Raimundo Fitero
Las razones
El otro día cometí una frivolidad con Eduard Punset al mencionar que la ausencia de su melena le había dado un aspecto de envejecimiento. El domingo se supo la verdad: ha padecido un cáncer del que se está recuperando y realizó una entrega de «Redes» con su médico para hablar, precisamente, de esta enfermedad y, sobe todo, de cómo hay que afrontarla, qué actitud hay que tomar para hacerle frente, qué tipo de relación se debe establecer en el entorno familiar y laboral para conseguir que los efectos colaterales sean los mínimos. Así que simplemente nos queda mandarle un abrazo de ánimo, un aplauso y entender sus razones para hacer de su caso un ejemplo para todos, de establecer públicamente un debate en primera persona sobre asuntos de la ciencia, sus avances para combatir al propio cáncer, pero también de los tratamientos de la palabra como acompañamiento y paliativo sin parangón para combatir a las agresiones químicas o quirúrgicas.
Todos tienen sus razones, colocan sus excusas, presentan los malos entendidos convertidos en dogmas, pero la sentencia a Federico Jiménez Losantos se ha convertido en uno de los capítulos más casposos de la reciente historia de la infamia periodística madrileña. La reacción de los acólitos del gran capo de la extrema derecha mediática es de un patetismo absolutamente inconmensurable. Las comparaciones que realizan de esta sentencia con asuntos del régimen anterior no son sino una muestra más del delirio totalitario de toda esa caterva que ha logrado convertir la información en materia contaminante, que han hecho de sus objetivos económicos disfrazados de ideológicos y partidistas un ariete contra cualquier noción de lo que debe ser una información. Sus efectos han sido tan demoledores que encontramos metástasis hasta en el concepto mismo de lo que debe ser una opinión, que también tiene sus reglas, estructurales, morales, biológicas y éticas, sin olvidarnos de las estrictamente instrumentales. El daño que están haciendo estos agentes cancerígenos de toda noción democrática tienen difícil remedio. Las razones por las que parte de la jerarquía católica los ampara son obvias.