas Municipales de Vitoria, brindaron, quién sabe si con agua, por el acuerdo alcanzado tras 18 años de disputas por la fijación de la curva de garantía a partir de la cual los pantanos comienzan a desaguar cuando se prevén fuertes avenidas.
Durante esas casi dos décadas, justo desde la gran sequía que padeció Euskal Herria a principios de los noventa, dos posturas se han enfrentado mientras, aguas abajo del ríZadorra, casas, cultivos y empresas achicaban agua cada vez que los embalses abrían sus compuertas. Por un lado, los intereses vizcainos y de Iberdrola -que utiliza este caudal para generar electricidad- defendían el mayor llenado posible de los embalses y por ende desaguar cuando más tarde posible; de otro, los intereses alaveses que demandan desembalsar agua antes, para evitar luego inundaciones.
Este inacabado debate sobrevuela sobre la función de todos los embalses ubicados en Euskal Herria o en puntos limítrofes, ya que ninguno se construyó pensando en un objetivo regulador ante posibles avenidas. Al contrario, todos tienen un enfoque de abastecimiento o generación de energía y, por tanto, como anota Iñaki Antigüedad, director del Grupo de Hidrología de la UPV-EHU, «se quiere que estén siempre al máximo posible». «Hay una idea previa -añade-, y es que un embalse puede valer para muchas cosas, pero no para todas a la vez».
El histórico acuerdo alcanzado hace tres meses, que fija unas curvas de garantía variables según la época del año, sirvió, por ejemplo, para que las intensas lluvias de los días posteriores, unidas a las tardías nevadas y el rápido deshielo, no provocaran daños similares a otras veces. ¿Y por qué? Porque se decidió comenzar a desembalsar agua antes y de manera escalonada.
«Este reciente acuerdo para gestionar mejor esas curvas de garantía se ha visto que ha funcionado mejor en los últimos episodios de lluvias», reconoce el geógrafo Víctor Peñas, miembro de la Fundación Nueva Cultura del Agua y consultor de Bakeaz. No obstante, se apresura a puntualizar «que se ha dicho que estábamos ante un acuerdo histórico, pero es sólo de palabra, es decir, no es un acuerdo legal, y en la próxima junta pueden volver otra vez al desacuerdo».
De sequía a inundaciones, en unos días
De cualquier forma, sí parece que se ha dado un paso adelante en la prevención de inundaciones a partir de un mejor manejo del papel de los embalses -«gestión de la avenida», lo llaman-, al menos en aquellas zonas aguas abajo de los mismos. Sin embargo, el dilema sigue persiguiendo a estas infraestructuras.
Hace apenas tres meses, la alarma ante una posible sequía comenzaba a encenderse tras un invierno más bien seco. Todos miraban de reojo el nivel de los pantanos por si estaban lo suficientemente llenos. De repente, las nieves y las lluvias llegaron y pasamos a estar casi con el agua al cuello. De hecho, se produjo un hecho relevante que no pasaba desde hacía veinte años: los embalses de Uribarri y Urrunaga, que abastecen a Bilbo y Gasteiz, y el de Añarbe, que hace lo propio con la comarca de Donostia, tuvieron que abrir sus compuertas por primera vez al mismo tiempo el 6 de marzo.
De nuevo, este mes de junio los episodios de intensas lluvias nos han sorprendido a nuestros pantanos casi a rebosar y se han visto obligados en algunos casos a desembalsar nuevamente. ¿Cómo conjugar entonces el riesgo de inundaciones por desembalse con el de buscar la mayor cota posible de llenado para garantizar el suministro en épocas con escasas precipitaciones?
Víctor Peñas opina que «cualquier embalse tiene un efecto de laminar la avenidas, lo que ocurre es que es difícil buscar el equilibrio entre estas dos posturas». Sí tiene claro que pantanos como los del sistema Zadorra «amortiguan avenidas, porque, si no, todo el agua que precipita en su cuenca iría directamente al cauce del río Zadorra». Por otro lado, también es consciente de que «un embalse, más que regular, desregula el río, porque lo altera significativamente».
