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F. Javier Juanes Profesor de la UPV-EHU

Mejor hambruna que cambio climático

Me gustaría comenzar este escrito mostrando mi asombro y reconocimiento ante el gran eco que han conseguido las previsiones más catastrofistas respecto al medio ambiente en general y, en particular, respecto a lo que hasta hace poco tiempo se denominaba calentamiento global y ahora nos dicen que es el cambio climático. Aún siendo escéptico debo reconocer el éxito de estas previsiones en la concienciación sobre la necesidad de reducir el consumo de derivados del petróleo como fuente de energía, sobre todo mediante su procesamiento por combustión y consecuente emisión de CO2. Esta toma de conciencia está haciendo que nos planteemos la necesidad del ahorro energético a nivel individual y ha promovido a escala institucional la mejora en la eficiencia energética y el incremento en la utilización de las nuevas fuentes de energía renovables.

Sin embargo, lo que más interesante me resulta de este tema es la manera en que se generan y se desarrollan esos movimientos asociativos mentales que mueven los pensamientos al unísono, como ondas sociales, haciendo que la población se sensibilice ante un determinado problema, que los políticos lo incluyan en sus programas electorales y que los gobiernos modifiquen sus legislaciones. Estos movimientos mentales de carácter reflejo y ámbito global, nacen y se desarrollan probablemente de manera interesada y dirigida, pero se extienden e interiorizan porque hay un caldo de cultivo apropiado para ello, una necesidad de tener la certeza de estar en el lado correcto, en el lado avanzado de la humanidad.

En las sociedades desarrolladas en las que la religión organizada ha ido desapareciendo del ámbito público y su discurso moral se ha ido diluyendo, la defensa de la Tierra y del medio ambiente han cubierto en parte la faceta caritativa y trascendente básica de muchas personas que quieren tener la certeza de estar en el lado del «bien» y entre los «justos». Así nos encontramos con una interesante relación entre, por un lado, la necesidad individual de equilibrar nuestros deseos y tranquilizar nuestras conciencias y, por otro lado, el impulso mantenido por asociaciones e instituciones para la concienciación social con cierta apariencia moral y disimulados intereses económicos. Lo interesante de esta relación es que parece funcionar mejor que otros intentos de movilización y otras propuestas de cambio, con lo que sería inteligente tenerla en cuenta a la hora de resolver el problema más humano, y también de la Naturaleza, que tenemos en la sociedad global actual, a saber: el que haya personas que mueren de hambre. En principio parece fácil entender que si somos capaces de movernos y conmovernos por la falta de nieve, la desertización, el oso polar y las focas, lo haremos por las personas que mueren a diario por falta de alimento o de dinero para comprarlo.

Recientemente, organismos internacionales como la FAO, el Banco Mundial y el FMI han dado la alerta ante la carestía del grano y la hambruna generalizada en muchos países del Sur. El secretario general de la ONU ha pedido donaciones por valor de 1.600 millones de euros para cubrir el Programa Mundial de Alimentos y para proveer de semillas, fertilizantes, etc. a países escasos de recursos. Según la FAO en el mundo hay 1.500 millones de personas que viven con menos de 1 euro al día y, de ellos, 854 millones tienen desnutrición crónica. Algunos países del primer mundo ya han empezado a responder a esta demanda. G. Bush ha solicitado al Congreso de EEUU una partida de 495 millones de euros para paliar la crisis alimenticia, eso sí, en el mismo paquete que 45.000 millones de euros para financiar las guerras de Irak y Afganistán. En cuanto a Europa, si bien algunos países han propuesto medidas de ayuda económica directas e indirectas, es significativo que todavía varios miembros de la UE se resistan a fijar un calendario para cumplir sus compromisos con la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) para los países pobres. Compromisos acordados en Barcelona (2002) y en Bruselas (2005) y por los que la AOD debería alcanzar el 0,56 % del PIB europeo en 2010 y el 0,7 en 2015.

