Y es que la sincronización que existe entre el entrenador montenegrino y Josean Kerejeta en cuanto a la filosofía y maneras de dirigir a la escuadra gasteiztarra han pesado sobremanera en la decisión. El cheque en blanco que le ofreció el máximo accionista de la entidad hace tres años para que no emigrara al Barcelona da una idea de la confianza que el primero tiene depositada en el técnico que ya lo fuera del Baskonia entre las temporadas 2000-01 y 2004-05.

Un prolongado periplo en el que la manu militari de Ivanovic trajo consigo toda una serie de éxitos en forma de títulos. El doblete de la 2001-02, con la primera Liga que cosechaba el conjunto arabarra, las dos finales europeas perdidas ante Kinder y Maccabi en la 2000-01 y la 2004-05, respectivamente, o su segunda Copa en la 2003-04, así lo atestiguan. Ello parece haber pesado bastante más que el hecho, de igual modo incontestable, de que los objetivos también se pueden conseguir con métodos diametralmente opuestos, como la reciente segunda liga de la mano de un Neven Spahija que ya estaba condenado a mitad de campaña.

No le ha servido de mucho al preparador croata que el propio Kerejeta reconociera públicamente de manera reciente que la última temporada había sido «la mejor en la historia del club» y el máximo responsable de la entidad azulgrana ha preferido aferrarse a unas formas ya conocidas que son, por cierto, con las que mejor congenia. De hecho, el montenegrino no tardó en certificar las expectativas de su jefe y en unas declaraciones a «Radio Vitoria» confirmó ayer mismo que «mi filosofía, manera de trabajar y ganar no han cambiado».

En principio, el compromiso entre presidente y entrenador se va a prolongar por espacio de tres campañas, un plazo inusual en los recientes contratos suscritos por el Baskonia, pero que da una medida del idilio deportivo que existe entre ambos. «Estoy muy contento por la vuelta y por la confianza que se ha depositado en mí, porque sé que regreso a un lugar donde puedo trabajar como quiero», certificó el montenegrino.

Claro que, por mucha confianza que provenga de los más altos estamentos del club, nadie vive sólo de eso en el deporte de elite y serán los resultados los que marquen el devenir de su nueva singladura, la cual se presenta con el reto de, al menos, igualar la finalizada, algo que no será fácil «porque es un desafío enorme», declaró. Un reto que contará con mayor margen para la preparación: «Al acabar los Juegos Olímpicos el 24 de agosto y comenzar la competición el 4 ó 5 de octubre podremos disponer de cinco o seis semanas», en las que los jugadores tendrán que ponerse las pilas.

régimen cuasi militar

En este sentido, la actual plantilla baskonista, que por pura lógica resultadista no parece vaya a variar mucho, ya sabe que se tendrá que atener al régimen cuasi militar de Ivanovic o pensar en calentar banquillo todo aquél que ose quebrantar la rigidez espartana del que fuera magnífico jugador de la Jugoplastika. Una coyuntura poco propicia para hombres en los que la palabra disciplina no es de las primeras en su particular diccionario, léase William McDonald -habrá que estar atentos ante una posible salida- y que, de continuar en Gasteiz, harán bien en echar la vista atrás y recordar casos como el de Andrew Betts, para no ser protagonistas de su reedicción.

Claro que las férreas maneras de quien a partir de ahora se va a poner manos a la obra para gestionar uno de los planteles con más calidad que ha tenido en su trayectoria el equipo gasteiztarra no sólo van a crear, a buen seguro, detractores y partidarios entre los que van a ser sus subordinados, sino también entre la masa baskonista. Bastó entrar en los foros de los aficionados para cerciorarse de que la opinión del respetable está más que dividida ante el regreso de Ivanovic.