El acuerdo establecido entre los gestores del agua del sistema Zadorra marca distintas cotas a partir de las cuales desembalsar, atendiendo a la época del año. En diciembre, por ejemplo, se ha fijado en 127 hectómetros cúbicos, mientras que en junio sube hasta los 150,3. Sin embargo, como cuestiona el catedrático de Hidrología Iñaki Antigüedad, «si echas un vistazo a la hemeroteca, las principales lluvias intensas que suelen provocar inundaciones suelen ser en verano». Cabe recordar que en 2004, en pleno desencuentro con Gasteiz, el Consorcio de Aguas de Bilbao defendía la cota límite de 180 hm3 para empezar a soltar agua; al final, la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) terció y la fijó en 152 hm3.
Este experto de la UPV-EHU coincide también en que «es difícil hacer conjugar» los dos argumentos. La razón, dice, es que «siempre hay un objetivo prioritario y en este caso suele ser el de cuanto más lleno mejor, porque sigue muy presente entre nosotros la sicosis de la sequía».
De cualquier forma, Antigüedad no achaca el problema de las inundaciones aguas abajo de los pantanos tanto a los desembalses precipitados como a la ocupación progresiva de los cauces. «El problema principal radica en que lo que se inunda es aquello que está en las llanuras de inundación de esos ríos; eso es lo grave y sobre lo que realmente nadie dice nada, como ha ocurrido ahora en Bizkaia», explica.
Y él mismo se pregunta «por qué lluvias como estas últimas, que sí que han sido intensas, han generado bastante más daño que lo que hubieran causado hace veinte años?». Como recuerda a renglón seguido, «Margarita Martín, la responsable del observatorio de Igeldo, siempre suele decir que en el Urumea las inundaciones se producen ahora con la mitad de lluvia que en los años sesenta».
Su colega Víctor Peñas también insiste en que «las inundaciones no las podremos evitar nunca, pero sí minimizar sus efectos. Y digo esto porque el río tiene que seguir desbordándose porque ello contribuye a que mantenga su buen estado ecológico. De lo que se trata es de buscar medidas de adaptación». Así, sugiere políticas como las que están predominando en Europa, potenciando inundaciones controladas, es decir, «que se desborde allá donde no haya núcleos urbanos, y lo hacen aprovechando las llanuras tradicionales de inundación. Aquí deberíamos también recuperar esos márgenes fluviales y que sobre ellos lamine la inundación».
Una propuesta hacia la que caminamos por aquí... pero al revés. Como denuncia Iñaki Antigüedad, «estamos creando una falsa sensación de seguridad, echando mano del cemento y de radares que luego no funcionan, y seguimos ocupando suelo en zonas inundables pensando que son seguras... Y luego viene la que viene». E insiste en criticar que «se sigan haciendo cosas cerca de los ríos», aunque ahora, añade con sorna, se hace con una notable diferencia respecto a tiempos anteriores: «Ahora se hace con una Estrategia vasca de Desarrollo Sostenible, y con una Oficina y 119 medidas para luchar contra el cambio climático».
Este próximo agosto se recordarán, y mucho, las graves inundaciones sufridas en Euskal Herria hace 25 años, una efemérides que nadie que la viviera de cerca habrá podido olvidar. Sin embargo, seguro que pocos recordarán que este año, o mejor dicho, a finales 2008 se cumplirán 20 años desde que comenzara uno de los periodos de sequía más angustiosos en nuestro país. La falta de lluvia de aquel otoño se prolongó durante nada menos que 28 meses, con los pantanos del sistema Zadorra bajo mínimos y restricciones de agua que, por ejemplo, en Bilbo llegaron a ser de hasta 12 horas. Mucho más cerca en el tiempo, de mayo de 2006 a principios de 2007, vivimos otro periodo de sequía.