Las razones que se esgrimen para explicar las causas de esta crisis del hambre son variadas: la liberalización unilateral de los países más pobres unida a la exportación masiva de productos subsidiados por parte de los países ricos; la privatización del mercado de las semillas, la urbanización, industrialización y especulación del suelo; el aumento del precio del petróleo; el uso de alimentos como biocombustible; la crisis financiera que favorece la especulación en bolsa con materias primas y alimentos; el aumento de la población mundial y del nivel de vida y de consumo de grandes países en desarrollo, etc..

Si bien es necesario conocer las causas para saber dónde es urgente actuar a nivel macropolítico, lo efectivo sería una actuación colectiva que moviera las conciencias de los habitantes de los países ricos y las decisiones de sus gobernantes. Movimientos colectivos de pensamiento que hicieran actual y atractiva esta demanda en las manifestaciones públicas y propuestas electorales, de manera que, por un lado, se cuestionaran las políticas agrarias superproteccionistas y las subvenciones a los biocombustibles y que, por otro lado, se facilitara el comercio, el apoyo tecnológico y la creación de infraestructuras para garantizar la soberanía alimentaria.

Debemos tener en cuenta que estos movimientos colectivos crecen y se van amplificando en la medida que distintos impulsos acoplan sus diferentes vibraciones. Por ejemplo, en el caso que nos ocupa, un primer impulso podría surgir si nuestros líderes descubriesen beneficio político y personal en ello. Líderes que, tras su paso por la política activa, en vez de eclipsarse como empleados de empresas privadas, buscasen su beneficio arriesgando un poco, al estilo de Al Gore y su campaña contra el cambio climático. El riesgo es bajo dada las facilidades con la que se le ceden medios para publicitar sus actos, se le entregan premios, se colabora con su empresa, etc.

Otro impulso sería el proveniente de las instituciones europeas, estatales, autonómicas, universidades y ayuntamientos que se muestran tan dispuestas a colaborar e incluso a liderar todo tipo de actuaciones contra el cambio climático constituyendo centros de investigación de excelencia, financiando proyectos, organizando cumbres y congresos, llamando a la colaboración ciudadana en acciones institucionales, etc. Las personas y grupos de presión que dirigen estas instituciones tienen un alto potencial de crédito electoral a explorar con la incorporación de una sensibilidad más centrada en las necesidades básicas del ser humano.

También es importante tener en cuenta el impulso procedente de los medios de comunicación que transmiten opinión en forma de noticias. Redactores y presentadores podrían encontrar mayor satisfacción profesional si incluyeran en los informativos noticias sobre la repercusión real y actual del hambre en las personas, en vez de informar continuamente sobre las consecuencias que acarrearía el cambio climático dentro de cien años..

Por último, deberíamos considerar el impulso de los ciudadanos críticos que quieren entender la realidad. Pensando en cada uno de nosotros, sería de buen gusto y de mejor metabolización para nuestro crecimiento personal que cada vez que se nos habla sobre lo importante que es el cambio climático (o la calidad o la innovación o el desarrollo sostenible) contestásemos que lo más moderno son las personas moribundas por falta de alimento. Como miembros casuales de la colectividad de países avanzados asentados en la democracia y en los derechos humanos avanzaremos en nuestros proyectos si hacemos partícipes a otros miembros de la humanidad de la estabilidad mínima para sobrevivir. Es y está en nuestra naturaleza interna. También a nosotros nos interesa que los habitantes de los países menos desarrollados avancen y para ello podemos empezar por exigir y actuar para no permitir que se cruce el umbral del hambre.

Puestos a concretar un punto de partida que reconduzca las preocupaciones colectivas y oriente conciencias (con las que, según su publicidad, tan predispuestas a comprometerse están las grandes empresas energéticas), una buena bandera sería proclamar un límite ético que además tocara la fibra sensible de la energía: negarnos a utilizar biocombustibles de primera generación como el bioetanol (proveniente de caña de azúcar y cereales) y el biodiesel (proveniente de maíz y trigo). No a desplazar nuestros automóviles (aunque tengan etiqueta ECO) utilizando combustibles producidos con alimentos. No, mientras haya personas que no puedan alimentarse para vivir. Es una propuesta concreta y simple para una época compleja y cambiante en la que la efectividad comunicativa se consigue con mensajes cortos y claros que se repiten como preocupación liberadora por dirigentes políticos, medios de comunicación y gente de buena voluntad.

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